martes, 24 de agosto de 2010

De la lógica de la razón, a la ilógica del corazón

A P.G. y a F.I., a la espera de que pronto nos riamos al recordarlo.

Dicen que en una guerra, se encontraba un grupo de soldados ante dos puertas que tenían que abrir. La primera iba directamente a la muerte, la segunda sólo se sabía que se escuchaban gritos. Así, muchos se decidieron por la primera y murieron. Hasta que un día un aguerrido soldado decidió abrir la segunda y, ante su sorpresa, se encontró ante una minicadena en la que únicamente sonaban gritos: seguía vivo. Esta metáfora ilustra muchas veces el miedo del miedo del humano a la incertidumbre y explica por qué muchas veces prefiere inmolarse antes que lanzarse a una aventura en la que no sabe cómo acabará. Es el miedo al cambio y el pánico al fracaso. Un fracaso que por esa falta de coraje se sabe que llegará, pero que si uno se arriesga aún cabe posibilidad de triunfar. Sin comprar billetes de lotería nunca podrá tocar el premio.

En el amor pasa igual. Es el sentimiento que más pesa dentro de todos los humanos; porque es el más profundo y el que más mueve. Es por eso que hay tanto reparo a expresarlo en público, porque puede convertirse en un símbolo de debilidad. Un “te quiero” o una lágrima supone muchas veces un ridículo más que una liberación. Es lo que ocurre en mundo basado en lo estético, en el que todo está subyugado a la forma. Así, construimos identidad ascetas, basadas en lo superfluo, y que aplasta lo humano. No nos atrevemos a aceptar los retos y preferimos caer derrotados sin batalla. Siempre creemos que el mundo nos lo devolverá, pero lo que no recordamos es que si no luchamos nada vendrá a nosotros. Somos una generación extremamente conservadora, a veces diría que hasta reaccionaria. Por eso, muchas veces perdemos trenes por miedo a arriesgar. Unos trenes que pueden estar llenos de felicidad.

En estos momentos, la distancia es el problema. Creímos en la diosa tecnología, pensamos que con Internet las distancias se habían acabado. Nada más lejos, Madrid sigue a 500 kilómetros y París está casi a 1000. Aun así, esa no fue excusa para muchos que no les importo, cuando no existía teléfono o e-mail que acercasen virtualmente al otro, dar todo por una ilusión. Algunos cayeron, otros triunfaron: pero todos lucharon. Quizás sea hora de recordar la épica. Porque por mucha ropa que compremos, por mucho coche que tengamos, el corazón seguirá pidiendo gasolina. La razón excesivamente utiliza, convierte al corazón del hombre en un ábaco que calcula entre dolor y el amor para conseguir un equilibrio de cero grados: un teórico “ sin frío ni calor” que en realidad deja helado el corazón.

4 comentarios:

Sasetaurrena dijo...

Grandes tus palabras Inchaurraga, muy en especial la última frase. Muy cierta.

Jon dijo...

Tan cierta como real, por desgracia.

Anónimo dijo...

amén Jon.

Bruno Sans Sánchez dijo...

Jajaja años sin leer este blog y me encuentro con este mensajito para PG y FI. JAJAJA