domingo, 15 de junio de 2008

Matías el bohemio

Matías Goirigolzarri era un joven anodino. Como todos los demás, estudiaba para ser alguien el día de mañana. Él quería ser un escritor de los que iban a cambiar el devenir de los acontecimientos, de los que iban a pervertir las mentes humanas y destruir la moral para, por fin, dar a luz una nueva sociedad. Escribía y leía mucho. Sus relatos narraban historias pervertidas, extrañas y polémicas. No era raro que sus personajes fueran asesinos en serie o violadores de perros. Le encantaba levantar ampollas y que sus lectores le preguntasen a ver si tomaba drogas. No lo hacía.

Matías era bohemio. Criticaba a la sociedad y su moral corrupta. La religión era su Némesis. La odiaba con todo su alma. La consideraba una antigua superstición; una traba al progreso. Era la fuente de todos los males.

Matías era también enamoradizo. Estaba prendado de Inés que era una compañera de clase. Esta chica, morena y con ojos oscuros, era también bohemia. Los dos compartían muchas aficiones y se quedaban hasta altas horas de la madrugada conversando sobre las vanguardias artísticas y literatura clásica. Sus plateas eran muy enriquecedoras para Matías que aprendía mucho de la chica y se enamoraba más de ella. La miraba con ojos de cordero. No había un solo instante en el que no pensase cómo complacerla. Ya fuera con halagos, piropos o asintiendo antes sus palabras. Aunque sabía que estas últimas eran vacías. A Matías eso le daba igual, él sólo quería hacerla feliz. Inés se las daba de intelectual aun no teniendo la mínima idea de lo que decía ya que muchas veces repetía lo que leía por ahí. Aun así, Matías reconocía su interés y la premiaba con su aprecio. Ella solía decir que aprendía mucho con él y que era un chico muy especial. Esas apreciaciones hacían muy feliz a Matías que se hacía muchas ilusiones. Ya se veía con ella tumbada en un parque discutiendo sobre Nietzche mientras se cogían de la mano y se miraban a los ojos mientras pensaban “te quiero” al mismo tiempo. Era un idealista romántico y bastante ingenuo.

Pero el joven no contaba con un contratiempo. Ese obstáculo tenía un nombre y era Marcos. Era un chico rubio, alto y con bastante aceptación entre las mujeres. No era un chico tonto, más bien, inteligente y desde hacía un tiempo se había fijado en Inés. Ella lo sabía y no paraban de coquetear dejando de lado a Matías. Cada vez eran menos frecuentes sus pláticas. El bohemio comprendió que estaba de sobra. pero cada vez estaba más enamorado de ella. Cada vez que los veía juntos se le helaba la respiración y su corazón bombeada veloz mientras sentía garrotazos en el estómago. No paraba de pensar cuánto tiempo habían compartido, lo bello e idílico que era el pasado y las ganas que tenía de que al rubiales le cayera un andamio en la cabeza.

Matías se refugió en los libros y dejó de un lado a la humanidad. No era raro verle inmiscuido en un relato o en un poema. Era lo único que le llenaba. La realidad le vaciaba y a los demás les daba igual. Inés se percató de ello e intentó acercarse al chico. Le agasajó con los piropos de antaño y con promesas de un futuro mejor para los dos. Eran palabras vacías, de las que se lleva el viento. Eran “sólo amigos”. Matías lo sabía y se sentía engañado. Sabía que no era nadie en la vida de Inés por mucho que ella le dijera lo contrario. Estaba muy dolido con la chica.

Dicen que del amor al odio hay un paso y Matías lo cruzó. Odiaba a la chica como jamás había odiado a nadie. El chico se pasaba todo el día maquinando planes para doler a la joven. Desde malas caras hasta respuestas bordes, pasando por descalificaciones y humillaciones. No era raro ver que Matías obviaba a la chica cuando esta le hablaba o que ni siquiera la miraba cuando se dirigía a ella. Pero Matías estaba obsesionado con vengarse. Los desplantes y las insolencias no eran suficientes para él. Ansiaba sangre.

Así se le ocurrió una idea criminal. Marcos solía guardar los condones que utilizaba con Inés en su mochila. A Matías se le ocurrió agujerearlos. De tal manera que, cuando quedó solo en clase, cogió un alfiler y se puso a pincharlos uno tras otro hasta que no quedó uno solo sin atravesar. Ahora sólo quedaba esperar los resultados.

Estos no tardaron en llegar. Al poco tiempo Inés empezó a faltar a clase. Estaba enferma. Se sentía débil y no podía levantarse de la cama. Sus defensas estaban muy bajas y no paraba de perder peso. Además, le salieron llagas en la boca que pronto contagió a Marcos. Al de dos meses murió.

Marcos no parecía muy dolorido por el devenir de su novia. Estaba más bien tranquilo. Como si la cosa no fuera con él. No obstante, Matías, estaba obsesionado con lo ocurrido. Se sentía culpable por haber pinchado los condones. Estaba arrepentido. Acosado por su conciencia y buscando una salida a su carga Matías decidió contar los condones de Marcos que se encontraban en la mochila. Los sacó y los contó uno a uno. Estaban todos, intactos. Estaban de la misma manera que los dejó. No había utilizado ninguno. ¿Qué había ocurrido?

Al de unos días Marcos dejó de ir a clase. Matías se enteró de que le habían ingresado en un hospital. Tenía SIDA. Lo había heredado de su madre que era heroinómana. Él no lo sabía. Culpable por la muerte de Inés, se lanzó por la ventana de su cuarto aprovechando que estaba solo. Acababa de recibir a la madre de Inés y no pudo soportar su desgracia. Su cuerpo acabó espachurrado contra el frío asfalto ante la mirada atónita de las señoras que iban a cotillear por el hospital.

En el funeral del chico lo único remarcable fue su madre que entre oración y oración salió un momento a la calle para pincharse. Necesitaba vida para poder soportar la muerte. Lo que desconocía era que tenía sus días contados. No se sentía culpable de nada, el ‘jaco’ le había comido la cabeza y no respondía de sus actos. Había perdido la lucidez. Matías estaba rabioso con ella. La culpaba de todas las desgracias que habían acontecido en su vida estas últimas semanas. Con ánimo de redimir sus penas y su mala conciencia cogió la escopeta de su padre, se acercó a la madre de Marcos y le metió 3 tiros entre pecho y espalda. Orgulloso, Matías firmó su asesinato; escribió “venganza” con la sangre de la muerta y un dejó un corto poema que aquí reproducimos:

Él me quitó la ilusión,

Tú les quitaste la vida

Por eso a escopetazos

Yo cierro mi herida.

Matías Goirigolzarri.

2 comentarios:

Nerea dijo...

Joder.
Es obsesivo, como muchas de las cosas que escribes. Es angustioso y crudo, no sé, me quedo con la misma sensación que con la anterior historieta, solo que más simplificada. Es una historia muy extraña y no convencional, que cuenta la parte más oscura de una persona que en un principio parece buena.
Me ha gustado.

Bruno Sans Sánchez dijo...

Ui ui ui. El principio majony... el principio... Ui ui ui... ¡Qué principio! Habremos de discutirlo algún día porque... ¡Mamma Mia! Jajaja. No te preocupes, no ser grave.
Me gusta tu literatura ultimamente, tan underground, tan bohemia realmente. Pero tus personajes debieran de aprender algo, el amor es importante, pero el oxígeno aún más.
Pazo romanticón.