jueves, 27 de mayo de 2010

Cómo somos (Un alegato humano)

Resulta curioso, a la vez que sospechoso, que ahora que la crisis agudiza, se expanda el fútbol a todos los días de la semana. Parece que el viejo paradigma romano del “Pan y Circo” funciona. Llega el Mundial y se acaban la crisis y el paro. El fútbol lo invade todo. Aparece en los medios hasta la náusea y seda a los ciudadanos. Este oasis durará hasta que a España se le elimine de la competición. Ahí volverá el complot del mundo contra “La Roja”, el “éramos los mejores” y los rumores sobre los fichajes del Real Madrid. Será la patada que devuelva a los españoles a la dura realidad de la Liga española. Qué aburrido es no haber humillado a los demás. La situación es desastrosa; no hay liderazgo ni soluciones claras y todo apunta a que España será el próximo Grecia si nadie lo remedia, pero mientras hay fútbol no importa. Los sindicatos no responden, la gente vive del “negro”, en Andalucía el PER es bajado a los 25 días por año y en Extremadura 8 de cada 100 ciudadanos es funcionario. Una oda al esfuerzo (y no lo digo por los funcionarios).

La especulación en el fútbol ha llegado a tal extremo que los equipos de fútbol gastan millones como si fueran fichas de Monopoly. Cristiano Ronaldo cuesta 96 millones de euros. Así, uno se entera de las deudas del Barcelona o del Valencia y se echa a temblar. Y muchos de estos equipos deben dinero a Instituciones públicas que, encima, les patrocinan. Todo esto mientras el Numancia, que cuida sus cuentas, está en Segunda división por no haber fichado “galácticos”. Es la escenificación del “culto al despilfarro” tan impregnado en España, un país que ha vivido mirándose al ombligo mientras Europa se desarrollaba cultural y económicamente. Se ha desechado la cultura del esfuerzo, de la reflexión y de la tenacidad y se ha adorado a ese “falso ídolo” del Carpe Diem. Este nuevo “tótem” nos ciega ante el abismo. Aun así, por mucho que se cierren los ojos; el abismo sigue delante y está dispuesto a tragar. El sistema de la hidalguía española, aquella que vivía de sus apellidos, está agotado. La globalización económica ha ofrecido al mundo una competición a muerte en la que la única regla es triunfar. Así se ha impuesto la obsesión por el “Just in Time” o la obsesión por llenar nuestros vacíos con baratijas.

Esta evolución se ha dado sacrificando las enseñanzas de nuestros mayores, no son más que un estorbo, y dándonos a dilapidar todo lo que su esfuerzo construyó. Crearon un Estado de Bienestar para que quién menos tuviera, cubriera las “necesidades básicas” sin necesidad de sacrificarlas y nosotros nos lo hemos cargado por pensar que el dinero era para siempre. Y, encima, cuales niños, acudimos a él en los momentos en los que el dinero escasea. Queremos que “Papá Estado” solucione nuestros problemas, como si las causas y las soluciones nos fueran ajenas. Pura cobardía infantil. Somos responsables de la crisis actual, como la seremos de la siguiente. Somos nosotros los que compramos “la casita en el campo”, los que nos tomamos aquellas vacaciones paradisiacas, los que nos gastamos lo que no teníamos. Nosotros nos hemos cargados las condiciones de vida que nos ofrecieron nuestros mayores; les hemos escupido y encima pedimos que nos solucionen los problemas. ¿No es desgraciado?

El punto más triste de este drama es que no hemos aprendido la lección. Mientras nos obsesionamos fútbol nos olvidamos de los problemas que hay afuera. Y quién dice fútbol, puede hablar de las series como Lost, de portales como Tuenti, Facebook u otras herramientas interesantes que llevadas al extremo alienan al ser humano. Hay que saber diferenciar al pasatiempo de la obsesión, lo malo en sí y la mala utilización. La tecnología lo invade todo, pero no por eso tiene que ser buena o mala; sino todo lo contrario, ya que depende del uso que nosotros le demos. Nosotros damos valor a las cosas.

Todos somos culpables de esta crisis. La deshumanización que hemos sufrido nos ha llevado a olvidar que sentimos y padecemos. Hemos sido nosotros los que hemos abandonado el arte de la conversación, el paseo por el parque o de perder el tiempo mirando por la ventana. Somos nosotros quienes queremos amores de película o triunfos épicos y aborrecemos lo de “carne y hueso”. No queremos sufrir, ya que hemos nacido con la cicatriz del desaliento de nuestros padres. Por eso nos mostramos escépticos y apáticos ante la incertidumbre y nos centramos en los medios en lugar de en los fines. Es placebo.

Decía Hannah Arendt que “el verdadero espíritu puede ser destruido sin llegar a la destrucción física del hombre”. Cuando nos convertimos en máquinas y abandonamos nuestra espontaneidad dejamos de ser humanos. Es esa la principal diferencia entre los regímenes totalitarios del siglo XX y los del Antiguo Régimen. El nazismo, el comunismo o el franquismo consiguieron entrar en nuestra vida privada y obligarnos a comportarnos de una manera mecánica, negando nuestra naturalidad. Es lo que consiguen también los medios que orientan los debates: nos hacen ver lo de lejos y nos impiden apreciar lo de cerca. Una espiral que ahoga nuestro espíritu crítico y que, añadida al espectáculo que nos brindan, nos hace olvidar quienes somos.

Nola garen...

lunes, 24 de mayo de 2010

El "ser" y el "tener"

Sorprende realmente que un “dandy” como Oscar Wilde defendiese el socialismo. Quizás lo hizo porque desconocía que ese régimen se iba a convertir en una pesadilla para gran parte de la humanidad. La URSS, Camboya o Corea del Norte son un mal sueño. Representan la decadencia del hombre y eran un nuevo modelo de explotación de la humanidad. Esta vez las castas no eran económicas; sino políticas y el asesinato eran tan deformado que se convertía en un arma de Justicia. De hecho, la propaganda consiguió tapar los ojos al corazón humano y convertirlo en piedra. El totalitarismo logró deshumanizar al asesinado y reverenciar al verdugo; lo que convirtió al ciudadano en autómata del crimen. En aquellos tiempos tuvo que ser duro tener que elegir vivir entre la “represión” (fascismo) y la “revolución” (comunismo), que en el fondo no eran más que dos caras de la misma moneda. Es difícil encontrar un túnel en la oscuridad.

Oscar Wilde defendía que bajo el socialismo el hombre desarrollaría el “individualismo perfecto”. Algo paradójico para un régimen que subraya lo común y disuelve lo individual. Para el poeta irlandés es en el individuo donde se encuentra la perfección y el que debe desarrollarla. Wilde denuncia la propiedad privada porque lleva a que el hombre sea “lo que tiene” y no “lo que es”. Es ahí donde, en mi opinión, estriba lo más interesante de su obra. Y es ahí donde acierta al afirmar que Jesús pediría hoy día “ser tú mismo”, ya que en “el tesoro de tu alma” hay cosas “infinitamente preciosas” que “no te pueden quitar”. Se podría deducir que la clave de esta obra sería: “la belleza está en el interior”. Una hermosura que Wilde exigiría desarrollar para uno mismo y por uno mismo. Para ello pone como ejemplo al artista y postula que cuando éste hace un recargo se “desnaturaliza”. Asimismo, le exige que sea sordo a lo que dice el público y que cuánto más alto sea el disgusto de éste, mejor será su obra, ya que la opinión pública “no tiene valor”. Una alegoría a la identidad propia y un alegato en contra del condicionamiento social.

Estos no son los únicos puntos interesantes de la obra. Wilde también habla de Utopia: “el país en el que la Humanidad está siempre desembarcando”. Es la apología del soñador perpetuo que lucha por conseguir lo que se propone. Toca también el tema de la piedad. Dice el poeta que somos solidarios con el dolor “por miedo a que nos ocurra lo mismo”. Quizás tenga razón, aunque la solidaridad exige estar “a las duras y a las maduras”. Es bien cierto que ser solidario con el dolorido no le va a quitar un ápice de su mal. Aun así, el no verse solo ante el abismo ayuda a afrontar el problema y puede, a la larga, ser un acicate para superarlo. Pero es verdad también que hay que estar también en el gozo. La alegría compartida es doble: primero, por uno mismo y; segundo, por compartirla con los demás. Es la dualidad.

“El alma del hombre bajo el socialismo” enseña que el cambio empieza por uno mismo. Estoy convencido de que si empezásemos a valorar lo que somos es el fin y a considerar que lo que tenemos es un medio, seríamos mucho más felices. La belleza interior nadie nos la puede hurtar; no es un bien tangible. Pero hace tiempo que perdimos el norte. Estamos decididos a convertirnos en lo que representamos; sin saber diferenciar ese triunvirato entre el “ser”,el “parecer” y el “tener”. No puede ser que “el pasado es lo que el hombre no debió haber sido”, el presente “no tiene importancia” y que el futuro lo que debamos ser. Sin pasado no hay presente, sin presente no hay futuro y sin alma no hay humano; hay un monstruo.

Para el que tenga un rato: El arte del hombre bajo el socialismo.

martes, 18 de mayo de 2010

"No sé volver"

Jokin salió de casa a la biblioteca a las 9 de la mañana. Era un día soleado, de los paradisíacos en los que ansias ir a la playa. Pero él no podía ir, se dirigía al duro estudio. Tenía dos exámenes y un trabajo. El tiempo no le sobraba. Por eso, se mentalizó para aprovechar el tiempo lo máximo posible. Ya tenía hecho el calendario cuando se sentó en una mesa. Estaba solo con demás gente. Cogió los apuntes y los colocó en la mesa. Llegó el primer bostezo y con él, el recuerdo de la añorada cama. ¡Cuánto la echaba de menos! Quería volver. Sin embargo, sabía que tenía que evitar esas ensoñaciones porque tenía que recuperar el tiempo que había perdido. Juró que daría cualquier cosa por tener un día más para estudiar más tranquilo, mientras que se lamentaba por dejar todo para el último momento. Segundo bostezo, este de resignación por no haber cambiado.

Pasaban las horas y poco a poco iba cogiendo el tono. Pasaban también las hojas y las cosas empezaban a cuadrar. Jokin relacionaba unos temas con otros y al final les sacaba una ilógica lógica que le hacía recordar qué tenía que responder al día siguiente. Súbitamente, como ocurría siempre que se concentraba, perdió el hilo. Sintió una punzada en la vejiga: era orín. Raudo, se levantó de la silla y avanzó firme hacia la puerta que abrió con mirada desafiante a las chicas que cruzaba. A ellas les daba igual que pasase, cuchicheaban. No obstante, para Jokin era importante “pasar de ellas”. Quería mostrar que era asceta y creerse que estaba centrado en el trabajo. No era así, estaba más a que creyesen que lo estaba que al trabajo en sí. Luego, dio a la bomba y salió del baño. En la puerta, se encontró con Maite. Estuvieron hablando. Comentaban los entresijos de la asignatura y lo enrevesada que era. Al lado, una pareja se daba el lote como si el mundo se fuera a acabar. Jokin sugirió la idea de una espátula. Maite le sonrió y Jokin se creyó ingenioso. Volvió a sentarse. Flotaba.

Llegó la hora de comer. El estómago de Jokin aullaba. Comió y departió con dos compañeros rezagados que estaban tan apesadumbrados como él. Se lamentaban de no merecer tal suplicio mientras que comentaban la jornada liguera y arreglaban el mundo. En fin, se daban ánimos para no caer en la depresión nerviosa previa de los exámenes que convierten el mundo en un pozo negro de ansiedad y libros. Eran gente apacible. Además, con sus chistes y ocurrencias habían exaltado a las chicas que había sentadas detrás. Ellos no lo sabían, pero las mujeres pensaban que los chicos estaban como cabras. Y no se equivocaban. Uno había sugerido hacer la presentación de un trabajo en calzoncillos, mientras otro defendía dejar la taza del váter levantada como símbolo de insumisión al poder femenino. Era este, y no los exámenes, quién preocupaba a los jóvenes. Jokin lo sabía, por eso lo disimulaba.

Más tarde, cada uno se fue por su lado. Jokin volvió al sitio. Sintió como los dos platos y los dos yogures hacían efecto somnífero en su estómago y entró en un estado de trance en el que luchaba por no cerrar los ojos. La lucha fue dura, pero al final venció Jokin. Aun así, perdió tres cuartos de hora en la batalla. Todo un mérito. No sabía que el suplicio venía ahora: tenía que estudiar lo que le faltaba y hacer el trabajo. Además, estaba seguro de que sus compañeros lo iban a hacer mejor que él. Sabía que era difícil ser más vago. Así que se puso a pasar páginas mientras miraba alrededor. Había gente cuchicheando, mujeres, parejas estudiando de la mano (extraña manera), el bibliotecario que estaba harto de los arrumacos, mujeres, un amigo al que saludó y más mujeres. Al final, Jokin se centró y se puso al trabajo.

Tras dos horas sin parar salió a tomar el aire. Estaba perdido. Se sentía pesado, pero ligero al mismo tiempo y la temperatura de la cara era la de una cafetera y la de las manos la de un congelador. Andaba dando tumbos. No sabía dónde estaba el norte ni el sur. Se encontró a un amigo. Le dijo que la publicidad le salía por la cabeza y comenzó a andar. Cruzó todo el pasillo exterior y luego siguió por la cuesta. Salió de la Universidad y se dirigió recto hacia el mar. Pronto dejó atrás la Estación de Tren y se plantó en la Playa. De ahí siguió andando hasta la antigua plaza de Toros y dio vuelta a la playa. Estaba anocheciendo. Decidió seguir recto y cruzar el casco antiguo de la ciudad. En el camino comió algo o eso recuerda. Estaba como ebrio. Luego siguió a pie hasta la otra playa. Ahí sintió un pinchazo en el estómago y se sentó. Jokin se relajó y quedó somnoliento. Cayó seco. Empezó a luchar entre el consciente y el subconsciente. Pensaba en ciclismo mientras abría los ojos. Era una sensación extraña; sentía una realidad virtual. Estaba cómodo y se durmió.

La gente pasó sin darse cuenta de que ahí estaba Jokin. Amaban tanto su playa que eran incapaces de reparar en aquel elemento ajeno a la idiosincrasia de la ciudad. Era como si aquel cuerpo formase parte de la arena de la playa. Al de un rato un policía municipal se acercó. le tocó con la mano y le susurró algo al oído. Jokin se despertó entre bostezos. Era un hombre nuevo. El policía le preguntó a ver dónde vivía; Jokin le respondió “no sé volver”. Había perdido la noción del espacio y del tiempo y dijo lo primero que tenía en la cabeza. Estaba tan relajado que se sentía mareado. No recordaba estar en la playa. Pronto se levantó y se dio cuenta de lo ocurrido: había dejado todo en la biblioteca y, encima, tenía el ordenador sin la batería puesta. Se acordó de “todo lo acordable” y con paso ligero volvió por el paseo hasta su casa. Pensó en lo rara que es esta vida que te da tregua cuando menos quieres antes de afrontar la batalla final.

viernes, 14 de mayo de 2010

Consumir tanto, ¿para qué?

La confusión de los medios con los fines nos ha llevado a un estado en el que el dinero se ha convertido en el objeto más cotizado de la sociedad. Es el tótem al que todos veneran, el nuevo Dios y el Estado ese nuevo padre que ha de protegernos de las rabietas divinas. La fragmentación interna del ser humano, más allá de su simple división interna, le hace consciente de este hecho, pero le ciega ante sus actos. Se sabe que vivimos apegados al billete y a la moneda, que todo está encaminado al consumo. El valor del dinero se ha absolutizado al mismo tiempo que se ha relativizado el goce que nos proporcionaba. El ser humano es consciente de esta inversión de valores, pero no lo refleja en sus actos. Hay una frustración general, un susurro en el viento que que nos hemos perdido en este caos de valores, medios y fines. La cantidad de mensajes que recibimos diariamente ha agudizado esta sensación de pérdida. Su falta de jerarquización y categorización, encima, nos ha hecho zozobrar en un mar de incertidumbre. ¿Qué pasará mañana? Es el precio de la era tecnológica y del acceso al universo de datos que suponen las nuevas tecnologías.

La escala de valores que regía a generaciones anteriores se ha disuelto en una marabunta de referentes que vagan por el inconsciente social haciéndonos creer que somos impermeables. Pensamos ser más independientes de lo que somos; creemos que la interdependencia es una quimera y no nos damos cuenta de la influencia que hacen los demás en nuestro ser. La libertad está por encima de todo; una libertad restrictiva e incisiva: que nos recuerda que somos libres para decir lo que deseamos, pero que nos hace sordos ante las aportaciones de los demás. Creemos tener la razón. Es un egocentrismo generacional. Pensamos que hemos vivido todo sin haber vivido nada. No tenemos una cultura del sufrimiento profundo o del gran esfuerzo. Tenemos la obsesión por el “aquí” y el “ahora” que nos ha hecho perder la perspectiva del tiempo. El presente lo invade todo; “carpe diem” es el grito de guerra. La comodidad nos ha invadido y así despreciamos de manera indirecta el esfuerzo de otros sin antes haber intentado comprenderlo. Todo lo que ocurre, sea malo o bueno, tiene sus razones y sus causas. No hemos avanzado, nos han empujado y no queremos verlo.

La actual crisis es una buena oportunidad para reflexionar sobre el camino que llevamos. El modelo actual es insostenible. La ansiedad por el “Just in Time” agotará a los trabajadores y eso lo pagaremos los jóvenes. No vemos el peligro que tienen los recortes sociales que proponen las instituciones internacionales como el FMI o el Banco Mundial. No somos conscientes de que los Estados cada vez tienen menos peso y de que son las empresas, que no tienen unos fines humanistas; sino mercantilistas, las que están tomando el poder político en esta comunidad humana. Certificamos que este bienestar es para siempre y no decidimos quién dirigirá nuestras vidas. Nuestro poder social se ha diluido en esa salsa difusa llamada mercado que no es más que una vuelta a la ley de la selva sólo que con apariencia civilizada. Y nos resignamos.

Ya no importamos. Los seres humanos somos un número con una carga de trabajo que tiene cumplir con las necesidades del mercado. Vivimos inconscientes en una rueda que gira con nuestro esfuerzo, pero que nos es ingrata. Nos han desnaturalizado; el primer paso de la destrucción del sujeto. Nos han hecho creernos humanos, dejando de lado al “ser”. Nos han obligado, y hemos aceptado, confundir el bienestar económico con el social; como si el crecimiento de la economía de un país significase un reparto justo de esos beneficios. El trabajo antes estructuraba a la persona; ahora la agota. No hay ilusión ni productividad; ni sensación de que el trabajo es una necesidad natural. Tenemos que amueblar nuestra cabeza, ya que vacía se autodestruye. Por eso, cada vez que nos quieran confundir el bienestar con el mercado y nos pidan consumir, habrá que pensar: ¿para qué?

Somos cómplices de este desastre.

sábado, 8 de mayo de 2010

"Ze ondo bizi giñan!"

Askotan atzera begiratzeak ez digu onik egiten. Orain baino hobeto bizi ginela pentsatzen dugun arren, amets infinitura bultza gaitezke gogoeta horrek. Hori oso arriskutsua da. Baliteke bai, errealitate ustelean eskegita egotea. Aitzitik, hori horrela izateak edo ez izateak, ez gaitzake asko lagundu gaurko oztopoak biharko baliabide bilakatu daitezen. Iragana joan zen eta etorkizuna jokoan dago; beti orainaldia zubi etengabea dela presente izanaz noski. Hori dela eta, ezin dugu egun guztia iraganera begira igaro, “ze ondo bizi giñan!” bezalako amets galduei so, denborak jango baikaitu bestela. Lo naturalaren zartadak pairatu behar ditugu; kosta ala kosta. Bizitza ez da sinplea ero erraza izaten. Izaki, izate edo izaera oso konplexuak dira eta guk geuk ez ditugu geure mugarriak ondo finkatzen; bizitzen irakasten ez digutelako. Egunero, mundu honetan bizi-irauteko klase magistralak jasotzen ditugu eta bide okerraren sarrerek bide egokiarenak baino politagoak dirudite. Lilurakeriaz estalitako harrerak besterik ez dira! Denboraren joanean, bide argia zena ilundu egiten da eta itzalen artean amatatzen gara egonezinera iritsi arte. Gauzak nola begiratu ez digute esplikatu. “Disfruta ezak!”, esan ziguten, baina inork ez zigun galdetu nola gozamenik nahi genuen, ze motatako gozamenik nahi genuen. Horrexegatik, gaurko poza, biharko tristura bilakatzen da oso maiz.



Denbora neurtu behar dugu. Oso gazteak gara eta oraindik bidea egiteke dago. Oztopo handiak aurkituko ditugu, bai, baina arestian aipatu bezala, bizitzen jarraitzeko traba horiek gainditzea beste erremediorik ez zaigu gelditzen! Orain, bizi edo iraun egin nahi dugun hautatu behar dugu. Aukera erraza ematen du, baina uste dugun baino askoz sakonagoa da. Pasibo ala aktibo? Ze jokabide hartu? Gehienok aktibo aukeratuko genuke, baina aldi berean, pasibo jokatu. Guzti horrek, geure baitan hausnarketa sakona bat egitea eskatzen du. Hori, berandu baino lehen etorriko zaigu. Egunak zenbatu, kontatu ea zertarako bizi zeran asmatzen duzun. Galdera ez da erraza eta erantzuna, hil arte ez daiteke aurkitu! Inguratzen gaituen maitasuna eskuekin ukitu nahi dugu. Nik baldintza guztiak sortu beharko nituzkeela badakit. Lan nekeza! Lotsak edo ganora faltak ahalegin berezi bat eskatzen dit. Koldar ausarta? Agian, baliteke. Dena den, bizitzaren ikusle soiltzat dut ene burua. Besterik irakatsi ez zidatelako, liburu eta besteen istorioetan ezkutatzen naizelako... Koldarkeriaz koldarkeria nire bizitza eraiki dudalako besteen bizitza bizi nahian. Niri begira egoten naizenetan ze egin dezakedan galdetzen naiz. Erantzun asko ditut, baina ez didate balio; nik entzun nahiko nukeena ez baitut aditzen. Horrexegatik, kexatu baino lehen, isilik hobe nago!

PD: Eskerrik asko Aitor!

miércoles, 5 de mayo de 2010

Apología a la vida

Los crímenes de Marta del Castillo, la alerta por los violadores, el peligro “terrorista” han reavivado la cadena perpetua y hasta la pena de muerte. Ha sido gracias a los medios que nos han hecho creer que a nuestras hijas les van a violar, que a un magrebí nos va a robar la cartera y que un día acabaremos bajo tierra porque un señor con barba y mala leche nos ha puesto una bomba. Suena a broma, pero así es. Abres un periódico y no hay más que noticias luctuosas. En los informativos más de lo mismo. Sólo parece que existe la cara amarga de la vida, ya que la cara alegre sólo está disponible para los ricos de Hollywood y faranduleros varios que llenan las aburridas “sobremesas”. Es como si quisieran que nos reflejamos en su lujo para envidiarlos y resignarlos por no poder ser ellos. Qué vida más triste, porque encima nos quitan el porno.

La pena de muerte parecía algo caduco. Era lo último que nos unía a nosotros, sociedad democrática occidental, con nuestro “oscuro” pasado feudal y totalitario. El derecho a la vida era fundamental y creíamos haber tocado el cielo con las manos. Pero parece que nos equivocamos y que ahora que el sistema democrático se supone asentado vuelve a aparecer el fantasma de la justicia vengativa. Aquella que dejará el mundo lleno de tuertos. Porque justicia es reeducar y no es venganza. Creo que era el Lendakari Aguirre quien afirmaba con razón que quién quiere un minuto de justicia se venga y que quién quiere la justicia eterna perdona. Y aun así, seguiremos criticando a Estados Unidos por que en algunos de sus estados la pena de muerte siga en pie. Curiosos los europeos que nos creemos superiores a los estadounidenses pero que les copiamos en casi todo.

El derecho a la vida es fundamental. No creo que exista nadie que pueda juzgar quién ha de morir y quién no. Ese poder no existe en un mundo en el que todos somos iguales. Se puede decidir quién ha de ser castigado, porque ello ofrece otra oportunidad para reeducarse. No se puede, sin embargo, tomar decisiones drásticas y sin vuelta atrás, porque nunca sabes cuando te vas a equivocar. La vuelta al ruedo de esta temática muestra de nuevo que vivimos en una sociedad tan estresada que en cuanto algo falla; decide destruirlo. Es el mundo del “hoy y el ahora” que hemos construido y es insostenible. Pronto tendrá que caer, el problema estriba en que desconocemos si será mejor el que viene o el que se fue.

sábado, 1 de mayo de 2010

Saber administrar la frustración

–Et de longs corbillards, sans tambours ni musique,
Défilent lentement dans mon âme; l’Espoir,
Vaincu, pleure, et l’Angoisse atroce, despotique,
Sur mon crâne incliné plante son drâpeau noir.


(Charles Baudelaire, Spleen LXXVIII)

Si el otro día hablábamos de cómo administrar la esperanza, ahora, que las cosas han cambiado, toca hablar de cómo administrar la frustración. Cualquiera pensará que soy bipolar, pero yo le responderé que las condiciones cambian y que, lo que un día parece un perfecto horizonte despejado, al día siguiente se convierte en “un día negro”. La yaga sangra cuando alguien la toca y en ese momento el dolor es infinito. De hecho, duele más porque eres consciente de que mientras eres inconsciente seguirías con tu vida como si nada hubiera pasado. Es autosugestión. Pero a veces viene bien para respirar y hacer frente al problema. El día puede volverse negro, pero el siguiente puede ser soleado. Ves que la gente pasa por tu lado y te adelanta gente que debería ir detrás. La yaga sangra y te dueles, aunque no quieras. Porque cuando sangra lo hace mucho más profusamente que si estuviera doliendo todo el día. La piel está roja y el alma solloza clamando piedad. Quiere recordar el equilibrio perdido; aquello que había recuperado pero que se fue al intentar administrar la esperanza. Pecado mortal.

Juraste que no ibas a volver caer, pero lo hiciste. La ilusión te cegó el tiempo suficiente como rasgar tu piel y hacerte esa herida que cicatriza. Pero no hay “betadine” para el alma. Sólo el tiempo lo hará y de mientras buscas entre la basura colillas que fumar. Es duro seguir tu camino cuando ves que los demás salen adelante y tú, aunque lo hagas, no tengas la sensación de ello. Es injusto que teniendo tanto, deseemos lo que no tenemos. La contradicción principal, motor de nuestra vida, dicta a los sentimientos lo que tienen que hacer. Sinsabores y frustraciones que se juntan con la ilusión desesperada de quién, en un halo de inconsciencia, no quiere darse por perdido. La razón, perdida en el combate, no da señales de vida. Cada noticia es una punzada que reabre la herida. La esperanza se convierte en desengaño y al darle tantas vueltas, te mareas y pierdes el norte. Piensas que se lo pierde, y lo crees, pero sin la suficiente fe como para imponerlo en tu alma.

Ahora espero a que llegue el día en el que recuerde esto con una sonrisa. Ese día entenderé que supe administrar la frustración. Ahora, en cambio, recuerdo cuando tenía que administrar la ilusión en aquellas tarde de esperanza por redondear un buen año. Pero la vida es terca y los versos tristes del poeta maldito me recuerdan que la literatura puede sacar belleza de lo más hondo de nuestra tristeza. Lo duro es saber que en la realidad ese dolor no es curable tan fácil como se escriben unas líneas en las que se intenta explicar cómo administrar la frustración, pero sin saber con qué resultado ni qué pensarán los demás. Muchas veces es terapia personal, aunque no vengan mal unas pocas flores. La frustración es un sentimiento muy fuerte que te secuestra y que apaga las luces de tu alma dejándote en una penumbra de la que hay que salir. La oscuridad, símbolo de esa tristeza, se alimenta de tu ser. La esperanza, recogida en una esquina, planea volver de la mano de la ilusión a pintar un futuro digno de alguien que aspira a resolver felizmente su contradicción principal para crear otra en la que la frustración no aparezca.

Hoixe da dena, parkatu (Gorka Urbizu, Biziraun)