Con las últimas campanadas de la Puerta del Sol de Madrid muchos despedimos al año 2008 y, a la vez, recibimos al 2009 con los brazos abiertos. Como ocurre cada vez que hay un cambio, éste trae ilusión que se diluye a medida que pasa el tiempo. El año es más un artificio para medir la existencia que una realidad en sí. Ya que entre el 31 de diciembre y el 1 de enero hay el mismo espacio temporal que entre el 2 y 3 de mayo. No obstante, el ilusionarse es algo lícito y hasta necesario. Si no lo hiciéramos, estaríamos condenados a la resignación eterna. Necesitamos, de vez en cuando, evadirnos de esta realidad insípida y refugiarnos en nuestros sueños y deseos y, sobre todo, en la esperanza que nos hace seguir adelante. Un sentimiento que nos hace mirar al futuro como si éste nos deparase algo positivo y que nos hace creer que las cosas pueden cambiar. Aunque, no hay que olvidar que la realidad es mucho más complicada y más difícil de cambiar que nuestros sueños. El mundo no es algo alegre que se amolda a nosotros si no que somos nosotros los que tenemos que acoplarnos a lo que nos rodea. No podemos jugar a ser Dios porque caeríamos a la primera de cambio.
Este año no creo que cambie mucho en vida. No sé si afianzará mi posición actual o si cambiará totalmente. Soy escéptico. Sin embargo, mirando atrás me doy cuenta de que mi vida sí que ha cambiado. Se ha ido mucha gente pero ha venido otra, se ha ido un modo de vida, de salir, de relaciones y han venido otros. Me he transformado y he cambiado mi forma de ser y pensar. En general, he evolucionado. Aunque no sé si he ido a peor o a mejor. A decir verdad, hay cosas que me gustan más que antes pero también tengo problemas perpetuos.
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