Hacía un tiempo que no escribía en el blog, entre las clases, los trabajos, la “chavala” y demás, no he tenido demasiado tiempo para dirigirme a Internet con algo nuevo. Sin embargo, hoy voy a romper ese “silencio” para hablar sobre un tema que nos toca a todos por igual: la muerte. La muerte es el fin de la vida. Cada cultura tiene su interpretación, algunos creen que después de fallecer se va al cielo, otros que se va a otro cuerpo y otros que no hay nada. La verdad, no lo sabremos hasta fallecer. No obstante, yo me inclino por la última. De todos modos, hoy no tengo ganas de filosofear sobre qué hay después de la muerte si no sobre el óbito en sí. Del momento. Porque a mí me da bastante respeto el hecho de que sé que voy a morir. Se me estremece el cuerpo al saber que mi corazón algún día se detendrá. Es algo imparable que tarde o temprano me vendrá y de lo que no puedo huir.
El día que fallezca no sé cómo será. Siempre he pensando que es un día que ya he pasado. Será el 25 de octubre o el 6 de junio, pero ese día ya lo he vivido aunque sea en otro año. No sé si moriré sufriendo, si moriré placenteramente o será un accidente el que me lleve por delante. Hay muchas combinaciones aunque el resultado seguro es la parada cardiorrespiratoria. ¿Hará buen tiempo? ¿Llorarán? Quién sabe, lo único posible es que esté postrado en una cama sin saber que voy hacia el otro lado. Sin remisión. Puede que no haya más lados, si no que se acabase. Pero como antes he dicho, no quiero hablar de creencias si no de realidades. Moriremos, sí, ¿pero cómo? Habrá alguien para sustituirnos.
Yo siempre he querido morir el último. No es por batir record, ni por romanticismo, si no porque me dolería ver a la gente sufrir por mí. Lo detestaría. Preferiría casi me ignorasen. Es algo muy serio como para no tomárselo a risa. Además, siempre habría más de uno que sólo se acordarían de mí y lo bueno que soy (fui) ese día. Podría decírmelo en vida y subir de esa manera mi autoestima. Del funeral poco. “Sarri sarri” y el himno del Athletic. ¿Entierro? Como vean, si quieren tirarme a los perros, allá ellos. No problema. Quizás a mis allegados no les haga gracia. En otro caso, si quieren tenerme cerca o bajo tierra, que me entierren en Arrankudiaga con mi aitite (si no quedan lápidas libres) y así descansaré en paz a su lado. No pude conocerle, pero, ¿qué mejor ocasión que el fallecimiento de uno mismo para encontrarse con sus seres queridos? Por mucho que no supiera uno quién fue, por mucho que no sepa uno que significa para mí.
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