El sábado por la tarde fuimos muchos los que nos acercamos a la manifestación contra ETA convocada por el Gobierno vasco. Fuimos muchos los que fuimos a protestar contra la última barbarie de un grupo terrorista que está abocado a la marginalidad política y social. Fuimos para mostrar nuestra repulsa y asco al asesinato de ciudadano. No fuimos a dorar la píldora a Patxi López, porque no era un acto político, sino un acto de humanidad. Aunque la viuda lo convirtiese en un mitin político, por sus alocuciones a favor de la dispersión de los presos de ETA, aunque algunos confundiesen intencionadamente su deseo de legitimar socialmente el Gobierno López con la deslegitimación de ETA. Hubo quienes, con un discurso demagogo, hablaron del “fin de la legitimidad de ETA” y de la “reciente unión de todos contra ETA” y separaron a los “vascos asesinos” de los “ciudadanos”, como si viviésemos en dos galaxias distintas. Mintieron quienes afirmaron esto y están engañados quienes lo creen. Con Ibarretxe en el Gobierno se convocaban las mismas manifestaciones, sólo que había quién las boicoteaba o silenciaba por miedo a que el Pueblo vasco y el español, en su mayoría absoluta, se diesen cuenta que los nacionalistas vascos estamos contra ETA. Y, además, eran más sobrias, ya que no eran plebiscitos políticos, sino protestas públicas. Pero se ve que ya no respetan ni a los muertos, si es que una vez se respetaron. Quién debe dinero a muchas viudas de asesinados, quien promete paz en el 2011 y quién niega que hay otra gente que también sufre la barbaridad de ETA, amén de otras, no tiene derecho a apropiarse del dolor ajeno y menos de criminalizar otras ideologías.
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