lunes, 13 de julio de 2009

Tomar la medida al nuevo tiempo

Ahora que el tiempo corre más rápido y los ciclos son más cortos es más difícil medir el período entre un ciclo y otro. Más aún, si cada ciclo es más corto o va más rápido que el anterior. La inmediatez, el “just at time”, ha sustituido a la paciencia con la que nuestros antepasados se tomaban la vida. Es verdad que el stress existía, pero era en otra medida, ya que era menos intenso. En la actualidad, en la que se puede comunicar en tiempo real con la otra punta del mundo, esta enfermedad se ha socializado hasta el punto en el que cualquiera puede estar agobiado por el trabajo o los estudios. Este problema subyace de dos problemas diferentes; primero, que no sabemos medir el tiempo, ni dominarlo; y segundo, que cada día nos piden más cosas en menos tiempo, por lo que, hemos de ser extremadamente eficientes. A veces llega un punto en el que el error, algo típicamente humano, debe ser borrado a no ser de que uno se quiera borrar a sí mismo.

En estos tiempos que corren nos hemos visto convertidos en robots al servicio de una maquinaría engrasada por gente que juega con nuestro dinero. Una máquina que aplasta y en la que sólo se puede sobrevivir si se consigue aguantar el ritmo que impone. El error debe ser una quimera, ya que el mínimo despiste puede hacer perder el tren del “progreso”, lo que condenaría al fracaso cualquier proyecto. Es bastante probable que, una vez acabada la carrera y aun trabajando, tenga que seguir estudiando. No sé qué será, pero la formación va a ser continua a lo largo de nuestras vidas, puesto que el nivel de exigencia subirá con el tiempo. Para mí esto no es un problema, porque en la vida uno no para de aprender, pero se puede convertir en un conflicto en el instante en el que el nivel de exigencia sea tan alto que la mayoría de la población nos quedemos descolgados. Porque si para algo se creó el Estado de Derecho es para evitar que la sociedad fuese ordenada según la Ley de la Selva, en la que el más fuerte dominaba a los demás.

Pero el devenir de los tiempos, gracias al neoliberalismo, recuerda bastante a los animales de la selva. Con un Estado débil, las multinacionales pueden campar a sus anchas, además de privatizar los beneficios mientras que se socializan las pérdidas. Es la naturaleza misma de la crisis actual económica, que además muestra la hipocresía de un modelo que detesta la intervención del Estado mientras que le pide socorro. De hecho, es un modelo que recorta los derechos de los trabajadores, pero que evade a los mandatarios de sus responsabilidades. Los responsables de la actual crisis no han pagado sus errores, sino que son los trabajadores (sean de la condición que sean) y las pequeñas empresas quienes lo han hecho, por lo que el paro ha aumentado exponencialmente. Encima, esta crisis demuestra que el hombre cae dos veces en la misma piedra. Sobre todo, porque la raíz del problema radica en que la libertad absoluta no nos conviene, ya que ésta sólo favorece al más fuerte. Esta realidad, además, demuestra la tiranía que ejercemos sobre nosotros mismos, que es fruto de esa naturaleza superviviente del humano. Somos animales.

Por eso, ante el nuevo tiempo que se abre es imprescindible saber medir los tiempos. Debemos interiorizar que la inmediatez no conlleva necesariamente el éxito. Hacer las cosas deprisa y corriendo no es bueno, sino más bien perjudicial. La vida es demasiado larga y está compuesta por demasiados ciclos como para acortarlos o condenarlos al fracaso. Nuestro devenir no es más que el reflejo de la existencia humana. Nuestro fracaso económico es nuestro fracaso como especie, aunque no sea un fracaso absoluto. Porque, aunque estemos peor que hace unos años en el ámbito económico, no quiere decir que el mundo se vaya a acabar o que sea la hecatombe. Hay que mirar con perspectiva, porque el pasado a veces es la mejor escuela para entender el presente y mirar al futuro. Aprendamos, pues, de nuestro errores.

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