Todo
empezó un día de diciembre. Estaba tranquilamente en casa cuando
alguien tocó a la puerta. Era un señor muy bien vestido. Se
presentó como Gabriel y dijo que era un ángel muy famoso. A mí no
me sonaba, pero le dejé pasar. “¿No me conoces?”, me preguntó.
“¿De verdad?”, volvió a inquirir. “No, ¿qué quieres?”, le
contesté aguantando mi mala
hostia
habitual. “Vengo de parte de una persona muy especial”, me dijo.
Alguien me había enviado un stripper cutre o a un testigo de Jehová
para tocarme las pelotas.
- Alguien
quiere hacerte un regalo muy especial, pero no puedo decirte quién.
- ¿Cuál si
puede saberse?
- Quiere
devolverte tu virginidad.
En ese
momento pensé que me estaban tomando el pelo, pero me dio un dato
que me hizo saber que hablaba en serio. Sabía que siempre he
defendido que a caballo regalado no le mires el diente.
-¿Y duele?
- El día 25
sólo te sentirás más limpio.
Pasaron
los días y llegó la mañana Navidad. Aquel día me levanté más
ligero, como si hubiera perdido un peso de encima. Me miré al
espejo, pero seguía igual que el día anterior. “Va a ser que
tenía razón el viejete ese”, pensé. Salí a la calle y todo
parecía distinto. Era como si tuviera un mundo por descubrir, como
si el mundo fuera más dulce. Yo nunca había follado
mucho, pero esto era diferente. Era como si de golpe me hubieran
puesto un montón de feromonas encima. Me subía por las paredes. Era
horrible. A la tarde no tuve más que confesárselo a un amigo.
-¿Qué vas
a hacer con ella?
- Pues no
sé. Me pasa como cuando te regalan un viaje, quiero irme ya, pero
también quiero elegir bien el destino y la fecha.
- ¿Vamos a
mi casa y te lo quito de golpe?