No sé si es sólo una apreciación mía, pero desde hace un tiempo he notado como las estructuras tradicionales de representación ciudadana están a la baja. Los sindicatos o partidos políticos cada vez enganchan menos y sobre todo a los jóvenes que pasan de la política. Eso se nota en las elecciones. La abstención es cada vez más alta. Además, el voto ya no es tan fiel como antes y muchos ciudadanos eligen según les conviene a su representante. Eso es que votan a quién creen que va a defender mejor sus derechos sin mirar a qué partido pertenece. Sin embargo, hay otro voto en alza: el voto a la contra. Esta clase de fenómeno ha ocurrido en estos últimos años en Francia, España o Estados Unidos. Los votantes, ante el peligro de que saliese elegido alguien que no deseaban, daban su confianza a su máximo oponente. En Francia ocurrió con Chirac que arrasó en la segunda vuelta a Le Pen con la ayuda de algunos votos socialistas o comunistas. En Estados Unidos ha ocurrido algo parecido ya que muchos americanos no querían otro nuevo Bush y han dado la oportunidad a Obama para presidir el Gobierno. Con Zapatero, tres cuartos de lo mismo.
¿Por qué ocurre? Desde hace un tiempo noto la falta de líderes carismáticos que enganchen al pueblo o, al menos, a sus votantes. No hay un Hitler que enloquezca a las masas o un Lutter King que conciencie a los ciudadanos o, para acercarnos a la realidad vasca, un Arzallus que “enchufe” a sus militantes. Las guerras partidistas e intrapartidistas y mala fama de la clase dirigente han dado al traste con los líderes carismáticos. Nadie quiere arriesgarse a salir de la foto o, simplemente, repiten los mismos lemas para que calen en la sociedad. De todos modos, no todo es culpa de los dirigentes. En el subconsciente social está instalada la idea de que estos pueden solucionar los problemas de la ciudadanía de la noche a la mañana. Se piensa que en 4 años se pueden solucionar problemas perpetuados en la sociedad. Además, la caída del comunismo ha acabado con la alternativa a este sistema. Un sistema que hemos asimilado con sus fallos y defectos y sus valores que han sido interiorizados. Eso lleva a un estancamiento social. A los sindicatos no se les oyen y los partidos son cada vez menos ideología. La izquierda está en crisis de identidad y el modelo ultraliberal campa a sus anchas sin oposición ninguna. Eso desilusiona al pueblo que piensa que la política no sirve para nada. Asimismo, ese pasotismo se convierte en indiferencia y eso conlleva que la gente deje de participar en partidos, sindicatos o en las elecciones. No obstante, han salido nuevas organizaciones, como ONG’s, que han recalado a una parte de los desilusionados. Son organismos centrados en la ayuda directa y la solidaridad con el prójimo (adoptar niños, luchar contra el cáncer).
En mi opinión, creo que la ciudadanía busca ver su trabajo plasmado y por eso las nuevas organizaciones tienen tan buen calado social. Además, estas no están manchadas por actuaciones perniciosas. Sin embargo, la falta de alternativas políticas, ya sea con nuevos partidos o propuestas, lleva a una desilusión social. Es un desinterés social claro ya que ven la situación estancada, sin posibilidad de drásticos cambios. Aunque es necesario resaltar que los ciudadanos no reflexionamos sobre lo que cuesta cambiar a una sociedad o, mejor dicho, la transformación social. Ya que pienso que las cosas no cambian, si no que mutan. También hay que recordar que las cosas no ocurren de la noche a la mañana y homenajear a quienes con su vida pusieron su granito de arena por llegar hasta donde estamos.
AQUEL CONGRESO GALLEGUISTA CON UZTURRE
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Miércoles 20 de noviembre de 2024 Como ayer mencioné la presencia nuestra
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1 comentario:
Vuelve a hacer algo narrativo.
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