viernes, 29 de enero de 2010

Cosas de interés

El reciente fallecimiento de J.D. Salinger ha provocado que otra vez miremos a este personaje enigmático. El autor de El Guardián entre el centeno rehuyó durante toda su vida la fama que le persiguió por su obra. Era un hombre talentoso que no quiso tener una vida pública ni vivir de ella. Postura modélica en una sociedad en la que el poder corrompe los almas y el dinero las esperanzas. Un poder que muchas veces está copado por gente sin escrúpulos a quien no le importa descuartizar a su mejor amigo. Individuos con nombres y apellidos que son un peligro. Personas que son capaces de sonreír a alguien mientras le pisan, que no dudan en utilizar todos los medios posibles para conseguir su fin: el poder y a los que no les cuesta nada hacer cualquier cosa por conservarlo. Sólo somos un eslabón en su cadena.

Quizás por eso la gente está asqueada de la clase dirigente. Ven que es gente que sólo están por sí mismos, sin mayor mérito que la falta de ética a la hora de abordar los méritos laborales. Encima, parece que es nuestra culpa no confiar en ellos. ¿Es nuestra culpa ver cómo los debates pasan sin que haya cambio? Aún peor, los debates son cada vez más huecos, ya que cada uno dice lo que quiere sin basarse en la realidad; se basan en los cálculos de poder. No importa que no sé cuántos trabajadores vayan a la calle si la empresa no cierra; lo que importa es que consumamos para que la economía se reanime. No importa que la audiencia baje, lo que importa es que haga carrera cumpliendo las órdenes de mis jefes. Sean las que sean, como si fuera un robot. Lo peor es que hay poco que hacer, porque, aunque no vaya a votar ni milite en partidos casi nadie (sólo quedamos cuatro idealistas), son los partidos políticos quienes controlan el poder público. O peor, son las empresas quienes se están haciendo con ese poder. Y a ellas no tenemos la oportunidad de elegirlas. Es hora de que el Estado actúe para acabar con el monopolio empresarial. No puede ser que el Estado siga con las mismas estructuras tantos años después. Más aún, cuando la situación exige cambios.

La ética es una quimera; un sueño al que apelan quienes se saben valiosos y se sienten perdedores. Aquellos que se vuelcan en un hobby que nunca les otorgará nada más que el reconocimiento de los suyos. Algo quizá más importante de lo que pensamos, porque, al final, son ellos los que estarán en la caída. Aunque a veces duela ver como un necio influye más, únicamente por ser seductor, es mejor el abucheo de quien te aprecia que el aplauso de quien te utiliza.

Noto desde hace tiempo que los mejores y los más valiosos están desaprovechados; los del interés mandan. Los que se dejan el cuello día a día pasan desapercibidos, mientras que los que se aprovechan de sus méritos los cacarean como si fueran propios. Así es la vida y hay que aceptarlo. Eso sí, que cada pastor se haga cargo de su rebaño, sin repartir culpas. Yo, de mientras, seguiré con mi camino lo más dignamente posible.

Descanse en paz Sr Salinger

lunes, 25 de enero de 2010

Emperifolladas

La biblioteca es un laboratorio sociológico como las tabernas, las clases o las discotecas. En él afloran diferentes partes de nuestro ser, desde el aspecto cognitivo hasta nuestras pulsiones sexuales. Suena extraño, pero la biblioteca suele ser una mezcla de ambas. Se supone que a la biblioteca se va a estudiar. De hecho, se acude porque en casa es imposible estar entre libros sin distraerse. Aun así, la distracción, al igual que las excusas, aparece en todos lados. Es una tentación. Cualquier cosa sirve para no estudiar. Nos entretenemos con cualquier cosa, desde hacer garabatos hasta reírnos por lo bajini con el compañero de al lado. También se puede renovar el blog. Sin embargo, el pasatiempos oficial es “fichar”. Fichar es, según la RAE: “mirar insistentemente a alguien con interés amoroso” y “anotar en fichas datos que interesan” y es lo que hacen muchos alumnos en las diferentes bibliotecas.

Para analizar este comportamiento hay que partir de dos factores; cualquier cosa es más entretenida que estudiar y la juventud es una época en la que las hormonas vuelan. Aparte, hay otro factor secundario: las mujeres van emperifolladas a la universidad y a los hombres nos encanta mirarlas y a ellas que les miremos. Por eso van arregladas, porque es probable que, al sentirse observadas, se afirmen guapas (cosa tampoco muy difícil a esas edades, ya que es realmente complicado ser feo de narices a los veinte años). Y es en ese momento en el que, como animales que somos, empezamos la guerra de miradas. Miradas que se cruzan y que exponen muchas cosas, pero que la mayoría de las veces no deja de ser un juego tonto de jóvenes. Son miradas furtivas.

La mirada es un juego en el que entramos todos, aunque cada uno lo haga a su manera. Hay quien está platónicamente enamorado/ enamorada de alguna compañera/ compañero de biblioteca, hay otros que se sienten atraídos sexualmente, otros que buscan compasión, entretenimiento y hay quien, desde el estoicismo asceta, intenta estudiar. Son los menos y los que mejor controlan su mente y sus impulsos. Es realmente difícil. Además, es difícil resistirse a mirar algo que es más agradable que un grupo de letras que tienes que aprender por obligación y que no te dicen nada. Más aún, cuando parece que te está diciendo “mira”. El problema reside en los comportamientos sociales que te impiden acercarte a alguien, aunque sea simplemente para hablar de el ladrillo que estás leyendo. El sexo mueve el mundo, más que el dinero. ¿O no?

sábado, 16 de enero de 2010

Caminando entre sombras

Caminas por la calle mirando a ambos lados. No ves más que parejas que se aman, se quieren. Te sientes solo, porque, mientras los tuyos se van, tú te quedas como siempre. Eres un observador. Anotas, describes, estructuras sus relaciones y las cuidas. Son un tesoro, pero no son tu tesoro. Un crío mira a su madre, sus ojos irradian felicidad. ¿Por qué? Y sigues caminando solo. Nadie repara en ti, pero tú sí en ellos. Te das cuenta de que importas, pero menos. Lo entiendes. Suena una guitarra, cuatro acordes que te recuerdan cómo eres. Has cumplido, eres el bueno que por eso fue tonto. Te acuerdas de aquellas chica. Qué tiempos. Si te hubieras acercado, ¿quién sabe? Pero por respetar te quedaste ahí y ello se quedó allá con vosotros. Luego se fue y tomó un camino diferente a los vuestros. Y no volvió.

Cruzas la diagonal. Un viejo amigo. ¿Cómo estás? Él está bien. Tú también. Sigues con tus fantasías; libros, películas, música. Describen tu estado de ánimo y te acompañan. ¡Grandes amigos! Él vive con su mujer. Esperan un hijo. Le van a llamar como al abuelo. Te alegras por ellos, se alegran porque te alegres. Es una alegría compartida, pero que te deja huérfano. ¿Por qué eres tan egoísta? Os despedís. Aceleras el paso. Nadie te sigue. La calle está llena de gente, pero no significa nada. No encuentras nadie para ti. No crees en eso, aunque mil ejemplos te digan lo contrario. “Se adaptan” piensas. Es quizás la realidad, pero hay algo más detrás. Algo indescriptible, pero que irradia un halo especial. Una pareja se besa. Se quieren. Les miras. El mundo parece que se acaba cada vez que juntan sus bocas. La incertidumbre del futuro no les atañe. Ellos están al presente y hacen bien. Disfrutan el uno del otro. Y si encima se quieren, aún mejor. Ya tendrán a alguien que les aguante los cambios de humor y las manías que tienen. Que tenemos todos.

Te convertiste en el hombre ideal. Tenías talento. Escribías, leías, eras respetuoso, atento y romántico. Demasiado bueno y demasiado idealista. Así te quedaste como te has quedado; un piso vacío, unas cervezas y un montón de recuerdos que endulzan tu porvenir. Conseguirás vencer la soledad, pero tu sabiduría, aquella que cultivas en tus momentos de asueto, te llevará a comprender que este mundo es tan complejo que no sabes si eres feliz o ingrato por haber nacido en el primer mundo. Incauto. Ahora, mientras diluyes tus recuerdos en un libro de poemas, recuerdas cuántas veces perdiste aquel tren por considerarlo demasiado perfecto para ti. Increíble para ser real. No digo que no te equivocaste, pero perdiste más por digno que por locuaz y mirando al futuro intenta gozar de los pocos buenos momentos que ofrece nuestro bienestar. Alimenta carne y espíritu, pero sin pasarse, ya que la vida es muy larga como para tirarla al traste por un amor fugaz.

martes, 12 de enero de 2010

Exámenes

Los exámenes son siempre época de estrés. El tiempo no da para más y cada uno se acuerda del que ha tirado a la basura, mientras se anima cuando ve que sus compañeros van igual o peor que él. Es el único consuelo, o autoengaño, que nos queda para sentirnos mejor con nosotros mismos y engañar a nuestra conciencia. Sin embargo, con los años uno se da cuenta de que no sirve que los demás penquen si uno penca. Ellos, como mucho podrán echar una mano. No obstante, nunca podrán sacarte las castañas del fuego, porque eso es responsabilidad de uno mismo. La responsabilidad demanda una madurez espléndida, ya que ésta aparece en los buenos y en los malos momentos (coge más peso en los segundos). Es la conciencia de que se ha hecho algo; el darse cuenta de la capacidad de actuar que tiene uno y las repercusiones que conlleva.

Como todo en este mundo, la conciencia aparece más en los malos momentos. En los buenos la vida fluye. En los malos, sin embargo, parece que se atasca. Es ahí dónde aparece la responsabilidad. Errar es de humanos y arrepentirse también. Uno puede equivocarse inconscientemente, pero ha de ser consciente de su error; sino éste no tendrá solución. Es la vida en su esplendor, sin error no hay solución ni aprendizaje. Como diría Mao-Tse-Tung “en el embrión de la victoria de las japoneses estaba su derrota”. Esta afirmación se transforma en el popular “no hay mal que por bien no venga” que tantos dolores de cabeza nos ha evitado. Aun así, para que el “bien” venga necesita de nuestra acción, de trabajo y esfuerzo. El “bien” no va a venir porque sí. Eso ocurre muy pocas veces y cuando ocurre es casual. Además, si lo esperamos lo habitual es que no aparezca y nos hundamos profundamente en un mar de sinsentidos y vanas esperanzas. Eso sí, no olvidemos tampoco que en el embrión del “bien” puede estar el “mal”.

Los exámenes son época de trabajo y esfuerzo. Algo poco valorado por nosotros que hemos nacido en comodidad. Qué felices fueron nuestros abuelos cuando trabajaban de sol a sol. Qué bien lo pasaban. Nosotros, sin embargo, somos infelices. No sabemos apreciar los momentos buenos que nos brinda la vida y que brindamos nosotros a los demás. Quizá porque no hemos vivido malos momentos de verdad. Sobre todo materiales. Me resulta imposible que nadie haya tenido jamás una crisis existencial. Todos nos preguntamos por cuestiones existenciales y al final llegamos hasta el final de la duda, ¿para qué estamos aquí? Estas dudas son consustanciales a nuestro ser y a una época fundada en el “pienso luego existo”, que se complementa con el “y opino”. Tenemos conciencia personal. Ahora sólo nos falta conciencia comunitaria y administrar el espacio/ tiempo a largo plazo. La vida es larga y los exámenes son únicamente una prueba más, hoy importante y mañana pasada.