A mi vecino del
A, por recordarme cada mañana que aún me queda media hora de sueño
Es
muy agradecido ser futbolista, ejercer de estribillo en una canción
o trabajar de nube en un atardecer. La gente es agradable contigo y
aprecia tu labor. Se pega por sacarse fotos contigo y enseñárselas
a sus amigos. Por el contrario, hay otros trabajos como ser policía,
ejercer de váter o trabajar de servilleta en un bar que no tienen
esa suerte. De entre todos, ser despertador es el más desagradecido.
Es una labor colosal que requiere grandes dosis de sacrificio. Exige
estar en vela toda la noche y no poder ni pestañear para no perder
el ritmo. No solo debe despertar, algo terrible de por sí; sino que
debe hacerlo cuándo y cómo se lo ordenen, sin miramiento. Si uno
desea que lo levanten en cuatro horas a golpe de buzzer, debe
cumplir con lo pactado. Por mucho que le duela la cabeza, por mucho
que sepa que le está haciendo una faena. Al despertador siempre se
le recibe con mala cara, incluso a golpes. Suena y suena, aunque que
no le hagan caso. ¿Se imagina tener que llamar a su jefe cada mañana
a las nueve en punto y no le contestase hasta la quinta?
Como
ocurre con las cabinas telefónicas, la situación de los
despertadores es complicada. Los antes elegantes despertadores, con
sus agujas, su tic-tac, y sus dos antenitas, parecen cosa del pasado. El cambio ha sido gradual. Primero fue una señal de decadencia: el enchufe o la pila
sustituyeron al agradable ejercicio de dar cuerda. Le siguió un mal
negocio: su fusión con la radio. Luego llegó el destierro: la minicadena. El despertador
perdió su nombre y le pusieron ‘Clock/ Timer’. Siempre he pensado que fue un caso de celos. La radio y el CD se consideraban amenazados por el
despertador y lo condenaron al ostracismo. Por último, la estocada: el despertador es hoy una aplicación más entre las
‘alarmas’ del móvil, y sin icono propio. Una humillación.
Estamos
ante el fin de una época. El mundo cambia y todo se integra en el teléfono, hasta los despertadores. Es
algo inevitable, como el paraguas en primavera. Por eso, quiero
homenajear desde aquí a ese trabajador incansable y recordarle a mi
vecino que el despertador merece un trato digno. Que con que suene
una vez ya basta. Que si no se despierta a la hora, que no es mi
problema.
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