lunes, 19 de noviembre de 2018

La sonrisa de Martín


El otro día Martín me tocó al portal. Por fin había hablado con la chica. Debió ser una conversación muy fructífera, porque no paró de hablar durante todo el paseo. Se dio cuenta de que se la había metido con sacacorchos, aunque se quedó con las ganas de quedar con ella. “Soy un cabezón”, me confesó. Casi le abrazo. Llevamos un montón de años repitiéndoselo y ha tenido que verse en el espejo para darse cuenta. Luego me dijo que era por sus inseguridades. “Hablando con ella, sentí como si hubiera cogido un atajo y hubiera llegado al fondo de mis problemas”. “¿Qué quieres decir con eso?” le pregunté. “Que es la hora de que me enfrente a mis inseguridades, hoy y ahora”, zanjó. Lo afirmó seguro, “tengo ganas y voluntad, ahora sólo falta paciencia y acertar, lo voy a conseguir”.

Durante el tiempo que estuvimos le noté bien, tranquilo, aunque me decía que alternaba ratos tristes. “Me da pena que no haya salido, me cuesta mucho conocer a chicas así”, se lamentó. En esos momentos le venían recuerdos, recientes y antiguos, y todos tenían un patrón: se sentía seguro. “Ese es el objetivo”, añadió. Martín sabía que el proceso iba a ser largo. Ahora estaba en un momento más bajo, pero sabía que con paciencia y tesón vendrían los ‘altos’. También me confesó que echaba de menos sentirse deseado, “a todo el mundo le sube la moral”. Antes de irse dejó una última reflexión: “tengo una vía abierta, pero para saber si quiero cerrarla o embarcarme, antes tengo que estar seguro de mí mismo”. Hablaba de tener pareja. “¡Tantas vueltas para volver a los 15años!”, le contesté entre carcajadas. Y así nos despedimos. Yo me fui a casa y él a seguir con el paseo. Cuando nos separamos pensé que algo había cambiado en él, ahora sonríe.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Elogio al despertador


A mi vecino del A, por recordarme cada mañana que aún me queda media hora de sueño

Es muy agradecido ser futbolista, ejercer de estribillo en una canción o trabajar de nube en un atardecer. La gente es agradable contigo y aprecia tu labor. Se pega por sacarse fotos contigo y enseñárselas a sus amigos. Por el contrario, hay otros trabajos como ser policía, ejercer de váter o trabajar de servilleta en un bar que no tienen esa suerte. De entre todos, ser despertador es el más desagradecido. Es una labor colosal que requiere grandes dosis de sacrificio. Exige estar en vela toda la noche y no poder ni pestañear para no perder el ritmo. No solo debe despertar, algo terrible de por sí; sino que debe hacerlo cuándo y cómo se lo ordenen, sin miramiento. Si uno desea que lo levanten en cuatro horas a golpe de buzzer, debe cumplir con lo pactado. Por mucho que le duela la cabeza, por mucho que sepa que le está haciendo una faena. Al despertador siempre se le recibe con mala cara, incluso a golpes. Suena y suena, aunque que no le hagan caso. ¿Se imagina tener que llamar a su jefe cada mañana a las nueve en punto y no le contestase hasta la quinta?

Como ocurre con las cabinas telefónicas, la situación de los despertadores es complicada. Los antes elegantes despertadores, con sus agujas, su tic-tac, y sus dos antenitas, parecen cosa del pasado. El cambio ha sido gradual. Primero fue una señal de decadencia: el enchufe o la pila sustituyeron al agradable ejercicio de dar cuerda. Le siguió un mal negocio: su fusión con la radio. Luego llegó el destierro: la minicadena. El despertador perdió su nombre y le pusieron ‘Clock/ Timer’. Siempre he pensado que fue un caso de celos. La radio y el CD se consideraban amenazados por el despertador y lo condenaron al ostracismo. Por último, la estocada: el despertador es hoy una aplicación más entre las ‘alarmas’ del móvil, y sin icono propio. Una humillación.

Estamos ante el fin de una época. El mundo cambia y todo se integra en el teléfono, hasta los despertadores. Es algo inevitable, como el paraguas en primavera. Por eso, quiero homenajear desde aquí a ese trabajador incansable y recordarle a mi vecino que el despertador merece un trato digno. Que con que suene una vez ya basta. Que si no se despierta a la hora, que no es mi problema.