sábado, 23 de octubre de 2010

Sobre la Construcción Humana

Ocurre muchas veces que por culpa de la institucionalidad que instruye nuestras vidas, pensemos que nuestras libertades emanen de las Constituciones o Leyes establecidas para organizar un territorio y nos cortemos las alas. Pensamos que son estos papeles los que encierran qué podemos y qué debemos hacer para ser unos buenos ciudadanos. De la misma manera, pensamos que para ser buenos ciudadanos hay que cumplir con ellos sin rechistar. De hecho, los intelectuales orgánicos ya se encargan de recordárnoslo con apelaciones apocalípticas a la desintegración de tal o cual cuerpo político o satanizando a quien pone una pega al orden establecido. ¿Y qué?

Ocurre que cuando un hombre queda subyugado a unas leyes, que es dominado por ellas y que su naturaleza queda determinado por estas, se convierte en un hombre encadenado, reprimido y dominado. Parece paradójico, pero pensar que por vivir en una democracia formal, vivimos realmente libres es un error. Porque la libertad es una lucha diaria, en la que a veces se gana y otras se pierde. Pero es una lucha a la que estamos condenados, un camino que se construye día a día y vivir en un estado que tenga unas condiciones más o menos democráticas es simplemente una ventaja a la hora de encarar nuestro compromiso con la libertad. ¿Acaso no es libre el Hombre por naturaleza? ¿No sería injusto, siguiendo la institucionalización y las buenas formas con las que debemos vivir, pedir la excarcelación de los presos políticos cubanos o chinos? ¿O sólo es justa para separar a los “malos” y a los “menos malos”?

Estas son preguntas que deberían rondarnos la cabeza. Pensar o creer, sería más lógico, que por tener derecho a voto somos libres es un error. También pensar que el Bienestar Social está en la mente de todos los dirigentes de es te planeta. La perfección no existe, ya que como todo idea abstracta, se ha de adaptar a una realidad contradictoria que impide una visión formal de ésta. Los estados supuestamente democráticos o libertarios han sido muchas veces los verdugos de otros pueblos (o de sus propios pueblos) en nombre de unas virtudes que ellos mismos desechaban y han hecho proselitismo de una visión del mundo, erosionando y destruyendo su pluralidad interna. Quienes creyeron que por eso eran patrones de la libertad o de la Justicia se equivocaban. Querer importar un modelo concreto de vida, una ideología que funciona en un territorio, e imponerlo a la fuerza es, al fin y al cabo, caer en la opresión de la que se busca liberar.

Siendo todos iguales como somos, resulta chocante la asimetría en las soluciones que se dan a los problemas que asolan nuestro mundo. Donde nosotros tenemos intereses, existe gravedad. En los otros lugares del globo, aun habiendo dramas, no ocurre nada. Además, nuestras soluciones son las únicas válidas. Es algo humano, terriblemente humano. De hecho, sigue habiendo un proselitismo entre quienes son salvadores y quienes son salvados. Como en el cine, hay un héroe y unos desvalidos y aunque muchas veces el primero no busque más que notoriedad, siempre ha de ser aplaudido. Lo grave es que muchas veces quienes son críticos con ello, caigan en la misma trampa.

Los dirigentes de este planeta lo saben: es cierto que no existe una receta única para arreglar el mundo. Sus contradicciones siempre nos llevarán hacia nuevas contradicciones. De una solución, siempre saldrá algún problema. Aun así, el progreso es constatar que la nueva contradicción es proclive al bienestar común que la anterior. En el Primer Mundo, vivimos una contradicción menos grave para nuestra supervivencia que en los Países Empobrecidos. Sin embargo, no debemos pensar que hemos llegado al final del camino: a la felicidad absoluta. De nuestro avance, han surgido rémoras, como el talibanismo constitucional, que nos llevan a una nueva dictadura liberal que, con más derechos y obligaciones que los totalitarismos del siglo XX, nos condena a un sistema eterno.

Ahora cabría preguntarse entre quienes tienen inquietudes, qué se puede hacer para transformar este sistema y esta sociedad en algo más justo y digno, para seguir avanzando en la construcción de la Humanidad. Primero, creo, habría que cambiarse a uno mismo, porque tanta condescendencia nos ha hecho perder la perspectiva de que, aunque nosotros corramos, hay alguien que sin verlo, está en el mismo lugar que nosotros y que únicamente puede andar. Segundo, habría que escuchar a quienes, desde otros puntos de vista y otras experiencias, pueden aportar. Seguro que así podemos demostrar(nos) que nos somos tan libres ni tan buenos como creemos; sino que hemos tenido más suerte.

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