lunes, 27 de abril de 2009

Cuba, Mayo del 68 y el MLNV

Cuba es el último reducto de los defensores acérrimos de los regímenes socialistas. Es el ejemplo que dan ahora para sostener que la Revolución es aún posible. Tal y como lo fue primero la Unión Soviética que fue un espejo en el que muchos quisieron mirarse. El régimen soviético, lejos de ser ese paraíso igualitario, fue una dictadura sanguinaria que acabó con quien se interpuso o, simplemente, con quién estaba en medio. No podemos olvidar las purgas estalinianas ni las diferentes represiones en Checoslovaquia o Hungría, que fueron la tónica del régimen soviético. También en la Guerra Civil esto fue notable, cuando agentes estalinianos utilizaron el PCE para exterminar a miembros del POUM o anarquistas. No olvidemos que la mayoría de partidos comunistas europeos dependían de las órdenes de Moscú.

A pesar de ello, la URSS fue la guía de los diferentes movimientos izquierdistas europeos. Sólo las escisiones troskista y maoístas sirvieron de rémora. Es cierto que Stalin está ahora mal visto, incluso entre quienes se definen como comunistas, sin embargo, Lenin sigue siendo un referente, al igual que Trotski. Hasta que llegó la Revolución cubana que, al igual que la rusa, derrocó un gobierno totalitario. Este último movimiento además, contaba con el Ché Guevara, que se convirtió en el referente de la juventud que quería cambiar el mundo. El argentino era el luchador por antonomasia y se convirtió en leyenda tras su asesinato en Bolivia. Su frase “un, dos, tres, mil Vietnam” fue el grito de guerra de una generación que protestaba contra el “imperialismo yanki”, sin reparar en el imperialismo soviético. Era la imagen de la Revolución y de la insubordinación. De hecho, todavía representa la rebeldía para los más jóvenes que portan su estampa en camisetas. Eran tiempos de Vietnam en los que se cocía Mayo del 68, del no a la intervención americana. Era también la época de las guerras de independencia que inspiraron a Euskadi Ta Askatasuna que adoptó por aquel entonces el marxismo como doctrina. Fue herencia directa del Frente de Liberación Nacional de Argelia que convirtió a una escisión de Euzko Gaztedi en un Movimiento de Liberación Nacional. Y también de Krutwig que se sacó de la chistera la idea de que Euskadi era una colonia.

Y así llegamos hasta Mayo del 68. Época de grandes huelgas en Francia que ha sido el último episodio “heroico” de la izquierda. Fue el día en el que los estudiantes se echaron a la calle y lucharon por sus derechos. Cabe recordar que en aquel entonces se podía luchar por un trabajo digno, puesto que Europa vivía una época de bonanza económica, en la que el mercado laboral era más flexible. Y es que los jóvenes protestaban contra el trabajo repetitivo y, de rebote, contra De Gaulle y el poder establecido. Era la rebelión convertida en revolución. De hecho, este movimiento fue capitalizada por los movimientos de izquierda que intentaron convertirla en la Comuna de París. Lemas como “la utopía es posible” eran pintados en la calle. De mientras, empezaron a salir grupos trotskistas y maoístas como champiñones. El sueño parecía posible, la utopía era más real que nunca y estaba apadrinada por muchos intelectuales. Sin embargo, las siguientes elecciones fueron un duro varapalo para los románticos, ya que la derecha francesa barrió.

Aun así, la semilla quedó en el corazón de muchos izquierdistas que, tras la caída del mundo socialista, quedaron huérfanos. Quedaron con la esperanza de otro Mai 68. También quedó (y queda) Cuba. Es el último bastión socialista en el mundo occidental y es considerado el Némesis americano. La resistencia al bloqueo es su mayor logro, más aún, cuando Cuba es menos miserable que los países de alrededor (salvo EE. UU.), lo que alimenta el mito revolucionario. Asimismo, la magnificación de los términos abstractos y solemnes como la libertad, la resistencia o la dignidad, explica esta idealización. Se olvida la dura realidad de un régimen que confunde al individuo con el grupo. Igual que la URSS. No obstante, muchos condicionan su fobia a los Estados Unidos o su ideología a la defensa a un régimen totalitario. Como si el embargo estadounidense justificase cualquier régimen que no respete los Derechos Humanos.

Ese el mayor problema que se les presenta a la mayoría de grupos de izquierda. Son herederos de Mayo del 68 y, aun creyendo en los Derechos Humanos, aún tienen al régimen socialista en el subconsciente. Así se deduce de las entrevistas que El Correo hizo en campaña a Aintzane Ezenarro y a Javier Madrazo, en las que afirmaban tener una foto del dictador en sus sedes. Y así ocurre con muchos militantes del MLNV, que rechazan los atentados de ETA, pero que no rompen con ella. Estos militantes aún creen que la banda llevará a Euskadi a un estado socialista y euskaldun. Las manifestaciones y la idealización de los presos, olvidando sus manos manchadas de sangre y ensalzando su lucha, son el ejemplo más claro de este fenómeno, muchas veces alimentado por el odio o por políticas vengativas. Y es que el sueño muchas veces esconde a la realidad y hace olvidar que somos humanos antes que cualquier otra condición. De hecho, es ese recorrido histórico lo que convierte a ETA en una organización marxista. Es por eso, también, que muchos de sus miembros hayan acabado en el PSOE y hayan dejado de ser abertzales, pero sigan militando en la izquierda. Y es por eso que muchos sólo ven la paja en el ojo ajeno, en lugar de la viga en el propio.

Creer en los Derechos Humanos no es obligatorio. Lo obligatorio es, por ley, respetarlos. Quienes creen los Derechos Humanos, en teoría casi todos, deberían defenderlos en cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia. Sin mirar quién es el agresor y el agredido. Aunque sea difícil y doloroso. Porque muchas veces la empatía o la cercanía con el agresor, nos impide ver el sufrimiento del agredido. Y esa es la tónica dominante en muchos conflictos, entre otros en el vasco. Pero siempre existe una tercera vía, alejada de la violencia, que es el humanismo, que está lejos de algaradas populistas y medios de propaganda. Y por esa vía deberíamos caminar todos, porque Euzkadi así lo quiere. En los tiempos de crisis, es mejor buscar lo que nos une, que lo que nos aleja. Y más aún, cuando muchos ciudadanos están amenazados de muerte por su ideología política o actividad civil.

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