lunes, 16 de mayo de 2011

Le Grand Meaulnes o en busca del momento perdido (III)

Una obra adolescente

Le Grand Meaulnes es una obra que trata la iniciación a la vida adulta. Es la trama del primer amor, de ese amor que perdura en el tiempo y que se sostiene ante las tempestades; de ese amor que alimenta y desespera a la persona, el que hace cometer locuras, que llena el alma de sentimientos contradictorios. Es ese amor idealizado que se rompe al chocar con la realidad, el que persigue al Ser Humano hasta la muerte y que le hace sentirse a la vez tan lleno y tan vacío. El amor, y su opuesto desamor, son la gasolina que permite a los personajes de la obra continuar con sus aventuras. A unos los lleva hasta París o Alemania y a otros hasta su propia muerte. De hecho, no es un amor en el sentido estricto de amor romántico o de pareja; sino también de amor fraterno. Esto se ve en las relaciones de amistad entre los diferentes personajes que son fieles a sus amigos sin serlo a sí mismos. Así, Meaulnes abandona a Yvonne por Frantz y éste abandona a su familia por una mujer que le ha abandonado.

Le Grand Meaulnes es también una novela de frustraciones. De hecho, este es el reverso del amor, que en la novela se transforma en ilusión, ya que ambos sentimientos se alternan durante la trama. Así, los personajes cometen locuras alimentados por la ilusión, pero también por la frustración que les hace sentirse tristes y desesperados, pero que les azota para continuar. Esta es la frustración adolescente de quien conoce por primera vez el amor y se le escapa y con él todas sus ilusiones. Pero es también la frustración del luchador que decide levantarse y vuelve a caer o el de quien una vez llegado a la meta, quiere más (Augustin). Es una frustración idealizada, pero que duele como un cuchillada en el estómago y que hace perder la razón a quien la sufre. Es uno de los sentimientos más primitivos y estimulantes del ser humano y muy común para el que se implica emocionalmente en las relaciones entre personas.

Le Grand Meaulnes es también una novela idealista. Los personajes están dispuestos a dejar todo su bienestar por perseguir un sueño; que constantemente vuelve y se escapa de ellos durante la novela. Augustin que persigue durante mucho tiempo a la Finca Misteriosa y a su amada Yvonne, los abandona, François es su fiel compañero Augustin, y cuida de él, su secreto y su mujer, pero queda solo. También está Yvonne que, estoicamente, espera la aparición de aquel loco que conoció en la frustrada boda de su hermano y que aguanta con su padre las embestidas del destino que los vuelve pobres y desdichados. Y qué decir de Frantz y Galache, dos bohemios que encarnan la locura, y que recorren Francia en busca de Valentine, la prometida de Frantz. De hecho, Frantz y Augustin encarnan al romántico que egoístamente deja todo por una locura o una promesa e Yvonne es su principal víctima, a la que matan entre los dos y que les ama con locura. Además, Frantz es el único que consigue cumplir su sueño: estar con Valentine.

Le Grand Meaulnes es sobre todo la novela que busca recuperar el momento perdido, ese momento ideal que escapó y que nunca se repetirá. Es la imposibilidad de retenerlo y recuperarlo lo que mueve a los personajes que viven anclados en momentos concretos del pasado que buscan rescatar. Y de ahí el drama, ya que estos fallidos intentos son fuente de amargura para los personajes que son conscientes de que el pasado es pasado. Sin embargo, la obra de Alain Fournier ennoblece la lucha sin cuartel por los sueños más profundos e imposibles, al mismo tiempo que ensalza la belleza de la vida humana en uno de sus momentos más convulsos: la adolescencia. Es el tono melancólico, pero bello, lo que hace a esta novela intimista. Ahí recae la atracción de una obra que comienza con la nostalgia de quien aún llama “casa” a su antiguo hogar.

Le Grand Meaulnes es una emotiva obra que recomiendo para el que se haya sentido frustrado por aquel momento perdido que recuerda con una mirada perdida en el cielo. Alain Fournier escribe una novela íntima y retrata desde la sinceridad de quien ha padecido sentimientos como la lealtad, el amor platónico o la frustración que son tan comunes durante la temprana juventud y lo realiza con un lenguaje nostálgico que te hace esbozar una pequeña sonrisa cuando te das cuenta de que nuestra felicidad es algo tan complejo y tan simple que únicamente duele. De hecho, cualquiera podría cambiar los nombres de los personajes y amoldarlo a su vida, ya que Le Grand Meaulnes es una novela tan particular que se ha convertido en universal.

Le Grand Meaulnes:

Autor: Alain Fournier
Título: Le Grand Meaulnes
Editorial: Librairie de Fayard, 1971
247 páginas

miércoles, 11 de mayo de 2011

Le Grand Meaulnes o en busca del momento perdido (II)

Continúa...


Huir de la felicidad

Aun así, François, gracias a un cúmulo de casualidades, encuentra la Finca Perdida. Su nombres es “Les Sablonnieres” y está situada cerca del pueblo de Vieux-Nançay, en el que pasaba sus vacaciones en casa de sus tíos. François también conoce que fue destruido por las deudas que había acumulado la familia de Gallais a causa de su hijo Frantz, que había perdido la cabeza y desaparecido después de su fallida boda, lo que había destrozado a la familia. François, además, también encuentra a Yvonne quién le espeta que “quizás haya algún loco que le esté buscando mientras ella está ahí”, en clara referencia a Augustin, por lo que François le responde con un desafiante “¿puede que yo conozca a ese loco?”. Excitado por esto, el tío Florentin decide organizar una fiesta para que Yvonne y Augustin se reencuentren. François, antes de procurar la buena nueva a Augustin, parte a casa de su tía Moinel quién le cuenta una extraña historia sobre una chica que tuvo que acoger en su casa y que partió hacia París. Esta extraña joven había huido de su matrimonio, justificando que tanta felicidad no podía ser buena y mintiendo a su prometido al decirle que iba a encontrarse con otro hombre que amaba. Azorado por esta historia, da la buena nueva a Augustin quién al principio duda, pero que posteriormente cae presa de los nervios ante lo que viene encima: Yvonne de Gallais, la mujer que llevaba tres años buscando.

En la fiesta organizada por el tío de François, Augustin e Yvonne se reencuentran. Meaulnes conoce la desgracia de los De Gallais causada por Frantz y ante el desasosiego de Yvonne por su hermano, duda de que el pasado pueda renacer. De hecho, Augustin sentía que el pasado no podía renacer. Al igual que Candido cuando compra a Cunegonda en Estambul, Augustin sintió que aquella no era la mujer que amó y se sentía extraño a su lado. Yvonne tampoco es ajena a esto y le confiesa a François que Augustin no es feliz a su lado, algo que también atisbaba François que lo achacaba a un gran secreto que guarda Meaulnes y que no confiesa a nadie. Aun así, al igual que Candide hace con Cunegonde: Augustin pide matrimonio a Yvonne. El mismo día de la boda reaparecen Frantz y Ganache y con ellos vuelve el descontrol. Frantz pregunta a François por qué Augustin no responde a su llamada y le explica que es la única persona que puede darle las pistas que necesita para seguir la huella que persigue y que Yvonne le dejaría partir. François, intentando alejarlo de Augustin, promete a Frantz que en un año se encontrarían en ese mismo lugar y que la mujer que ama el bohemio estaría ahí. Sin embargo, Augustin escucha la llamada de su viejo amigo y desaparece.

La desaparición de Augustin conlleva la gradual desesperación de Yvonne, que había sido primero abandonada por su hermano y luego por su marido. Al mismo tiempo, la relación entre François e Yvonne es cada vez más estrecha. Son los únicos que quedan y sienten la desazón de quienes han intentado hacer todo por que los demás sean felices y han errado en el intento. De hecho, ambos sienten nostalgia y se refugian constantemente en el pasado que mitifican y recuerdan con una amarga sonrisa. Un día, bajo la lluvia, Yvonne confiesa a François que está embarazada. Yvonne se siente resignadamente contenta, ya que echa de menos a Augustin. De hecho, Yvonne se culpa y culpa a François de la desaparición de Augustin. La mujer cree que, como ocurre al cumplir un sueño, el miedo se ha apoderado de Meaulnes y por eso ha huido. Además, se culpa por creerse la fuente de felicidad de Augustin y confiesa a François que se siente como “una mujer más”. De hecho, se podría concluir que Yvonne se culpa a sí misma por haber roto la mística que Augustin había creado a su alrededor y que ese amor platónico se había destruido al chocarse con la cruda realidad y que éste era más fruto del amor de Meaulnes por la aventura que del amor en sí. Es por eso que le pidió a Augustin que si quería que partiera en busca de la amada de Frantz.

De nuevo solo

Esta frustración es tan profunda que lleva a la muerte a Yvonne. François, de nuevo, queda como el guardián de la historia y se hace cargo de la cría de Augustin e Yvonne. Al mismo tiempo, ya maestro, encuentra unos cuadernos en los que Augustin confiesa ese secreto que le corroe e impide romper su promesa a Frantz. Durante su fuga a París, Augustin conoce a una chica. Esta se sienta a su lado en un banco a la espera que la ventana de los De Gallais se abra. Esta mujer, que es la misma que había estado en casa de Moinel, la tía de François, es la amada de Frantz. Augustin lo descubre y se da cuenta de su promesa a Frantz. Es por eso que huye de casa, ya que prometió al bohemio que la encontraría y así lo hace. Pero para ello tiene que pagar un precio muy alto: Yvonne de Galais. Así, vuelven Frantz y su amada al pueblo y también Augustin que coge a su hija y se la lleva con él, quién sabe a qué aventuras. François se vuelve a quedar solo.

Continuará...

viernes, 6 de mayo de 2011

El y los, los y el

Trabajo realizado para la asignatura de Filosofía


Hannah Arendt considera que la política es un producto de la naturaleza humana. Es por eso que separa al hombre de los hombres y distingue a la teología y a la filosofía de la política. Esta separación está fundada en que las dos primeras ciencias estudian al individuo, mientras que la última organiza a los individuos. De hecho, Arendt basa la política en la pluralidad y la diversidad de los hombres. No hay un solo hombre; sino que somos muchos los que convivimos en esta sociedad y por ello el modelo de organización que llevemos a cabo será producto únicamente humano, porque dependerá de nosotros constituir el modelo de convivencia y también ponerlo en práctica. Es más, la política tiene como objetivo estar todos juntos y Arendt expone que los hombres “se organizan políticamente según diferentes comunidades esenciales en un caos” o “a partir de un caos absoluto de las diferencias”. En ambos casos refuerza la idea de que es una convivencia intencionada. Arendt, de hecho, refleja a la política en la familia, ya que las dos permiten parentescos de gente muy diferente, así como los propios individuos se diferencien.

Aun así, Arendt defiende que en la política que se genera a partir del concepto familiar se disuelve la variedad originaria al unir en torno a una comunidad política a gente muy diversa y se diluye su igualdad esencial al reconocerse como diferentes. De esta forma, se llega a casos en los que la política puesta en práctica no tiene como objetivo crear hombres; sino al hombre. Esto ha ocurrido de manera notable en los sistemas totalitarios que buscaban al hombre nuevo y desechaba al que no pertenecía a ese arquetipo. Es a partir de estos sucesos que Hannah Arendt cree que la política ha pasado de ser un “albergue en un mundo inhóspito” a convertirse en autodestructiva. Los regímenes totalitarios fueron los que causaron este cambio, ya que la “politización total” que impusieron a sus ciudadanos impidió la propia subsistencia social de los hombres y la realización su libertad. Eran, el hombre. De hecho, esta política fue la que creó los sistemas de aniquilación sistemática y las armas nucleares que no hubieran sido posibles sin el patrocinio de los estados y que han crecido en su sombra. Es por eso que Arendt considera que la política ha cambiado su objetivo, ya que desde estas experiencias no es el lugar común en el que se cobijan hombres “en busca de parentesco”; sino que ha patrocinado las mayores atrocidades humanas que han ocurrido en la historia de la humanidad.

Para Arendt, la política sólo existe gracias al propio hombre. Es una creación suya en la que reconoce su pluralidad y en la que garantiza que esa pluralidad no implique una desigualdad entre ellos. De hecho, la política se crea entre hombres y no en el hombre, que es apolítico. Es por ello que intentar crear al hombre entre los hombres, como promovieron los totalitarismos, es una atrocidad, porque impediría la pluralidad intrínseca de los hombres. Aun así, esta tendencia tiene su raíz en la intención de crear al hombre, que proviene de la concepción de que los hombres estamos hechos a imagen y semejanza de un Dios único. De hecho, creer que el mundo debe ser por ello construido a imagen y semejanza de la divinidad es la única razón que justificaría una “ley natural” según Arendt. Por eso, el hombre creado a la semejanza de la soledad de Dios puede interpretar que la política es una guerra contra todos los demás, ya que considera que sus existencias carecen de importancia, por lo que se cree superior y los ningunea. De esta manera, Arendt explica que la política se transforma en historia y los hombres se convierten en un hombre: la humanidad. En consecuencia, lo “monstruoso e inhumano” de la historia se impone brutalmente a la política.

Arendt concluye que la política está fundamentada en la diversidad de todos hombres entre sí. Esta pluralidad es la que contiene la creación del hombre por Dios, aunque la política no tenga nada que hacer, ya que ésta organiza la diversidad en consideración de una igualdad relativa y para distinguirlos de los “relativamente diversos”. Por lo que para Hannah Arendt la política es la manera que organiza a la sociedad cuya base es su pluralidad, pero esta organización debe ser fundamentada en una igualdad relativa de los diferentes y en una distinción relativa de los iguales. De hecho, se deduce que el mayor problema de las políticas analizadas por Arendt es que no consideran que hay hombres; sino que hay un hombre y por ello no aceptan la pluralidad y aniquilan al otro.

La política ha cambiado mucho en el mundo occidental desde la aparición de estos dos artículos de Hannah Arendt. Aun así, hay problemas que siguen vigentes como la aceptación de nuestras diferencias y el papel actual de la política. Es cierto que en el mundo occidental se ha aceptado que hay hombres y se ha apostado por la política para organizar la subsistencia a través de organismos internacionales (OTAN, Unión Europea) o del propio Estado del Bienestar. Sin embargo, esta aceptación de la diversidad no se aplica hacia los “otros mundos”. De hecho, los últimos fenómenos que han ocurrido en el mundo árabe o la inmigración así lo demuestran, ya que se han interpretado desde nuestros propios parámetros (mayo del 68, inmigración “ilegal”...). Así, el hombre se ha convertido en los hombres occidentales, lo que lo convierte en el hombre para nosotros y excluye a los demás.

martes, 3 de mayo de 2011

El fanatismo justiciero

“Todo el mundo tiene derecho a un juicio justo” es una de las frases más populares de las series televisivas. Esta expresión ilustra un concepto de Justicia que, huyendo de la venganza, se basa en el respeto a los derechos del individuo y del procesado que va más allá de los prejuicios. De este concepto de justicia nace también la idea de que nadie “es culpable hasta que se demuestre lo contrario”, algo que resulta difícil de aplicar tal y como nos enseñó la película “12 hombres sin piedad”. En el sistema jurídico occidental actual es imprescindible mostrar con pruebas concluyentes que alguien ha cometido un delito. Es una obligación tan socializada como que todos tenemos derecho a un abogado para defendernos. Otra cosa es que todos tengamos un acceso igual y que estos supuestos se lleven a la práctica. En esta misma línea, otro gran avance fue conseguir que estos derechos, y otros tantos que figuran en la Carta de los Derechos Humanos, se convirtieran en inalienables a la persona y, por lo tanto, en universales con lo que esto conlleva: todos tenemos derecho a un juicio justo, a ser inocentes hasta que se demuestre lo contrario... Sin embargo, la aplicación de los Derechos Humanos dista mucho de ser universal hoy día. En muchos estados del mundo, el único derecho que existe es el de la obediencia y sumisión a un poder teocrático o totalitario que invade hasta la vida personal del individuo. Y contra eso, se supone, luchan los países occidentales o democráticos.

Ayer me enteré tarde la gran noticia. Las palabras de Obama sonaban solemnes “hemos matado a Bin Laden”. El tan buscado as de la baraja del ejército americano había sido encontrado en Pakistán y asesinado a manos de un cuerpo de élite del ejército americano. Las calles de Estados Unidos estallaban de júbilo. En la Zona Cero la gente gritaba y celebraba la muerte del enemigo número uno de Estados Unidos. “Se ha hecho justicia” pensaron muchos americanos. De hecho, en España, el Partido Socialista Obrero español es de la misma opinión y afirmó que “se había hecho justicia por las víctimas de 11-M y del 11-S”. Los líderes de los dos partidos mayoritarios españoles también se han felicitado por esta muerte. De hecho, Bono ha hecho hincapié en que “no hay terrorista bueno” y ha resaltado que “el mundo respira hoy más aliviado” por esto. Elena Valenciano, en la misma línea, matiza que “aunque es una muerte, no deja de ser una buena noticia” y lo más hilarante, Francisco Camps que ha dicho que “todos los seres humanos de bien de todo el planeta y de los cinco continentes tenemos que estar cogidos de la mano para luchar contra el terror". El único juicioso ha sido Gaspar Llamazares que ha defendido que “el fin no justifica los medios. La lucha contra el terrorismo no puede ser el terrorismo de Estado".

Y es que resulta poco edificante escuchar a los dirigentes políticos de estados democráticos jactarse de asesinar a gente. Más aún, a un premio Nobel de la Paz que se nos vendió como una nueva forma de hacer política, pero que ha actuado de la misma manera que lo hizo el denostado George Bush. De hecho, hubiera sido bastante diferente si Obama hubiera anunciado que han encontrado a Bin Laden y que, a raíz de un intercambio de tiros, éste hubiera resultado muerto. Aunque fuera una excusa, desde el punto de vista ético sería distinto, ya que el asesinato no sería intencionado; sino fortuito. Esta declaración hubiera mejorado la imagen de los Estados Unidos y del mundo occidental, más aún después de explicar que el cadáver del saudí ha sido arrojado al mar para evitar que su tumba se convirtiera en un lugar de culto. De hecho, los hechos recuerdan al asesinato del jeltzale Jesús Galíndez a manos del dictador dominicano Trujillo. Y es que los sucesos acontecidos parecen propios de estados totalitarios que de estados que se dicen garantes de los Derechos Humanos. Lo lógico debería haber sido que Osama Bin-Laden hubiera sido juzgado y luego condenado como cualquier otro ciudadano del mundo. Ante los ojos de la imparcial Justicia todos somos iguales, lo que dista de jactarse y felicitarse del asesinato de una persona, aunque sea el del cerebro de las matanzas del 11-S y del 11-M, lo que no es propio de líderes de estados democráticos. Al final, estos actos deslegitiman al propio sistema democrático ya que lo sitúan a la misma altura que cualquier sistema totalitario. ¿Quién puede decirle ahora a un palestino que el fin no justifica los medios? ¿Y quién puede explicarle a un talibán que hay que tratar igual a los demás?

El asesinato de Osama Bin-Laden y el posterior jolgorio que se ha organizado alrededor son perjudiciales para nosotros mismos. Sin un sistema igualitario y de garantías es imposible desarrollar una democracia. De hecho, esto resulta imposible si los propios ciudadanos no lo impulsamos y no creemos en ello, ya que no es posible defender nuestro sistema si somos incapaces de ponerlo en práctica con los demás. Si, como sugiere Hannah Arendt, la libertad se realiza “entre personas” y el sentido de la política debería ser la libertad, ¿qué clase de libertad defendemos y qué clase de política proponemos con este asesinato? ¿No será que nuestra democracia está herida en la base? Por otro lado, si la Justicia está separada de la venganza y esto se ha interiorizado en los sistemas jurídicos que imperan en Occidente, ¿a qué vienen las celebraciones populares? ¿No somos pueblos avanzados y civilizados? Nosotros, los occidentales, racionales y civilizados, también odiamos (con razón o sin ella) y ejecutamos vilmente. Al fin y al cabo, quizás resulte que no somos tan diferentes a los palestinos que celebran en las calles el asesinato de israelíes o de los iraquiés que se congratulan cada vez que un soldado americano fallece.

*Hoy curiosamente ha ocurrido que José Bono, que celebró la muerte de Osama Bin- Laden, ha impedido la entrada al Congreso de los Diputados a candidatos de Bildu, plataforma en la que hay ciudadanos que rechazan el empleo de la violencia para conseguir fines. Lo ha hecho acusándoles de terroristas, cuando él mismo ha defendido el terrorismo. Este es el dolor de la democracia, un dolor que parece perpetuarse por la falta de ética de sus dirigentes.