miércoles, 15 de julio de 2009

El poder de la noche

Soy noctámbulo, lo admito. Me gusta la noche. Me parece que es el mejor momento para disfrutar de la vida, ya sea solo o con compañía. Su tranquilidad me hace reflexionar y dedicarme a cosas que no hago en horas solares. Encima, cuanto más tarde es, mejor me siento. Porque la noche me envuelve en su oscuro manto que da un aire misterioso a las cosas. La noche es tiempo de soñar, de melancolía, de alegría y de jaranas. Es, en definitiva, tiempo para dar vueltas a la cabeza. Incluso, es tiempo de inspiración.

Me da lástima que estemos acostumbrados a la luz y aguantemos tan poco la oscuridad. Pero la vida es así y hay que aceptarla con todas sus contradicciones. Somos animales de luz. Nuestro cuerpo la asimila bastante mejor. Quizás sea porque la luz da vida o porque es alegre. Pero lo que es indudable es que el sol alarga la vida. No hay más que apreciar como las personas mayores disfrutan con un simple rayo o como nos alegramos cuando hace un buen día. Amamos lo estéticamente bonito, aunque no podamos alcanzarlos. Somos contemplativos, pero también activos. Somos un animal complejo.

La noche es el tiempo de la soledad. Es cuando uno se acurruca en sí mismo, mientras busca respuestas. Es también tiempo de jaleo y jarana, pero eso ya no es noche, sino fiesta. Sólo cuando la oscuridad afecta a la profundidad de la mente nos damos cuenta del valor del cielo oscuro. Hasta ese momento la noche es secundaria. Es curioso como nos acordamos de ella cuando nada queda. Por eso es tan importante, como todo aquello que no apreciamos hasta perder.

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