sábado, 10 de julio de 2010

A mí tampoco me gusta este mundo (tonterías de un resentido social)

¿Qué quieren que les diga? No me gusta el camino que llevamos. España llega a la final del Mundial y nos bombardean con el españolismo reinante. El fútbol es algo secundario, lo importante es agitar los símbolos patrios al son del “yo soy español, español”. Pues yo no me siento tal, aunque sea cierto que la selección española sea la mejor actualmente chutando un balón. La crisis económica ha muerto, “que se la coman los alemanes con patatas” decía alguno. Veremos en septiembre. De hecho, tampoco me gusta que se abra un telediario con la predicción de un pulpo. Es la metáfora perfecta del ocaso de nuestro modo de vida: buscamos en un animal irracional una salida a nuestro problemas. Somos una sociedad escapista. Nos hemos centrado tanto en nuestro ombligo que intentamos huir de él. La mitad de este mundo no ha hecho una llamada de teléfono en su vida y nosotros los consideramos el paradigma de la “pureza” humana. La corrupción es inherente a nuestra naturaleza y nuestra petulancia nos hace amar un imposible.

Tampoco me gusta el papel que adopta la mujer en nuestra sociedad. Esa falsa independencia, ligada fuertemente a su cuerpo y a su monedero, es la nueva forma de esclavitud femenina. Como diría aquel “cambiaron las preguntas cuando teníamos las respuestas”. Es indignante la subasta continua de cuerpos y el hedonismo al que se está llegando. Las cosas tienen un límite y la importancia de lo estético también. Las tetas caen, las patas de gallo aparecen y la próstata queda triturada. La vida no es una juventud perpetua. No aprendimos de Dorian Gray y su espejo, porque queremos tapar nuestras carencias afectivas y emocionales a base de gimnasio y sexo. El hombre ha dejado su inteligencia por músculos y así lo retratan los medios. Las relaciones de pareja cada son más tensas. Es una involución total: los macarras y las “chicas florero” vuelven a mandar. Las niñas van a ver a los futbolistas en la Donosti Cup. Lo peor de todo es que ambos prototipos están basados en la negación de la espontaneidad humana. Gente totalmente válida se esconde tras prototipos ligados al libido y a la hormona. Los mismos estereotipos que superamos.

No me gusta, en definitiva, que nos traten como a robots. Somos esclavos con ordenador. Creemos vivir en una metáfora de libertad con unos grandes condicionantes. Nos han pensado para exprimirnos y lo peor es que quien lo ha pensado ha caído en su propia trampa, ya que también se exprime a sí mismo. Considero que viajamos hacia la obsesión por el trabajo y el “just in time”. No hay tiempo que perder. Sólo nos acordamos de nuestra humanidad cuando alguien fallece, cuando deja todo atrás. Vemos su rostro, pensamos en que se esfumó tan rápido como podemos hacerlo nosotros. Nos da miedo, pero tocamos el cielo y el infierno a la vez. Es la verdad. Después, todo vuelve a la normalidad y escondemos nuestras emociones en la cartera y nuestro corazón en casa.

Los años pasarán y, por fin, nos preguntaremos el día del Juicio Final qué hicimos en nuestra vida. Entonces “no habrá flores ni descansar en paz” porque habremos pasado como un número más. Diremos que “vivimos”, pero al echar la vista atrás vimos que nuestro ocio fue condicionado por la terca necesidad de conseguir más y más. Fuimos unos meros observadores de lo que pasó alrededor sin llegar a nada. Tímidos, no nos atrevimos a realizar nuestro sueños. Ni siquiera los más simples. La determinación volverá: los que ganan lo harán siempre y los que pierden también lo harán. Al final, volveremos otra vez a empezar: los ricos serán más ricos y los pobres más pobres.

¡A la mierda con la Justicia Social si podemos comprarnos un dinosaurio!

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