lunes, 15 de febrero de 2010

Cuando al poder se le va la mano

Acabo de ver la película “En el nombre del padre” que trata la injusticia que se cometió contra los 4 de Guildfort y los 7 de Maguire. El estado de Gran Bretaña pagó con la encarcelación de estos 11 ciudadanos el atentado del IRA contra una taberna en Guildford. Ha sido una de esas películas que nos hace preguntarnos si la Justicia existe o si simplemente es una ilusión, pero que nos recuerda que la injusticia sí existe. Lo más grave no es el mero hecho de que la injusticia exista; sino de que se haga conscientemente. Uno puede equivocarse, pero lo que no puede hacer es, en lugar de admitirlo, esconder la cabeza y seguir adelante como si la mentira se convirtiera en verdad. Es de cobardes y es muy común.

Es un problema humano el que quien sea soberano y no tenga contrapoderes se convierta en un tirano. Es una cosa que sigue ocurriendo actualmente con temas muy concretos en los que los sentimientos priman sobre el raciocinio. Por ejemplo, la Guerra de Irak fue seguramente planificada a sabiendas de que las armas de destrucción masiva existían únicamente en la mente de George Bush y su equipo de intereses. O también ocurre en Euzkadi, cuando las brigadas del orden se dedican a detener números 1 de ETA que quedan libres al de dos días sin que nadie les pida perdón ni les quite el “sambenito” de terroristas. Miremos el caso de Egunkaria o el de aquellos chicos de Pamplona que pasaron cinco años en prisión preventiva. Y nadie les ha pedido perdón, y tampoco nadie les devolverá el tiempo perdido o el dolor recibido. Aunque lo más grave será que el Estado no hará justicia y se dedicará a escurrir el bulto y a indultar a Galindos o a condecorar a Melitones. “Eres un cabrón, pero eres nuestro cabrón” se puede resumir. Lo mismo hacen los que tantas veces critican al poder establecido.

La responsabilidad es algo que brilla por su ausencia entre muchos de los que mueven los hilos sociales, políticos, económicos y judiciales de esta sociedad globalizada. Existen excepciones que suelen ser vilipendiadas. La honestidad es la virtud que tienen los que no tienen nada o los que valoran poco el tener “algo”. Ese “algo” es el poder y el beneplácito de quienes, sin ser sinceros, se dedican a adular lo que más les conviene a un módico precio. Es tan humano como querer a tu padre o a tu madre o como estar celoso de la felicidad de los demás. La sociedad humana es nuestro más fiel reflejo y sus fallos son los nuestros. Negarlo es cobarde y perjudicial, porque si somos incapaces de reconocer nuestros actos será imposible que los corrijamos. Es la labor de la conciencia.

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