Martín se levantó aquella mañana pesado. Sentía como si en el pecho tuviera una piedra. Estaba triste, ese tipo de tristeza que hace que el tiempo corra más despacio, como si la vida fuese a cámara lenta. No sabía muy bien por qué era. En los últimos días se sentía así. Quizás era el paso del tiempo o puede que la melancolía que surge cuando recuerdas aquel que un día fuiste.
Tenía la sensación de que había cerrado un ciclo. Un año ha tardado en hacerlo. Igual por eso tiene pena. Ya es consciente de que aquello nunca volverá. Y tiene miedo. Está aterrado de pensar que nunca conocerá a otra igual, una que le suponga tal reto. "No la he olvidado", le confesó el otro día a su amigo Oinatz. "No es que me guste, pero como este año no he conocido a nadie, me queda esa espina", le explicó. Eso es lo que cree o lo que quiere creer. Aun así, cuando duele poco importan las explicaciones.
Como explicaba siempre, ella era la punta del iceberg. En el fondo, solo personificaba un ciclo de su vida que le había costado digerir. "Solo era el punto que ponía patas arriba todas mis contradicciones", asumía. Era la explicación racional, lo que quería pensar y, en el fondo, hasta sentía. Era difícil poner orden a sus sentimientos cuando todo había pasado tan rápido y "tan a la vez". Aunque sabía que aquella fue la última de sus preocupaciones el año anterior, asumía que era lo que más le dolía. "Es la contradicción principal", decía apesadumbrado. "Y parece que lo sigue siendo", añadía resignado.
De todos modos, era consciente de que durante este año este dolor iba a reaparecer. Los años de transición son así; haces cuenta de lo anterior e intentas corregirlo. Aun así, a Martín le ocurría que aunque el balance le saliera positivo, siempre le aparecían recuerdos dolorosos. "Qué traicionera es la memoria", solía decir sonriente. Con una sonrisa sí, pero una de esas que esconden un sufrimiento nacido de la (mala) experiencia. Era el precio a pagar por conseguir la paz interior. "No se puede amar a nadie, sin amarse a uno mismo", repetía sin quererse demasiado.
En el fondo, se veía como un corredor de maratón. Eso le consolaba. Estaba cansado, pero sabía que tenía que sufrir para llegar a meta. Había aprendido de Bielsa o de Guardiola a ser fiel a sí mismo. Estaba convencido de que era el camino; doloroso pero correcto. Seguro que le había dado algún fruto, aunque él no fuera consciente. Además, al contrario que el Wenner Hebbel de Sarrionaindia, se negó a morir congelado. Tampoco quiso ser como François Seurel de Alain Fournier y contar las aventuras de los demás. Martín prefirió, como el narrador de Zwer Freui, seguir "acondicionando su casa" en silencio. Sin mayor inquilino que él, pero dispuesto a compartirla. Por eso sufre a veces, aunque sepa que es lo correcto. Pero también ríe.
Nadie dijo que fuera fácil, Martín. Pero hay que continuar. Con tranquilidad y tesón seguro que conseguirás lo que te propongas. A veces los sentimientos más profundos son los más complejos. Lo sabes tú bien. Aun así, como sueles decir "de qué me voy a quejar si tengo amigos, familia y un plato de comida caliente". Son palabras sabias. Aun así, no te quedes atrapado en el pasado. Busca lo que quieras ser y vete a por ello. A veces hay que mirar a la realidad con el corazón y sentir con el cerebro. Ahora que este año de transición está terminando, toca mirar al futuro que hay que seguir creciendo como persona.
Así, espero que no te enfades por que haya decidido colgar tus confesiones. Hablar muchas veces es la única vía de escape para huir de esa pesadez que agarrota tu alma. Además, el hecho de que estén escritas te ayudará a relativizar posibles decepciones futuras. Yo solo lo he hecho por tu bien, para que sigas aprendiendo. Sé perfectamente el esfuerzo que has hecho este año y las largas reflexiones sobre ti y y tu mundo. Por eso sé que sabrás ser feliz. Ya será por emoción o por conformidad, pero lo serás. Eres consciente de lo que tienes y por eso sabes lo que quieres. Aunque aún no lo tengas claro, aunque seas incapaz de verbalizarlo.
En fin, por lo que veo ya has cerrado una época. Ahora toca abrir otra. Espero que no te olvides de mí ni de los nuestros, aunque desaparezcan por el paso del tiempo. Yo siempre estaré contigo para ayudarte a seguir creciendo como persona. Lo conseguiremos, estoy seguro.
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