martes, 28 de julio de 2009

¡Ciruelos!

Suele ocurrir que cuando uno es espontáneo, no controla lo que dice o hace. No es dueño de su ser y así vienen desgracias, pero también gracias. Desde hacer un comentario ingenioso a echarse un pedo en la mesa. Nadie sabe, a ciencia cierta, qué pasa por la cabeza de los espontáneos, sólo se sabe que lo sueltan. Así, sin cortarse un pelo. Son sinceros, quizá demasiado, y por eso admiramos esa espontaneidad en la medida que nos odiamos a nuestros mismos. Es un paradoja, como tantas que tiene la vida. El ingenio es un arma de doble filo, que puede herir a la vez que cura. Se ve que, en definitiva, ser espontáneo es inestable. Igual es por eso por lo que nuestras madres nos repiten que pensemos dos veces las cosas antes de decirlo. Aunque perdamos frescura, no ganaremos en disgustos.

Qué jodido es ser políticamente incorrecto y gracioso por escrito. Es más difícil que describir a un ciego un amanecer. Menos mal que algunos lo consiguen, sino estaríamos abocados al bostezo eterno. Qué bueno es que haya más gente que tenga otras virtudes. Somos todos diferentes y esa es nuestra piedra de salvación y consuelo. Siempre hay alguien peor que tú...

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