sábado, 1 de mayo de 2010

Saber administrar la frustración

–Et de longs corbillards, sans tambours ni musique,
Défilent lentement dans mon âme; l’Espoir,
Vaincu, pleure, et l’Angoisse atroce, despotique,
Sur mon crâne incliné plante son drâpeau noir.


(Charles Baudelaire, Spleen LXXVIII)

Si el otro día hablábamos de cómo administrar la esperanza, ahora, que las cosas han cambiado, toca hablar de cómo administrar la frustración. Cualquiera pensará que soy bipolar, pero yo le responderé que las condiciones cambian y que, lo que un día parece un perfecto horizonte despejado, al día siguiente se convierte en “un día negro”. La yaga sangra cuando alguien la toca y en ese momento el dolor es infinito. De hecho, duele más porque eres consciente de que mientras eres inconsciente seguirías con tu vida como si nada hubiera pasado. Es autosugestión. Pero a veces viene bien para respirar y hacer frente al problema. El día puede volverse negro, pero el siguiente puede ser soleado. Ves que la gente pasa por tu lado y te adelanta gente que debería ir detrás. La yaga sangra y te dueles, aunque no quieras. Porque cuando sangra lo hace mucho más profusamente que si estuviera doliendo todo el día. La piel está roja y el alma solloza clamando piedad. Quiere recordar el equilibrio perdido; aquello que había recuperado pero que se fue al intentar administrar la esperanza. Pecado mortal.

Juraste que no ibas a volver caer, pero lo hiciste. La ilusión te cegó el tiempo suficiente como rasgar tu piel y hacerte esa herida que cicatriza. Pero no hay “betadine” para el alma. Sólo el tiempo lo hará y de mientras buscas entre la basura colillas que fumar. Es duro seguir tu camino cuando ves que los demás salen adelante y tú, aunque lo hagas, no tengas la sensación de ello. Es injusto que teniendo tanto, deseemos lo que no tenemos. La contradicción principal, motor de nuestra vida, dicta a los sentimientos lo que tienen que hacer. Sinsabores y frustraciones que se juntan con la ilusión desesperada de quién, en un halo de inconsciencia, no quiere darse por perdido. La razón, perdida en el combate, no da señales de vida. Cada noticia es una punzada que reabre la herida. La esperanza se convierte en desengaño y al darle tantas vueltas, te mareas y pierdes el norte. Piensas que se lo pierde, y lo crees, pero sin la suficiente fe como para imponerlo en tu alma.

Ahora espero a que llegue el día en el que recuerde esto con una sonrisa. Ese día entenderé que supe administrar la frustración. Ahora, en cambio, recuerdo cuando tenía que administrar la ilusión en aquellas tarde de esperanza por redondear un buen año. Pero la vida es terca y los versos tristes del poeta maldito me recuerdan que la literatura puede sacar belleza de lo más hondo de nuestra tristeza. Lo duro es saber que en la realidad ese dolor no es curable tan fácil como se escriben unas líneas en las que se intenta explicar cómo administrar la frustración, pero sin saber con qué resultado ni qué pensarán los demás. Muchas veces es terapia personal, aunque no vengan mal unas pocas flores. La frustración es un sentimiento muy fuerte que te secuestra y que apaga las luces de tu alma dejándote en una penumbra de la que hay que salir. La oscuridad, símbolo de esa tristeza, se alimenta de tu ser. La esperanza, recogida en una esquina, planea volver de la mano de la ilusión a pintar un futuro digno de alguien que aspira a resolver felizmente su contradicción principal para crear otra en la que la frustración no aparezca.

Hoixe da dena, parkatu (Gorka Urbizu, Biziraun)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuanta razón. Es muy muy bueno.

Jon dijo...

Eskerrik asko.