Hago un parón en la campaña electoral vasca para comentar un suceso que está removiendo a la opinión pública: la desaparición de la joven sevillana Marta del Castillo: una joven de 16 años cuyo paradero es desconocido y se supone muerta. Es más, el exnovio ha confesado haberla asesinado y hay varios detenidos por la policía. Aunque lo que más me preocupa no es eso, otro caso más de violencia social, si no el bombo mediático que se le está dando. Las televisiones han convertido este suceso en un show mediático. Y los padres lo han aprovechado para arremeter contra los supuestos asesinos, aún no hay nada demostrado, y pedir un referendo sobre la cadena perpetua. No quiero decir que los padres se estén aprovechando de ello, si no que han utilizado esa popularidad para lanzar sus mensajes. Los cuales, me parecen desmesurados y fruto de su odio y rabia contenida. Es duro perder a una hija y por eso, por suerte, no van a ser ello quienes juzguen a los sospechosos.
El caso es que desde hace tiempo se ha suscitado el debate sobre la cadena perpetua. Hace unos años hablar de ello era sinónimo de reaccionario. Ahora, en cambio, es algo más o menos normal. La dimensión mediática que los medios de comunicación han dado al sufrimiento, en Euzkadi lo hemos padecido con las víctimas de la violencia, sacando viudas que claman venganza han transformado a la opinión pública. Y es que somos vulnerables a estos efectos mediáticos que buscan llegar hasta la fibra más sensible del espectador. Eso sí, estos efectos no llevan a la reflexión ni al humanismo, si no a los instintos más bajos del hombre: los más animales. Se habla de la blanda que es la Justicia, se afirma que la sociedad ha perdido valores, moral, que los profesores no educan, que venimos del caos. Yo les pregunto, ¿no será que venimos del caos? ¿Acaso se vivía mejor en el Medievo? ¿No nos enseñó algo la guillotina y el garrote vil? Porque si algo hemos hecho estos siglos ha sido avanzar en derechos civiles que nos han permitido progresar como sociedad. Hoy en día, teóricamente, todos somos iguales ante la ley. Esto era imposible antes de las revoluciones liberales. Hemos ido a mejor. Lo que pasa es que aún hay gente que tiene miedo al futuro o creen que Zamora se ganó en una hora. Son los amos de la moral, los que se apropian de los valores. Los que apelan a través de grandes a los miedos y a los bajos instintos para inmovilizar a la sociedad y someterla. Cualquier persona que razone y tenga una formación cultural es capaz de ver que ahora somos una sociedad más avanzada aunque aspiremos a avanzar más. La ética es un logro y esa ética muchas veces nos impide hacer caso a nuestros instintos que claman sangre. Somos animales reflexivos. No lo olvidemos.
Algunos pensarán que soy frío o que no tengo corazón. Lo tengo. Pero también tengo una razón que me dice que no hay que hacer mucho caso a quien habla sin razonar. Eso no es sinónimo de desprecio, si no de, en este caso, empatía. De ahí en adelante nada. Podemos compadecernos o solidarizarnos pero no podemos darles las llaves de la moral porque su juicio está condicionado por el odio. Tienen prejuicios, rabia y desolación. Están destrozados. Van a querer vengarse. Eso es perjudicial para la Justicia. Esta debe redimir, perdonar y sobre todo enseñar a ver los errores a los condenados. Son personas. Por eso, no demos mayor importancia a las declaraciones de víctimas o familiares destrozados por la desgracia que piden sangre. Lo único que podemos aprender de ellos es que el sufrimiento humano no tiene límite al igual que su estupidez que lleva a que unos maten a otros por razones superfluas. La vida lo es todo.
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