domingo, 3 de noviembre de 2019

Dime si a ti también te ocurre

Siempre he pensado que cuando te mueres hay un fundido en negro y aparecen los créditos: padres, hijos, amigos, localizaciones, agradecimientos y demás. También imagino que luego existen varias opciones, como si fuera un DVD, y una de ellas sería mirar las estadísticas: cuántas horas has dormido, cuántos pantalones has tenido, el número de kilómetros andados, los goles metidos clasificados entre el parque, el patio o el campo de fútbol. Estoy seguro que después de asustarme de los litros de cerveza que he bebido o los tacos que he dicho, miraría las estadísticas más raras: horas tumbado en el sofá, kilos de espaguetis ingeridos, veces que me han despertado a gritos o número de eructos escuchados. Parece una tontería, pero últimamente es algo que me preocupa. Hace poco, mientras salía del gimnasio, me crucé con un señor que me eructó en la cara. Nos cruzamos a la salida y no perdió la oportunidad para saludarme de forma tan pintoresca. Fue sonoro, amplio, potente; parecía que se le iba a saltar la dentadura. Casi le felicito, por no decirle algo más feo. Un eructo en el momento adecuado puede ser algo gracioso y este señor lo convirtió en algo grotesco.

No ha sido el último, ni el primero este año. Otra vez, hace no mucho, un vecino empezó a eructar por el patio. Fue todo un espectáculo sonoro, y sin censuras. No había rastro de sus padres y el chaval aprovechó para entregarse a su pasión. Sacó todo su repertorio. Yo estaba epatado en la cocina y viendo su entusiasmo empecé a animarle, hasta tal punto que en cierto momento no sabía si antes iba a pedirle un bis o el chaval acabar vomitando. Ahora me da vergüenza admitirlo, porque es terrible que alguien maduro se ría de estas cosas, pero me hizo gracia. Esa es la magia del eructo, que es tan infantil, espontáneo y absurdo que lo tiene todo para triunfar. Si nos pusiéramos pedantes, y no voy a perder la oportunidad de hacerlo, podríamos afirmar que es rudimentario, zafio y contracultural. Es un fenómeno rompedor, puro y natural, que sale de muy adentro, que “huele a tierra”, sobre todo, a lo que hemos comido de ella. También es una cerdada inmadura, asquerosa y de mala educación, pero eso mejor lo dejamos para otro día. Hoy estoy preocupado porque me eructan mucho, y muy cerca, y me gustaría saber si es algo habitual. Por quedarme más tranquilo y tomármelo a risa; por si tengo que empezar a preocuparme porque vivo rodeado de guarros.