lunes, 24 de mayo de 2010

El "ser" y el "tener"

Sorprende realmente que un “dandy” como Oscar Wilde defendiese el socialismo. Quizás lo hizo porque desconocía que ese régimen se iba a convertir en una pesadilla para gran parte de la humanidad. La URSS, Camboya o Corea del Norte son un mal sueño. Representan la decadencia del hombre y eran un nuevo modelo de explotación de la humanidad. Esta vez las castas no eran económicas; sino políticas y el asesinato eran tan deformado que se convertía en un arma de Justicia. De hecho, la propaganda consiguió tapar los ojos al corazón humano y convertirlo en piedra. El totalitarismo logró deshumanizar al asesinado y reverenciar al verdugo; lo que convirtió al ciudadano en autómata del crimen. En aquellos tiempos tuvo que ser duro tener que elegir vivir entre la “represión” (fascismo) y la “revolución” (comunismo), que en el fondo no eran más que dos caras de la misma moneda. Es difícil encontrar un túnel en la oscuridad.

Oscar Wilde defendía que bajo el socialismo el hombre desarrollaría el “individualismo perfecto”. Algo paradójico para un régimen que subraya lo común y disuelve lo individual. Para el poeta irlandés es en el individuo donde se encuentra la perfección y el que debe desarrollarla. Wilde denuncia la propiedad privada porque lleva a que el hombre sea “lo que tiene” y no “lo que es”. Es ahí donde, en mi opinión, estriba lo más interesante de su obra. Y es ahí donde acierta al afirmar que Jesús pediría hoy día “ser tú mismo”, ya que en “el tesoro de tu alma” hay cosas “infinitamente preciosas” que “no te pueden quitar”. Se podría deducir que la clave de esta obra sería: “la belleza está en el interior”. Una hermosura que Wilde exigiría desarrollar para uno mismo y por uno mismo. Para ello pone como ejemplo al artista y postula que cuando éste hace un recargo se “desnaturaliza”. Asimismo, le exige que sea sordo a lo que dice el público y que cuánto más alto sea el disgusto de éste, mejor será su obra, ya que la opinión pública “no tiene valor”. Una alegoría a la identidad propia y un alegato en contra del condicionamiento social.

Estos no son los únicos puntos interesantes de la obra. Wilde también habla de Utopia: “el país en el que la Humanidad está siempre desembarcando”. Es la apología del soñador perpetuo que lucha por conseguir lo que se propone. Toca también el tema de la piedad. Dice el poeta que somos solidarios con el dolor “por miedo a que nos ocurra lo mismo”. Quizás tenga razón, aunque la solidaridad exige estar “a las duras y a las maduras”. Es bien cierto que ser solidario con el dolorido no le va a quitar un ápice de su mal. Aun así, el no verse solo ante el abismo ayuda a afrontar el problema y puede, a la larga, ser un acicate para superarlo. Pero es verdad también que hay que estar también en el gozo. La alegría compartida es doble: primero, por uno mismo y; segundo, por compartirla con los demás. Es la dualidad.

“El alma del hombre bajo el socialismo” enseña que el cambio empieza por uno mismo. Estoy convencido de que si empezásemos a valorar lo que somos es el fin y a considerar que lo que tenemos es un medio, seríamos mucho más felices. La belleza interior nadie nos la puede hurtar; no es un bien tangible. Pero hace tiempo que perdimos el norte. Estamos decididos a convertirnos en lo que representamos; sin saber diferenciar ese triunvirato entre el “ser”,el “parecer” y el “tener”. No puede ser que “el pasado es lo que el hombre no debió haber sido”, el presente “no tiene importancia” y que el futuro lo que debamos ser. Sin pasado no hay presente, sin presente no hay futuro y sin alma no hay humano; hay un monstruo.

Para el que tenga un rato: El arte del hombre bajo el socialismo.

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