Cuando el Comité Olímpico Internacional decidió en 2001 que Pekín iba a albergar los Juegos Olímpicos de 2008 nadie se tiró de los pelos. Parecía que China era un país normal, que respeta los derechos humanos. Ahora, siete años después, parece que hemos descubierto tierra.
Es curioso que aquel 13 de julio de 2001, cuando los dirigentes chinos descorcharon champagne, al mismo tiempo, intensificaron la represión en China contra periodistas e internautas, como afirma el blog Noches prohibidas que recoge un informe de Reporteros sin Fronteras. Es curioso, también, como los dirigentes internacionales hicieron oídos sordos a las diversas organizaciones, como la antes mencionada Reporteros sin Fronteras o Amnistía Internacional, que denunciaban sistemáticamente las vulneraciones de los Derechos Humanos en el país asiático. El gobierno chino prometió mejoras que nunca llegaron.
Siete años después, este problema ha salido a la luz. Haciendo uso de la máxima de “si no sale en los medios, no existe”, ahora existe. Desde hace unos meses, coincidiendo con el recorrido de la antorcha olímpica, el problema chino ha aparecido en la palestra. Parece que, de golpe y porrazo, China se ha convertido en un país totalitario y opresor donde jamás se podría organizar una competición tal. Ahora, en 2008, China no es un país digno de los principios olímpicos, en cambio, en 2001 sí lo era. Los políticos de turno se han hecho eco de las protestas de las organizaciones no gubernamentales cuando ya no podían tapar el modelo político chino. Políticos como Sarkozy o el Príncipe Carlos han anunciado que no acudirán a la inauguración de los juegos. ¿Qué más le da a Hu Jintao que vayan? Es probable que ni sepa quiénes son. Además, mientras las empresas de sus países sigan establecidas y explotando trabajadores chinos mejor aún.
Lo peor de este fenómeno anti-chino no es la hipocresía de los gobernantes, sino la de los medios. Desde hacía mucho tiempo sabían que China pasaba olímpicamente de los derechos humanos, ni siquiera se acercaba un mínimo a la dignidad del hombre. China, según un informe de Amnistía Internacional, es el país del mundo con más ejecuciones. Veces contadas ha aparecido este dato en los periódicos o si ha aparecido no ha tenido mucho eco en los informativos. Por no hablar de la macrocampaña “Free Tibet”, que ya estuvo de moda en la época hippie, que parece que lo han invadido ayer o la complicidad y admiración que tuvieron algún que otro intelectual, como Sartre, por el modelo chino de Mao Tse Tung.
Pero bueno, ahora nos toca otra campaña y todos los bienpensantes del planeta cargarán tintas contra el COI sin llegar al fondo de la cuestión: Pekín no debería haber sido jamás sede olímpica. Un país como China, con un régimen totalitario y sanguinario, no puede ser el escaparate del mundo. Y lo sabíamos todos. Aunque siempre es mejor arreglar el contrato comercial y luego ponerse a berrear. Total, mientras los chinitos sigan fabricando balones de fútbol, los europeos seguiremos entretenidos. Al final, los deportistas, que no tienen nada que ver, acabarán pagando las consecuencias de ese boicot que nunca se producirá por la falta de coraje de la comunidad internacional. Hay miedo al coloso chino y se le permite todo. Eso sí, con mala cara y gesto turbado.
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