sábado, 26 de diciembre de 2009

Navidad

Las navidades son época de ilusión. Es un tiempo para la esperanza, ya que se acaba un año y viene otro. Son días para ver a los seres más queridos y para recabar fuerzas. Son vacaciones y tiempo de regalos, para demostrar, de una forma material, el amor que se tiene a alguien, o el compromiso en otro caso. Es algo muy criticable, pero también admirable. No podemos quedarnos únicamente con lo material de la Navidad, hay que recordar qué representa la mayoría de veces ese compromiso; que no es más allá que el aprecio imprescindible que necesitamos las personas para sobrevivir en este mundo. Porque, por muy ariscos que seamos, el hombre necesita de otro hombre para sobrevivir. Somos animales sociales e interdependientes.

La Navidad es también un periodo de reflexión. Es un tiempo que por su simbolismo nos lleva a recapitular. Primero, se acaba el año y toca hacer cuentas. Segundo, las Navidades pasan y las personas también. Uno recuerda de quién estaba rodeado hace un tiempo y de quién lo está ahora y hay un gran cambio. Puede que alguno haya estado siempre ahí, pero el que va a estar siempre ahí es uno mismo. Y no sólo porque la vida se lleve por delante a unos, sino porque nos separa a otros. Por eso, es imprescindible ser fiel a uno mismo y no caer en la melancolía, que nos lleva a creer que tiempos pasados han sido mejores. Puede que esto sea verdad, pero no impide que el futuro los sea también.

Los humanos pasamos toda la vida en presente sin ser conscientes de ello. Por eso vivimos anclados en el pasado o en un incierto futuro. Es contradictorio, pero es así. El presente es tan evidente que no lo notamos, aunque hablemos de “carpem diem”. Porque el presente es presente, pero fluye tan rápido que es pasado. Es algo estático para nosotros, pero dinámico en el tiempo y es ajeno a nuestra voluntad.

No hay comentarios: