jueves, 10 de abril de 2008

Crónicas de Vista Alegre (III)

[...]El cura le invitó a charlar el sábado antes del ensayo. Habían quedado a las 6 en la sacristía. La madre de Eva preparó a su hija a conciencia, quería dar una buena impresión ante el párroco y vistió a Eva con sus mejores galas. La joven estaba radiante: iba con un vestido blanco de flores, bien peinada y con un poco de colorete en la cara que resaltaba su cándida sonrisa. En la cabeza, llevaba un lazo rojo que le da un toque virginal. Así de arreglada, salió de casa dirección a la parroquia. En la puerta esperaba Etxebarria con su aire desdeñoso, enfrascado en su mundo.

—Hola Eva—saludó Etxebarria con efusividad.

—Hola Padre—respondió educadamente la chiquilla.

—¿Entramos?—invitó él y entraron a la Iglesia. Se dirigieron hacia la sacristía que estaba a la derecha del altar. Era una sala pequeña y austera, con muchos libros, una mesa, varias vírgenes, un Cristo y poco más. La habitación estaba limpia, pero se notaba que no muy ventilada porque el aire de la sala estaba muy cargado. Etxebarria cerró la puerta y abrió la ventana e instó a Eva a sentarse a su lado. Luego, se acercó a ella.

—¿Qué te pasa?—preguntó el cura mientras puso una mano en su pierna. Eva se sonrojó, no esperaba esa reacción.

—Nada—respondió instintivamente. Tenía miedo de decirle que quería dejar el coro y enervarle.

—¿Entonces por qué lloras?—El cura sabía que no iba a ser fácil saber que le turbaba. Aun así, sabía por dónde iban los tiros. Como buen pastor, conocía bien a su rebaño y no era ajeno a la presión creada en torno a la chica.—¿Es por qué te insultan en la calle?—Eva evitó la mirada del cura, pero hizo ademán de asentir. —No pasa nada—,prosiguió,—yo te protejo.— Se acercó a la chica y empezó a acariciarle la cara con la otra mano mientras le abrazaba. Eva se puso nerviosa y se encogió.—¿Estás incómoda?—le preguntó mientras le comenzaba a besar en el cuello. Eva intentó rehuirle, en un primer momento, pero vio que estaba atrapada y se sometió. Así, poco a poco, el Padre fue desabrochando el vestido y besando su cuerpo impoluto. Eva se iba poniendo cada vez más nerviosa, quería salir de aquel lugar, pero sentía placer. Tenía una sensación de angustia que le oprimía en el pecho, pero no quería parar. Sentía curiosidad por el sexo y veía esta la oportunidad de perder la virginidad, la habilidad del cura con las manos le atraía. Entonces, decidida, besó con pasión al cura. Sorprendido, dio un paso atrás, miró a Eva y se quitó la sotana que dejó tirada en la mesa. Luego, se bajó los calzoncillos e hizo gestos a Eva para que se acercase. Ella obedeció y comenzó a hacerle una felación. El cura se estremecía de gusto, mientras que la chica saboreaba su miembro. De repente, Eva sacó el pene de la boca, se volvió a un lado y comenzó a vomitar. Dejó perdido el suelo. El cura, que tenía la cara barnizada de vicio, comenzó a masajearle los pechos y quitarle la poca ropa que le quedaba. Luego, la subió a la mesa y comenzó a penetrarle con empeño, lleno de lujuria y excitación. Eva miraba a la pared, gimiendo, y las primeras lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y comenzó a llorar en silencio mientras el cura gozaba. Estaba arrepentida. En una de esas penetraciones sintió un empujón especialmente fuerte y un prolongado gemido; había acabado. El cura se limpió y, tras darle un beso en la mejilla, se puso la sotana. Luego se fue a lavar las manos y explicó a Eva que tenía que preparar la siguiente misa. La chica, al ver que el cura quería que se fuera, se puso la ropa y se fue sin decir nada. Al salir de la Iglesia, comenzó a llorar desconsoladamente. Se sentía utilizada, que había abusado de ella. Al mismo tiempo, sabía que no podía decir nada. Todo lo que contase iba a ir en su contra. Le iban a llamar de todo en el barrio.

Aquella vez no fue aislada. Eva se sentía extrañamente unida al anciano cura; estaba siendo violada pero sabía que debía seguir yendo. Era una chica débil. Cada día que iba, volvía más triste a casa. Nadie lo notó. Los progresos sociales de su familia hicieron que su madre olvidase prácticamente a su hija. Sólo la utilizaba para presentarse en sociedad. Así, hizo nuevas amigas. Estas eran las típicas ‘mujeres fatales’. Promiscuas por naturaleza, su mayor deseo era ser una viuda rica. Atractivas y cínicas, sabían que por medio de su belleza podían conseguir lo que quisieran y lo aprovechaban para subir socialmente. En el barrio, andaban con lo más selecto. Ahora la madre de Eva era una de ellas. Como carta de presentación, se acostó con el vecino de abajo. Andoni, como se llamaba, era alto, delgado, moreno y atractivo. Era una de esas personas inteligentes y sin principios que triunfaban en la vida. Narcisista, su mayor sueño era ser eternamente joven. Pensaba únicamente en salir de fiesta. Superficial e interesado, no tenía escrúpulos con los demás. Hábil con las mujeres, rehuía el compromiso. Cumplía perfectamente la definición de mujeriego. Seductor, tenía una poderosa labia que le ayudaba en sus valiosas conquistas. Vanidoso, buscaba la mínima oportunidad para contar sus heroicas hazañas de alcoba y así enfatizar su imponente virilidad. Además, se jactaba de sus pretendientes desechadas humillándolas. Muchos jóvenes del barrio le admiraban y veían en su fanfarrona actitud un ejemplo a seguir.

Los días seguían pensando y todo seguía igual. Eva iba de mal en peor y su madre de cama en cama.

2 comentarios:

Nerea dijo...

Me ha gustado mucho. De verdad, muy bueno.
Desgraciadamente, no sé por qué sigo imáginandome las escenas ambientadas en los años 50...

Bruno Sans Sánchez dijo...

Yo tampoco me lo imagino muy contemporaneo Nerea.
Jon. ¡¡Por fin!! Tras dos partes por fin has llegado a lo bueno. Y está bien, pero me he quedado sin malversación de fondos eclesiásticos. Que se le va a hacer.
Tienes dotes para la literatura erótica, me la has puesto morcillona. Veía a Padre con tu jeto y UUUUUUUUUUUUUUUUU.