En el mundo del fútbol, al igual que en la sociedad en general, ha calado hondo la idea de que "todo seguirá igual". De la misma manera que desde la caída del Muro de Berlín parece que no hay alternativa al sistema capitalista, en el mundo del fútbol no la hay entre el Barcelona y el R. Madrid. Jugar contra cada uno de los dos equipos es casi una derrota asegurada. Esta situación al principio puede resultar atractiva: cada partido se pueden ver goles increíble. A la larga, sin embargo, resulta monótono y aburrido.
Ante esta gris situación ha surgido un equipo, el Mirandés, que, como Islandia, ha demostrado que "si se quiere, se pueden" cambiar las relaciones de poder y ha abierto una brecha en un deporte subordinado al negocio económico. Armado de ilusión, el equipo burgalés ha eliminado a tres equipos de Primera División (Racing, Villareal y Espanyol). No había más que ver como los jugadores "rojillos" se afanaban en los últimos minutos por dar la vuelta a una eliminatoria que se les había complicado y que solventaron en el último minuto.
La convicción no es la única semejanza que existe, en mi opinión, entre el caso islandés y el del Mirandés. Los dos han sido excepciones que han mostrado la injusticia existente en los sistemas en los que actúan. En ambos casos, los organizadores han diseñado un sistema que defiende al "más fuerte". En lo político, la falta de una regulación mundial permite que las empresas y los bancos campen por sus anchas por encima de los diferentes gobiernos. En el fútbol, la eliminatoria a "ida y vuelta" ahoga la poca frescura que podía tener la Copa del Rey, en una federación que parece emperrada en reforzar al Barça y el Madrid, que tanto dinero parece dar.
Para luchar contra estas injusticias son importantes los casos del Mirandés e Islandia. En una sociedad que parece condenada a un "retorno continuo", dejan lugar a la esperanza de un sistema más equitativo. Por eso, no hay que tomarlos como excepciones; sino como ejemplos de que la perseverancia y el trabajo en equipo dan resultado. El cambio es posible. Se puede plantar cara a "esa mano invisible" que piratea los mercados económicos. Se puede plantar cara al Real Madrid y al Barça. Solo hacen falta once jugadores que formen un equipo y 6.000 aficionados que los apoyen hasta el final. Es solo cuestión de ilusión.
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