miércoles, 29 de julio de 2009

El romanticismo adolescente

Los jóvenes creemos que el mundo está en nuestras manos. Pensamos que podemos cambiarlo a nuestro antojo y nos dedicamos a criticar a diestro y siniestro lo mal que está montada nuestra sociedad. Nos quejamos de las injusticias en el mundo y de lo corrompido que está el poder. Fabricamos nuestra utopía según lo que nos rodea. Y, además, consideramos nuestra utopía como universal. Somos idealistas incorruptibles, de los íntegros que luchan hasta el final. Conocemos a gente como Becker, el Ché Guevara o Mariano José Larra que dejaron su vida por lo que pensaban. Unos en un campo de batalla y otros en un cuarto con un escopetazo en la boca. Hubo muchos que pensaron que se iban a comer el mundo, pero al final ha sido éste quién se los ha comido. Gente que pasó de ser maoísta a neoconservador sin quitarse la gorra de la razón y que sigue sentando cátedra allá dónde va. Pero eso no es lo que me interesa.

Lo realmente interesante, el nudo gordiano, es que todos los románticos adolescentes tienen los mismos “dejes”. Leen, escriben, sufren y padecen lo que les hace sentirse “más auténticos”. Se sienten diferentes al común de los mortales, ya que ellos no se enfrentan a problemas “superficiales”, sino que ellos desafían a la existencia. Además, sufren por un amor irredento o por un contexto social que les ahoga con su decadencia y su mediocridad crónica. Encima, les inspira un espíritu de rebeldía que les hace enfrentarse a la sociedad, para intentar salir de ella y refugiarse en sí mismos. Es la crítica al sistema, en forma de descontento con el ambiente colindante.

Al mismo tiempo, descubren autores que llenan sus vacíos existenciales. Gente que ha sufrido lo mismo, normalmente suele ser gente de una talla intelectual más alto que la media – igual que el de los adolescentes románticos—que con sus historias llaman a la melancolía por su nombre y descubren nuevas dimensiones al joven. ¿Quién no se ha emocionado leyendo a Gabriel Celaya cuando afirmaba que la poesía es “un arma cargada de futuro”? ¿Quién no sintió un vacío cuando la URSS, la mayor utopía para los jóvenes; el mundo alternativo al capitalismo, se derrumba gracias a la fina crítica de George Orwell? ¿Quién no se ha identificado con las biografías de otros ilustres intelectuales, que también sufrían de spleen?

El problema viene cuando ese romanticismo es fuente de sufrimiento ante la impureza del mundo. Y cuando hablo de sufrimiento, me refiero al profundo desasosiego que se sufre cuando se da cuenta de que su existencia es absurda, ya que no tiene sentido por sí misma; sino que depende del sentido que le dé uno mismo. Mucha responsabilidad, en definitiva. Más aún, cuando se ha superado la barrera estética y todo aquello que, a priori, parecía bello se convierte en un infierno. Sin embargo, ese infierno ayuda a madurar, puesto que quien no aprenda a sufrir jamás podrá superar las adversidades.

El romanticismo juvenil o adolescente es una época de ilusiones que desemboca en la tremenda resignación del existencialismo, que quita cualquier sentido a la vida y se lo confiere a la muerte. La derrota era bella, pero ahora se ha convertido en dolorosa.

¡Bella inconsciencia que quitas y das ilusión, devuélveme lo que me quitaste!

3 comentarios:

El gramático pardo dijo...

Buena reflexión, como siempre.

El gramático pardo dijo...

Jon, quizá no merezca replicar a quien sólo se dedica a insultar. En todo caso, tienes las puesrtas abiertas tantass veces quieras.
un abrazo

Jon dijo...

Aúpa Gramático

Es que los upedéicos me pueden.

Lo mismo digo, Agur!