La vida últimamente se ha vuelto demasiado material. Sólo buscamos vaciar nuestros bolsillos para saciar nuestras ansias de gastar. Muchas veces compramos cosas que no necesitamos, ni que vamos a necesitar. Nos han metido el consumo en las venas, lo que es perjudicial cuando se vuelve compulsivo. Intentar acabar con una depresión yéndose de compras es muy triste y un espejismo, porque los problemas de espíritu nunca se pueden arreglar con material. Porque, aunque parezca que estamos mejor, sólo es un parche. Y los parches tienen fecha de caducidad. Pero no es eso lo que más me preocupa. En estos últimos tiempos hay una tendencia bastante sospechosa, que consiste en quitar tiempo a las materias humanísticas. Son las materias críticas, las que hacen que uno mismo se enfrente a sí mismo y relativice. Y ese espíritu acrítico, acrecentado por la falta de memoria, nos deshumaniza. Desconocer que hay alternativas e ignorar el pasado permite perpetuar los problemas. La solución perfecta no existe, pero descartar las incorrectas ayuda a solucionar los conflictos.
Es verdad que en estos años hemos progresado. Es notable el progreso técnico. Nadie hubiera imaginado que las líneas que estoy escribiendo en este instante pudiera leerlas alguien de la otra punta del globo sin necesidad de ser tangibles. Pero de lo que estoy menos seguro es de que hayamos avanzado intelectualmente. Es cierto que la formación actual es mejor que las anteriores, pero el espíritu crítico imprescindible en todas las sociedades que se dicen democráticas es todavía una quimera. El ansia de repartirse el poder de unos y los medios almidonados que avalan este bipartidismo permiten que se ignore nuestra realidad. Todo esto con la complicidad de una sociedad (en la que me incluyo) que sólo desea su propia comodidad. Algo que es muy loable, pero que es imposible sin la ayuda de los demás, puesto que somos seres sociales y empático. Es dramático que Emakunde critique a quien ha intentado salvar la vida de una mujer, poniendo la suya en peligro, por ser defensor del Alarde Tradicional. Es un insulto, la verdad sea dicha.
En una sociedad en la que cada día es más relevante el hecho que la palabra, nosotros nos dejamos llevar por la vacuidad semántica. Es paradójico, pero sólo así se puede explicar el éxito de muchos políticos, que se escudan en su imagen para esconder sus miserias. Vivimos en un Estado que niega su propia violencia y que justifica lo injustificable con el asentimiento de muchos ciudadanos que, de forma autosugestiva o por odio, defienden. Es un estado de blanco y negro permanente, en el que cada uno defiende sus tropelías como si justas fueran. Quién menos pega no tiene la razón. La violencia política es un producto humano. Sólo el espíritu crítico y constructivo puede ayudar a que ésto mejore. Pero parece que no interesa y que la perpetuación de los problemas da poder. Yo, por lo menos, seguiré creyendo que el humano es humano antes que nada y que, aunque reivindique lo mío, los demás también tienen derecho a hacerlo. Construir país es construir sociedad, los símbolos no se imponen, sino que es el Pueblo quién los acepta. El Pueblo son sus ciudadanos, puntos de los símbolos, que forman una comunidad heterogénea. Y hay que aceptarlo. Nosotros somos todos parte del error y de la solución. No hay que esconderse, hay que dar la cara. Somos sujetos y no objetos. Ahora más que nunca.
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