Decía el filósofo británico Thomas Hobbes que “el hombre era un lobo para el hombre”. Y aunque tenía razón, podría haber apostillado que “en el sexo no hay amigos ni caballerosidad”. Porque el mundo sexual es una auténtica guerra, en el que las concesiones se pagan caras. Quien quiere “meterla en caliente” debe de luchar contra viento y marea, debe jugar sucio para poder disfrutar del fruto prohibido.
En el aparejamiento no hay lugar para la caballerosidad o la amabilidad. Este ritual animal no entiende de leyes más allá de las leyes animales que lo sustentan. Los modales poco importan, porque las cosas entran por los ojos y sólo los clichés sociales pueden evitar un apareamiento deseado. Idea que reforzaría la impresión de que la moral aún pesa demasiado. No somos tan “modernos” y “liberales” como pensamos, sino más bien reaccionarios. El sexo sigue siendo un tabú, fuente de vergüenzas y tormentos, que seguimos sin ver con naturalidad. ¿Quién no ha estado descontento con su sexualidad? ¿Quién no se ha avergonzado de tal o cuál fantasía? ¿Quién no ha dicho esta polla no me cabe o este cura no es mi padre?
Pero quizá esto no sea lo más duro. Puede que nos hayamos equivocado de siglo y los románticos estén muertos (no lo creo así), porque tendemos a mitificar tiempos pretéritos. Aun así, lo que está claro es que los valores sexuales siguen tendiendo más a la astucia y a la entrepierna que al “corazón y los sentimientos”. Los hombres que suelen comportarse de manera caballerosa, que dejan su entrepierna a un lado, suelen quedarse más solos que la una. Es lo que hay. La honestidad sólo sirve para la amistad. El ser bueno es razón de sobra para que te coman la tostada y quedes con cara de imbécil. Como se sabe que el caballero siempre estará ahí, se puede errar porque habrá segundo plato. Aunque el caballero sólo piense en bajar bragas. Sin embargo, quien le echa morro y es buen retórico tiene plato seguro. Aunque sea el mayor pendejo de la Historia, aunque las mujeres juren y perjuren no haberlo hecho nunca con él.
Este es el sino de nuestros tiempos; predicar la bondad para practicar la maldad. Lo admito; ser egoísta es malo a la larga y mi férrea conciencia me impide comportarme como un truhán. Soy así de sincero, idealista e ingenuo, por eso me va tan mal.¡Malditos caballeros!
LO RECONOZCO HE VIVIDO (Y QUE A VECES ME HE SOLIDO EQUIVOCAR)
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Hace 7 horas
1 comentario:
Aquí si que hay gramática parda.
Saludos, prícipe de las letras.
Te reomiendo "Filosofía del tocador", del Marqués de Sade.
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