Anoche estaba viendo la típica serie americana que gusta a las mujeres. Me refiero a ese tipo de series con tíos y tías buenas, de “echar cohete” que dirían por el Goiherri guipuzcoano, que mezcla a chicos buenos con rebeldes de corazón puro. Vamos, lo típico de chico malo que se enamora de chica buena y ambos sufren porque éste es, en ciertos momentos, incapaz de evitar comportarse como un salvaje. Ya se sabe, la típica paliza para defender a su “chica” de los demás, mientras luego jura y perjura, entre sollozos, que se portará bien, mientras un juez está a punto de enviarle a la silla eléctrica, aunque al final todo queda en agua de borrajas entre nuevos sollozos, sonrisas y besos. En definitiva, una pastelada americana destinada a ganarse los corazones de las chicas. Nosotros los hombres, aunque a veces las veamos y no lo admitamos, somos “duros”.
Lo que más me gusta de estas series es el momento filosófico. Es ese instante en el que, cuando todo parece que se va a la mierda, llega alguien ajeno y da una lección de vida entre “guitarritas y vocecitas”. Me refiero a ese momento incómodo de sonrisas falsas y gestos de “te he salvado el culo chaval” o “he arreglado el pasado oscuro que me atormentaba”. Por ejemplo, cuando pillan a una alumna excelente copiando en un examen, pero la amnistían porque “todos cometemos un fallo”. Es en ese instante cuando sale la filosofía americana del bien, la de la autosuperación del chaval negro que vive en las calles, pero que puede conseguir la Beca para la Universidad americana encestando balones, la del que, desde el sufrimiento que da la experiencia, tutorea al joven inexperto que está a punto de cometer un grave error que él también cometió de joven. Es, en otras palabras, esa filosofía paternalista de la sonrisa de tres pesetas con los besos definitivos y achuchones con música melosa. Ésa que parece indicar que siempre habrá alguien que te “salve el culo”, aunque ellos adviertan lo contrario; ésa que convierte a los “chicos malos” en chicos buenos, ya que todos tenemos un buen corazón (aunque tengamos malas intenciones).
La socialización de esas series, que son infinitas, ha derivado en que creamos que esas cosas son reales. Todos tenemos en mente esas “guitarritas y vocecitas” cuando aconsejamos a alguien sobre qué debe hacer en cierto momento. Todos nos hemos visto como aquel “ajeno” que llega, aconseja y salva el pescuezo a alguien por bonhomía y altruismo. Y es que nos quieren hacer pensar que todos somos altruistas o que, por lo menos, podemos serlo. Es algo cierto, pero también ingenuo. En un mundo de tiburones, ¿quién va a ser la gacela?
Que no liguemos y que haya tantos divorcios es culpa de las “guitarritas y vocecitas”. Las mujeres nos comparan con esos "superhombres", "super" pastelosos, "super" musculosos y "super" atentos y quedamos a la altura del betún.
Que les jodan, siempre nos quedará "Padre de Familia" o "Mallrats".
LO RECONOZCO HE VIVIDO (Y QUE A VECES ME HE SOLIDO EQUIVOCAR)
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Hace 7 horas
1 comentario:
Conozco a alguien que en su vida se ha tomado demasiado en serio lo de las "guitarritas y vocecitas" y se cree que va dando lecciones a sus amigos, como si de guiones americanos se tratara, cuando en realidad vive ajeno a la realidad, en una burbuja de ficción, tal cual.
Eso sí, totalmente en desacuerdo con lo de "típicas que les gustan a las mujeres", etc. No son más que prejuicios, a mi parecer.
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