sábado, 10 de octubre de 2015

Obsesiones

 Hay que hablar bien. Hay que escribir bien. Hay que expresarse bien. En general. Sin excepciones. Ese "hay" no debe sonar impersonal. Es una forma de generalizar, un truco estilístico; nada más. La corrección debe ser una norma, una ley, casi una obsesión - independiente al idioma en el que te expreses-, un objetivo vital. No voy a empezar a pontificar sobre las ventajas de expresarse bien ni sobre la necesidad de aprender de la gente que lo hace. Sería muy típico: buscar espejos o repetir lemas políticamente correctos, que son tan correctos como poco habituales.

 Para mí expresarse bien es una obsesión, otra más que tengo. Busco y rebusco en el diccionario para dar con la palabra que mejor encapsule mis pensamientos. También es una cuestión de eficiencia: mejor un segundo de silencio que miles en explicaciones en círculos. Quizás sea porque soy periodista o porque admiro a los buenos comunicadores. Por eso soy sensible respecto a la corrección del idioma. Escribimos más que nunca, pero no lo hacemos "mejor que siempre"- quizás tampoco  lo hacemos peor que nunca--, a pesar de las horas de colegio y a pesar de las horas de cursos, universidad o lectura obligatoria. No hay manera de puntuar correctamente ni de distinguir "a ver" de "haber". Es trágico, es frustrante y es paradójico.

 Me encanta la gente que se expresa con naturalidad y corrección, que habla como si las palabras fluyeran, como si fueran artesanos del verbo. La expresividad también tiene su lado estético. Es precioso ver y sentir como una cadena de palabras y silencios es armónica, como un grupo de caracteres forman un precioso cuadro que esconde - o que muestra, depende de por dónde lo mires- un mensaje.Quizá los periodistas sean pintores o músicos frustrados o quizás solo sean obsesiones y tonterías mías. Hay que expresarse bien. Todo lo demás es secundario.