domingo, 22 de diciembre de 2019

Que se te declaren


Cuando alguien se te declara sabes que algo se va a romper. Todo va a cambiar desde entonces, y seguramente no será para bien. No es como si alguien te dice que va a ser padre y que le guardes el secreto. En ese caso, siempre queda sitio para el disimulo por muy ridículo que sea; ese “circulen, circulen que aquí no pasa nada”, a pesar de que la madre de la criatura tenga una tripa en la que quepan tres. La amistad lleva a caminos disparatados, hasta a negar la realidad aunque rompa aguas.

El problema cuando se te declaran es que tiene que ver contigo. Es un secreto que te ata sin quererlo y por sorpresa, sobre todo, si no es correspondido. Es un peso que te han adjudicado y que crece cada vez que os cruzáis, porque todo son miradas cómplices, sudores fríos y hasta alegría, con un “entre tú y yo” resonando en tu cabeza. Te llenas de dudas, piensas en por qué no te gusta y en que sentirse deseado está bien, pero ser correspondido mucho mejor. El mundo sería un lugar más feliz si cada amor fuese correspondido, siempre y cuando a ti te tocase la persona que deseas.

Por eso, siempre he tenido miedo a que me venga alguien y me diga “eres mi novio”, tiene que ser lo más parecido a sentirse un objeto perdido. Que se te declaren es algo similar, porque también es algo de lo que no puedes libertarte hasta que la otra persona lo quiera. Serás el que le gusta hasta que otro os separe. Tengo un amigo que dice que hay que declararse, pero procurando hacerlo bien. Yo no sé. Sólo sé que asumir el peso de la verdad con discreción es un símbolo de madurez. El problema es que contarlo es mucho más divertido, y ligero. Al fin y al cabo, ¿a quién no le gusta fardar de vez en cuando?