miércoles, 31 de diciembre de 2014

2014

Persistir en los errores, perder la cabeza; el control (alcohol, alcohol, alcohol...), tener altibajos, con más bajos que altos; que salga todo mal o que, simplemente, las cosas no salgan. Querer darlo todo y quedarse a mitad de camino o hacerlo sin sacar nada en claro y poco en positivo. Ir hacia adelante dándote cuenta de que cada paso te deshace como persona; que hay algo que vas dejando en el camino; una marca o, quizás, una parte de ti que se separa para siempre (y los complejos crecen). Hacer las cosas bien con una mano para destruirlo con la otra... Dar vueltas a uno mismo y perderse (el viaje está en uno mismo...), obsesión, obsesión, obsesión...

 La verdad no sé cómo resumir este 2014, pero cuando las cosas no salen; no salen, y eso genera frustración y desasosiego. Quizás Martín podría haber hecho más, o mejor, puede que debiera haber cortado a tiempo o que debía haber perdido definitivamente la cabeza en un ejercicio de romanticismo brutal; en un ejercicio poético que consistía en saltar sin red no sé cuántos metros solo por algo que no iba a salir bien, pero que le consolaría ante los ojos del mundo, ya que podía decir "yo por lo menos lo he intentado". Quizás Martín hizo eso. Quizás realizó esa pirueta poética y se lastimó; y se frustró porque no sintió todo lo que dio. Al final, el romántico es que el que hace las cosas sin querer recibir nada a cambio y, sobre todo, sabiendo que no va a rentabilizar el esfuerzo y además no le importa. Es algo más que una pose, es bastante más que una pose porque significa implicarse; disfrutar y sufrir y no ser un mero expectador, y Martín se implica.

Ya es tarde. 2014 se acaba y viene 2015 y Martín debe reflexionar si persistir en este obstinado camino que empezó en 2013 o aprovechar los brotes verdes de 2014 (algo de imaginación, decir tonterías, nadar...) y procurar aprovecharlos junto con sus amigos y familiares que son, de largo, con quienes disfruta. Puede que así sea capaz de realizar sus sueños y vivir alegre sin tener que irse a tomar un respiro al otro lado del mundo. Eso sí, no olvide que es ser él mismo (su forma de ser, su manera de actuar) lo que le hace persona y lo que hace que los demás le aprecien. Que no lo olvide.

Urte barri on danori!!! Feliz año nuevo!!!

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Una película: ...

Una canción: Harra (Berri Txarrak) 

Un libro: Hnuy illa nyha majah yahoo (Joseba Sarrionandia) 

Un disco: Supernova (Kerobia) 

Un mes: 1 al 3 de agosto 

Afición: Leer

Un concierto: Gatibu en fiestas de Donostia

Una frase: "Anitz maite duenak anitz sofritzen du"/ "Quién mucho ama, sufre mucho" (Xalbador) 

sábado, 30 de agosto de 2014

Una suave brisa en la oscuridad

Una suave brisa sopla entre los árboles y la oscuridad traga todo lo que encuentra a su paso. En la montaña, solo una luz hace frente a la noche mientras Fermín está sentado en su viejo taburete escuchando como cada noche la radio. No hay nadie más entre las cuadro paredes de piedra; solo Fermín, su radio y el lento crepitar del fuego que suenan como un susurro en el inmenso silencio de la casa. Unas veces conversan y otras simplemente escuchan al viejo transistor que les cuenta qué ocurre en un mundo cada día más extraño.

Es tarde ya y Fermín apaga la radio para dirigirse a la cama. La oscuridad engulle a su pequeño caserío que ya no se puede distinguir desde el mar. Tras poner el despertador a las 7:30, Fermín deja las gafas en la mesilla y mira fijamente una foto en blanco y negro mientras intenta recordar. Después, cierra los ojos y revive como cada noche ese viejo trozo de papel. Ahí está Fermín con sus amigos Martín y Pedro, a los que saluda efusivamente, y también está, aunque solo la vea por el rabillo del ojo, Margari. Está más guapa que nunca, con un vestido blanco con puntos azules y un pañuelo de colores que resalta sus ojos verdes y su brillante sonrisa. "No me sueltes nunca", le pide Margari mientras le acaricia la mano. "Nunca jamás", le contesta Fermín otra vez más mientras salen a bailar. Una pequeña lágrima asoma por su arrugada mejilla.

Como cada noche, una diminuta luz brilla en la montaña. Es la sonrisa de Fermín que revive otra vez más esa foto en blanco y negro e ilumina su solitario caserío con esos momentos guardados en un papel para no olvidar jamás que algún día él también fue feliz, mientras la radio le recuerda que su vida es solo una suave brisa que sopla entre los árboles en busca de paz.

viernes, 18 de abril de 2014

Para vivir así, mejor no vivir

Yo era un chaval normal. Acababa de terminar Derecho, estaba sin trabajo y un poco perdido. Lo que había hecho hasta ahora no me llenaba y decidí probar algo nuevo por lo que envié mi currículo a un bufete ecologista. Era algo diferente y que siempre me había llamado la atención. Tuve suerte y me cogieron para unas prácticas. Sin embargo, poco antes de empezar me ofrecieron un contrato en una asesoría. Me daban un buen sueldo y un buen horario. Lo consulté en casa. Me dijeron que me fuera a la asesoría, que allí tendría la vida resuelta y que si quería que ya salvaría el mundo en mis ratos libres. Acepté el consejo de mis padres y comencé a trabajar en la asesoría.

El trabajo que me ofrecían era sencillo: rellenar y revisar papeles judiciales. Nada complicado. La gente de la oficina era muy agradable y hasta tenía tiempo de coquetear con una secretaria rubia que se sentaba al final del despacho, justo al lado de la máquina de refrescos y con la que aprovechaba la mínima ocasión para hablar con ella. No tenía razones para quejarme: yo tenía un futuro, mis padres un quebradero de cabeza menos y la rubia una excusa para divertirse. Además, mi jefa estaba satisfecha con mi trabajo y me lo mostraba. De hecho, todos estaban contentos menos yo, que notaba que me faltaba algo. No sabía muy bien qué era, pero no era la primera vez que lo sentía. Notaba que los días se parecían los unos a los otros. Miraba por la ventana y los árboles cada vez me parecían líneas deformes. Las flores, qué idílicas ellas, eran en blanco y negro y no distinguía una suave brisa del aire del ventilador.

No sabía qué hacer. La idea de dimitir ni se me pasaba por la cabeza. Solo pensar en la cara de mis padres me daba pánico. Iba a ser una decepción para ellos que habían querido siempre lo mejor para mí. Qué decir de mi abuelo, que me consiguió la entrevista. ¿En qué posición quedaría ante sus amigos? Lo único que sabía es que para vivir así, mejor no vivir. Era una frase que se repetía en mi cabeza, pero que parecía demasiado solemne para que me la creyese. Sin embargo, todos los días me retumbaba hasta que un día vi la luz y decidí que para vivir así, mejor no vivir. Así, cogí una cuerda y me fui al puente de al lado de mi casa. Até un extremo de la soga a la barandilla y con el otro rodée mi cuello. Guardé en el puño la nota que había escrito a mis familiares y amigos para agradecerles los servicios prestados y me subí a la barandilla. Miré al vacío y me asusté. Pensé que estaba loco y quise dar un paso atrás, sin embargo, resonó en mi cabeza "para vivir así, mejor no vivir" y tomé la valentía suficiente como para pegar un saltito al vacío con tal mala suerte que hubo una mano que me cogió del brazo tan majestuosamente que consiguió agarrarme sin que la soga ni siquiera rozase mi cuello.

Después de aquello entré en conmoción. No recuerdo mucho, solo que vino una ambulancia y me llevó mientras gritaba y pataleaba "para vivir así, es mejor no vivir" y rogaba que me dejasen morir. Luego creo que me dieron un calmante o un puñetazo, no sé la verdad, y llegué al Sanatorio Mental desde el que escudriño la pequeña historia de mi vida mientras espero a que un psicólogo me diga si el problema lo tengo yo o el mundo. A decir verdad yo ya tengo mi diagnóstico: para vivir así, mejor no vivir. Doctor, déme una pastilla. Quiero dormir. Para siempre.