martes, 3 de mayo de 2011

El fanatismo justiciero

“Todo el mundo tiene derecho a un juicio justo” es una de las frases más populares de las series televisivas. Esta expresión ilustra un concepto de Justicia que, huyendo de la venganza, se basa en el respeto a los derechos del individuo y del procesado que va más allá de los prejuicios. De este concepto de justicia nace también la idea de que nadie “es culpable hasta que se demuestre lo contrario”, algo que resulta difícil de aplicar tal y como nos enseñó la película “12 hombres sin piedad”. En el sistema jurídico occidental actual es imprescindible mostrar con pruebas concluyentes que alguien ha cometido un delito. Es una obligación tan socializada como que todos tenemos derecho a un abogado para defendernos. Otra cosa es que todos tengamos un acceso igual y que estos supuestos se lleven a la práctica. En esta misma línea, otro gran avance fue conseguir que estos derechos, y otros tantos que figuran en la Carta de los Derechos Humanos, se convirtieran en inalienables a la persona y, por lo tanto, en universales con lo que esto conlleva: todos tenemos derecho a un juicio justo, a ser inocentes hasta que se demuestre lo contrario... Sin embargo, la aplicación de los Derechos Humanos dista mucho de ser universal hoy día. En muchos estados del mundo, el único derecho que existe es el de la obediencia y sumisión a un poder teocrático o totalitario que invade hasta la vida personal del individuo. Y contra eso, se supone, luchan los países occidentales o democráticos.

Ayer me enteré tarde la gran noticia. Las palabras de Obama sonaban solemnes “hemos matado a Bin Laden”. El tan buscado as de la baraja del ejército americano había sido encontrado en Pakistán y asesinado a manos de un cuerpo de élite del ejército americano. Las calles de Estados Unidos estallaban de júbilo. En la Zona Cero la gente gritaba y celebraba la muerte del enemigo número uno de Estados Unidos. “Se ha hecho justicia” pensaron muchos americanos. De hecho, en España, el Partido Socialista Obrero español es de la misma opinión y afirmó que “se había hecho justicia por las víctimas de 11-M y del 11-S”. Los líderes de los dos partidos mayoritarios españoles también se han felicitado por esta muerte. De hecho, Bono ha hecho hincapié en que “no hay terrorista bueno” y ha resaltado que “el mundo respira hoy más aliviado” por esto. Elena Valenciano, en la misma línea, matiza que “aunque es una muerte, no deja de ser una buena noticia” y lo más hilarante, Francisco Camps que ha dicho que “todos los seres humanos de bien de todo el planeta y de los cinco continentes tenemos que estar cogidos de la mano para luchar contra el terror". El único juicioso ha sido Gaspar Llamazares que ha defendido que “el fin no justifica los medios. La lucha contra el terrorismo no puede ser el terrorismo de Estado".

Y es que resulta poco edificante escuchar a los dirigentes políticos de estados democráticos jactarse de asesinar a gente. Más aún, a un premio Nobel de la Paz que se nos vendió como una nueva forma de hacer política, pero que ha actuado de la misma manera que lo hizo el denostado George Bush. De hecho, hubiera sido bastante diferente si Obama hubiera anunciado que han encontrado a Bin Laden y que, a raíz de un intercambio de tiros, éste hubiera resultado muerto. Aunque fuera una excusa, desde el punto de vista ético sería distinto, ya que el asesinato no sería intencionado; sino fortuito. Esta declaración hubiera mejorado la imagen de los Estados Unidos y del mundo occidental, más aún después de explicar que el cadáver del saudí ha sido arrojado al mar para evitar que su tumba se convirtiera en un lugar de culto. De hecho, los hechos recuerdan al asesinato del jeltzale Jesús Galíndez a manos del dictador dominicano Trujillo. Y es que los sucesos acontecidos parecen propios de estados totalitarios que de estados que se dicen garantes de los Derechos Humanos. Lo lógico debería haber sido que Osama Bin-Laden hubiera sido juzgado y luego condenado como cualquier otro ciudadano del mundo. Ante los ojos de la imparcial Justicia todos somos iguales, lo que dista de jactarse y felicitarse del asesinato de una persona, aunque sea el del cerebro de las matanzas del 11-S y del 11-M, lo que no es propio de líderes de estados democráticos. Al final, estos actos deslegitiman al propio sistema democrático ya que lo sitúan a la misma altura que cualquier sistema totalitario. ¿Quién puede decirle ahora a un palestino que el fin no justifica los medios? ¿Y quién puede explicarle a un talibán que hay que tratar igual a los demás?

El asesinato de Osama Bin-Laden y el posterior jolgorio que se ha organizado alrededor son perjudiciales para nosotros mismos. Sin un sistema igualitario y de garantías es imposible desarrollar una democracia. De hecho, esto resulta imposible si los propios ciudadanos no lo impulsamos y no creemos en ello, ya que no es posible defender nuestro sistema si somos incapaces de ponerlo en práctica con los demás. Si, como sugiere Hannah Arendt, la libertad se realiza “entre personas” y el sentido de la política debería ser la libertad, ¿qué clase de libertad defendemos y qué clase de política proponemos con este asesinato? ¿No será que nuestra democracia está herida en la base? Por otro lado, si la Justicia está separada de la venganza y esto se ha interiorizado en los sistemas jurídicos que imperan en Occidente, ¿a qué vienen las celebraciones populares? ¿No somos pueblos avanzados y civilizados? Nosotros, los occidentales, racionales y civilizados, también odiamos (con razón o sin ella) y ejecutamos vilmente. Al fin y al cabo, quizás resulte que no somos tan diferentes a los palestinos que celebran en las calles el asesinato de israelíes o de los iraquiés que se congratulan cada vez que un soldado americano fallece.

*Hoy curiosamente ha ocurrido que José Bono, que celebró la muerte de Osama Bin- Laden, ha impedido la entrada al Congreso de los Diputados a candidatos de Bildu, plataforma en la que hay ciudadanos que rechazan el empleo de la violencia para conseguir fines. Lo ha hecho acusándoles de terroristas, cuando él mismo ha defendido el terrorismo. Este es el dolor de la democracia, un dolor que parece perpetuarse por la falta de ética de sus dirigentes.

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