martes, 15 de febrero de 2011

Revueltas por San Valentín

Este San Valentín el amor a la libertad está de moda. Las diferentes revueltas en el mundo árabe nos estimulan a creer en un mundo mejor. Los regímenes de Egipto y Túnez parecen derrocados y los de Irán, Bahrein y Argelia parecen en peligro. El “pueblo”, ese sujeto indeterminado empleado para dar legitimidad a una causa, se ha levantado y ha protestado por la incomprensión que sufre por parte de los dirigentes de sus propios estados. Los occidentales, especialistas en aplaudir cualquier cambio, les animamos y vemos un reflejo de nuestra cultura y valores en esas revueltas. De hecho, les empujamos desde nuestro sofá a derrocar líderes que nosotros hemos apoyado como Mubarak o Ben Alí y les aconsejamos encarecidamente a que adopten la vía democrática. Ahora, si nos preguntasen qué es la democracia, pocos podrían responder con claridad. De hecho, todos emplearíamos las mismas ideas: el voto, el presidente o partidos políticos. Sin embargo, poco hablarían de otros fundamentos de la democracia como el poder de decisión o bien común y respeto a las minorías. Del mismo modo, hay que distinguir entre elegir y decidir. Se puede decidir y elegir en democracia, pero cuando cedes tu decisión a otra persona, a la cual eliges, no tienes porqué decidir posteriormente en la vida política, ya que hay alguien que lo hace en tu lugar y, muchas veces, sin preguntar. En las democracias representativas, poco podemos hacer ante problemas que nos afectan directamente y en los que quienes deciden son los partidos, ya que son estos quienes forman las listas que luego elegimos. Se podría decir, además, que existe una fobia al refrendo.

Lo que está ocurriendo en el Mundo Árabe no nos es ajeno. En Europa también ha habido revoluciones y situaciones de cambio políticas. Se podría hablar del idealizado Mayo del 68, de la aplastada Primavera de Praga o de la Revolución de los Claveles. Pero lo que para mí el paradigma de lo que no debe ocurrir es la Transición española. Este capítulo de la Historia fue un amoldamiento del franquismo a la democracia que no conllevó una democratización del franquismo sociológico. De hecho, la Transición española consiguió amaestrar a la izquierda republicana española y, hoy día, sólo organizaciones con poco peso se declaran abiertamente republicanas y defienden otro modelo de Estado. Es cierto que en un primer momento, fue un punto intermedio entre ambos bandos, pero no hay que olvidar que durante la Transición, los aparatos del Estado siguieron en manos de los mandos franquistas y así se llegó hasta el 23-F y mucho más allá. Fue una transformación del Estado en toda regla, en la que los vencidos tuvieron que entrar en el juego que planteaban los vencedores franquistas. Esta tendencia ha conseguido que se considere a gente del régimen franquista, que nunca ha roto con su pasado, como padre de la democracia. Del mismo modo, la dinámica de que “el fin justifica los medios” persiste entre dirigentes que toleraron, por no decir fomentaron, el terrorismo de Estado contra los terroristas. Esto debería ser amonestado por alguien, pero para ello se necesita una cultura democrática, y es algo que hay que trabajar a través de la autocrítica y revisión del pasado; tareas difíciles cuando se intenta hacer “tabula rasa” de la dictadura.

Las diversas revueltas dadas en el mundo árabe corren el peligro de ser únicamente transformaciones de regímenes totalitarios. Estos regímenes han sido sustentados por parte del “pueblo” y por otros estamentos de esos países. Sin ese apoyo, hubiera sido imposible que regímenes tan “contestados” perduraran tanto tiempo. Pensar lo contrario es engañarse. De hecho, el futuro podría ser aún más tétrico para estos países, porque sin un cambio de mentalidad es imposible un cambio político. Lo más habitual es que los regímenes anteriores se amolden a las nuevas circunstancias sin perder los privilegios del pasado. Es como si el matón, ante la presión, dejase entrar a los demás, pero sin poder echarlo e intentando reciclarse hasta parecer otro más. Eso es lo que ha ocurrido en la antigua URSS, en Francia y también en España. Lo contrario es mentir. Es por eso que este San Valentín será parecido a los siguientes, ya que, aunque hayan cambiado las circunstancias, seguirá el temor al verdugo y, aunque la libertad sea cada vez mayor, seguirán existiendo tabus políticos hasta cambiar la mentalidad: ese será el final de la revolución.

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