La ignorancia popular ha sido el caldo de cultivo de extremismos y dictaduras. La facilidad con la que se desarrollaron estas va unido a dos factores: el desconocimiento e incultura del pueblo y el populismo. Ambos van unidos con el miedo y la dureza, pero estos son secundarios porque sin gente que coja pistolas no hay tiros.
Un pueblo ignorante es un pueblo adormecido y sobre todo manipulable. Sin una instrucción histórica, cultural y política, amén de cívica, una persona no obtiene la profundidad con la cual poder analizar una situación concreta. Sin conocer el pasado, no se puede entender el presente, y si olvidamos a los antiguos tiranos podemos convertirlos en gobernantes. La memoria juega un factor determinante. Sin recuerdos, el pasado se vuelve en blanco y manipulable al antojo de cualquiera. La manipulación histórica y las reconversiones son un peligro para el futuro. Así, es fácil ver a antiguos asesinos y cómplices que sin arrepentimiento alguno han sido convertidos en adalides de la democracia y la libertad. Claro ejemplo son Manuel Fraga o el fallecido Mario Onaindia. Ambos utilizaron la violencia para defender sus ideas y ahora son un ejemplo cívico gracias a grandiosas campañas de imagen. Por no hablar de fascistas convertidas en vedettes y explotadoras premiadas por partidos de izquierdas. Así como, la equiparación de quienes lucharon por la libertad con quienes atacaron la legalidad vigente. Porque bien es cierto que nadie es perfecto pero hay que diferenciar a los legitimados de los golpistas. Y en sociedades desmemoriadas y transitorias aún hay gente enterrada en cal mientras otros son canonizados. Eso sin olvidar todos esos héroes o heroínas olvidados por el tiempo que muchos desconocemos. Esa gente que trabajó por la libertad sin más intención que esa.
Todo esto ocurre gracias a la demagogia barata y el populismo. Con lemas que buscan los más bajos instintos del hombre y el patriotismo barato alarmista se consigue desviar la realidad al campo que más gusta. Caso es el de la presencia de la lengua castellana en las escuelas de Euzkadi. Aquí todo el mundo sabe castellano y claro ejemplo es que muchos alumnos que han cursado el colegio en euskera estudien la universidad en castellano. En cambio, quienes estudian en castellano no pueden cambiar por no dominar el idioma y en Navarra apenas se puede estudiar la universidad en euskera. Los viejos tópicos son peligrosos para sociedades grandes que desconocen ciertas peculiaridades locales. Más aún, cuando quienes se ponen a explicarlas son tan ignorantes como los escuchantes o tienen intereses de por medio. Esto pasa con la Constitución y el Estatuto. Los partidos estatales y españolistas acusan a los nacionalistas periféricos de saltárselos cuando son ellos los que incumplen esas leyes por norma. Miren el Estatuto Vasco o el Catalán y opinen. Todo esto bañado, como bien he dicho antes, por campañas alarmistas y buenas caras: palabras bonitas que esconden feas intenciones. Está de moda el diálogo, el pacto y el entendimiento que en realidad quiere decir acatar lo que viene de Madrid. Ya pasó con el Estatuto de Cataluña y ahora pasa con el Plan del Lehendakari. ¿Por qué no se preguntan porque ocurre esto? Por no hablar de la campaña de linchamiento a Lluis Suñé. Burradas más gordas se han oído por intelectuales y periodistas contra vascos y catalanes y ningún cimiento ha temblado.
Por eso es necesario instruir a la juventud y quitarles esos tópicos de la cabeza. Los jóvenes somos los futuros dirigentes y si queremos avanzar tendremos que evitar los errores de nuestros aitas. Que no nos engañen porque hay mucho en juego. Llevamos muchos años de bienestar que se pueden ir al traste por culpa de buenas palabras venenosas y promesas incumplibles como el Plan Guevara. “Sólo habrá nuevo estatuto con nosotros” Patxi López. ¿Es esto contar con la mayoría de los vascos? ¿No es esto dividir? ¿No es amordazar a un pueblo? Lean, comparen y voten a quien más les plazca, pero háganlo con cabeza y sabiendo lo que hacen. No vaya a ser que tengamos que lamentarnos.
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