miércoles, 15 de septiembre de 2010

Anclarse

Hay un momento en la vida de cada persona en la que se da cuenta de que hay que cambiar de ciclo. Es el instante en el que uno se da cuenta de que no se adapta a las circunstancias. Es cuando se sabe que uno ha quedado atrás, que se ha anclado en una versión de sí mismo que ha quedado obsoleta, que no se ha adaptado. En esta época posmoderna, quien no se adapta, muere, y aunque a veces sea un símbolo de resistencia, el ser demasiado fiel a sí mismo lleva a uno en larga letanía hacia la muerte; la muerte social. De hecho, ahora los ciclos son más cortos ya que el consumo es tan compulsivo que no tiene medida y buscamos siempre lo más reciente. Es por eso que también consumimos personas, pero también personalidades y es por eso que nuestra identidad está totalmente fragmentada. No hay dioses, ni cielos, ni infiernos, sólo adaptación a las circunstancias; intentar manejar la personalidad sin que se hunda entre las demás, pero sin resaltarla tampoco.

En este mundo el tiempo pasa sin que uno se dé cuenta. Los minutos son iguales y el ayer es un recuerdo. El pasado ya no es la base del futuro; sino algo lejano que ocurrió y sólo queda en la memoria para gozar de él. No importa repetir errores, sólo queda consumir personalidades y momentos hasta que se llegue un punto de felicidad (encontrar a alguien, tener un trabajo...), volver a consumirlo y empezar de nuevo. Así hasta el día del juicio final. Es lo que ocurre cuando se ha perdido el gusto por lo cualitativo y se ha caído en la compulsión por lo cuantitativo. Queremos más y da igual el qué, porque todo es objeto de consumo. De hecho, lo importante no es construir una personalidad; sino tener varias para poder mostrarlas en cualquier espacio tiempo de nuestra existencia e ir consumiéndolas según las circunstancias. No importa que no haya hilo conductor, ni que no seamos felices; lo fundamental es navegar, aunque sea a la deriva y que parezcamos normales, aunque lo confundamos “normal” con “habitual”

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