Acabo de terminar “Esperando a Godot”, un teatro un rato absurdo de Samuel Beckett. Más allá de la prisa por leerlo, ya que me lo pedían para clase, lo que ha hecho que no me quedase con los detalles (algo que me ocurre a menudo), me ha recordado la belleza de las conversaciones nocturnas. La obra de teatro, que se lee rápidamente, trata sobre las conversaciones y elucubraciones vacuas de dos vagabundos que esperan a alguien. Las noches se repiten con el mismo guión y aparecen los mismos personajes, lo que hace que al final de cada escena sigan esperando a Godot. Pero yo no me he quedado con eso, la esencia de la obra, sino con tres caracteres superficiales de ella: los amigos, la conversación y la noche.
El primer carácter me parece vital. Sin amigos uno no tiene con quien compartir su vida. Además, son necesarios para el desarrollo de la existencia humana. La soledad es una gota que hace agujero, por muy romántica que parezca. Quien pasa solo su tiempo, acaba muriendo lentamente. Es así de solemne y triste. Por mucho que los poetas intenten dibujarle un halo de belleza alrededor. Estar solo es algo muy triste y que condena a uno a la amargura eterna. El humano necesita distraerse y ser social. Es por eso que se dice que somos “seres políticos” y “sociales”. Necesitamos discutir, amar, odiar y sentir. De hecho, el hombre tiene que nutrir su espíritu. Sentir ese gozo del que hablan los curas, cuando se refieren al papel de Dios en nuestras vidas. Un papel que exista o no, debe ser cubierto. ¿Qué somos sin ilusión? ¿Qué somos solos?
El segundo carácter es más prescindible. La noche para mí representa muchas cosas. Desde pequeño es la parte del día en la que he tenido más tiempo para estar solo y reflexionar. No es que sea un pensador, pero todos necesitamos ratos de soledad para forjar nuestra personalidad. Yo he elegido la noche. Puede que haya sido por esa solemnidad que le da el silencio o porque no haya tenido otra cosa que hacer que pensar en las largas noches que he pasado sin pegar ojo. La paz de la noche despeja. Es el momento íntimo del día, ya que cada uno se retira a su lecho a descansar. Ahora quizás me arrepienta de este amor a la nocturnidad por el insomnio que acuso a veces. Pero la noche es así. Y no sólo la de jarana. Es agradable.
El tercer carácter es puramente humano. Conversar es algo que nos pertenece. Hay muchas maneras de hacerlo, pero el cara a cara es el más propicio. Nuestra conversación no sólo depende de las palabras, sino también de los diferentes gestos que salen de nuestro cuerpo. Pero eso no es lo que me gusta de conversar. O sí. Lo que más aprecio de la conversación es su naturalidad. Cuando compartes algo con alguien y eso te quita una carga de encima, cuando arreglas el mundo y te das cuenta de que no eres tan diferente a los demás. Conversar nos hace humanos y nos mimetiza. ¿Quién no ha descubierto que sus preocupaciones no son cosa de otro mundo? ¿Quién no se ha dado cuenta de que sus propósitos no eran tan descabellados? ¿Quién no recuerda conversaciones irrepetibles?
En fin, que siempre que intento ser algo íntimo no lo consigo. Quizás porque sea introvertido o porque, como bien se dice, hay cosas que nunca se deben contar. El equilibrio es imposible. Pero aún recuerdo conversaciones a las noches por el Paseo del Guggenheim hasta bien entrada la noche. Noches agradables con diferentes personas que merecieron la pena y que, a pesar de que ahora tengas esos ratos mitificados, espero que vuelvan pronto.
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1 comentario:
Por fin un comentario! Pues sí, tienes razón en las tres partes, aunque para mí la noche sea más para dormir que para reflexionar... Muy buen post, para una vez que no hablas de política... ;)
PD: Me han tocado dos camisetas del cartel ganador de La Txistorra Digital!
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