jueves, 3 de julio de 2008

El Baratz

El bar Baratz de Bilbao es un antro acogedor. Oscuro, sucio y lleno de pintadas, es de los de toda la familia; nunca te sientes solo, ni deprimido. Ahí, los jóvenes bilbaínos, hijos de Iturribide, se agarran sus primeras melopeas y prueban sus primeros “pitis” con quince años recién cumplidos. El trato es cercano y el olor fétido es normal, tanto como el sonido de esa música que baila Belcebú en los infiernos. Los opacos baños, son las típicas cuevas donde nadie, en su sano juicio, se atrevería a dejar ahí ni lo peor de su intestino. Las mugrientas paredes están decoradas con pintadas como “Komando Romo” o una lista de nombres de los por ahí han pasado. Eso sin olvidar los resultones tangas a tres euros y los azarosos preservativos que se venden en los retretes. Pero el bar no sería lo mismo sin los camareros. Sin graduado escolar, aprovechan la mínima para tirar los tejos a cualquier clienta. No es extraño que estén en la barra dándose el lote con alguna menor, entre cervezas y eructos. Aun así, el Baratz tiene su encanto. Es un gran bar adonde ir a tomarse una cerveza con los amigos mientras discutes de cuestiones banales y existenciales. Es un oasis en el mundo del negocio hostelero vasco, que está infectado por locales de mala muerte llenos de ‘chuloputas’ y reggaetón.

1 comentario:

Bruno Sans Sánchez dijo...

Dios, me has puesto la piel de gallina. Aunque ya sabes que yo soy más de Metal