Resulta curioso, a la vez que sospechoso, que ahora que la crisis agudiza, se expanda el fútbol a todos los días de la semana. Parece que el viejo paradigma romano del “Pan y Circo” funciona. Llega el Mundial y se acaban la crisis y el paro. El fútbol lo invade todo. Aparece en los medios hasta la náusea y seda a los ciudadanos. Este oasis durará hasta que a España se le elimine de la competición. Ahí volverá el complot del mundo contra “La Roja”, el “éramos los mejores” y los rumores sobre los fichajes del Real Madrid. Será la patada que devuelva a los españoles a la dura realidad de la Liga española. Qué aburrido es no haber humillado a los demás. La situación es desastrosa; no hay liderazgo ni soluciones claras y todo apunta a que España será el próximo Grecia si nadie lo remedia, pero mientras hay fútbol no importa. Los sindicatos no responden, la gente vive del “negro”, en Andalucía el PER es bajado a los 25 días por año y en Extremadura 8 de cada 100 ciudadanos es funcionario. Una oda al esfuerzo (y no lo digo por los funcionarios).
La especulación en el fútbol ha llegado a tal extremo que los equipos de fútbol gastan millones como si fueran fichas de Monopoly. Cristiano Ronaldo cuesta 96 millones de euros. Así, uno se entera de las deudas del Barcelona o del Valencia y se echa a temblar. Y muchos de estos equipos deben dinero a Instituciones públicas que, encima, les patrocinan. Todo esto mientras el Numancia, que cuida sus cuentas, está en Segunda división por no haber fichado “galácticos”. Es la escenificación del “culto al despilfarro” tan impregnado en España, un país que ha vivido mirándose al ombligo mientras Europa se desarrollaba cultural y económicamente. Se ha desechado la cultura del esfuerzo, de la reflexión y de la tenacidad y se ha adorado a ese “falso ídolo” del Carpe Diem. Este nuevo “tótem” nos ciega ante el abismo. Aun así, por mucho que se cierren los ojos; el abismo sigue delante y está dispuesto a tragar. El sistema de la hidalguía española, aquella que vivía de sus apellidos, está agotado. La globalización económica ha ofrecido al mundo una competición a muerte en la que la única regla es triunfar. Así se ha impuesto la obsesión por el “Just in Time” o la obsesión por llenar nuestros vacíos con baratijas.
Esta evolución se ha dado sacrificando las enseñanzas de nuestros mayores, no son más que un estorbo, y dándonos a dilapidar todo lo que su esfuerzo construyó. Crearon un Estado de Bienestar para que quién menos tuviera, cubriera las “necesidades básicas” sin necesidad de sacrificarlas y nosotros nos lo hemos cargado por pensar que el dinero era para siempre. Y, encima, cuales niños, acudimos a él en los momentos en los que el dinero escasea. Queremos que “Papá Estado” solucione nuestros problemas, como si las causas y las soluciones nos fueran ajenas. Pura cobardía infantil. Somos responsables de la crisis actual, como la seremos de la siguiente. Somos nosotros los que compramos “la casita en el campo”, los que nos tomamos aquellas vacaciones paradisiacas, los que nos gastamos lo que no teníamos. Nosotros nos hemos cargados las condiciones de vida que nos ofrecieron nuestros mayores; les hemos escupido y encima pedimos que nos solucionen los problemas. ¿No es desgraciado?
El punto más triste de este drama es que no hemos aprendido la lección. Mientras nos obsesionamos fútbol nos olvidamos de los problemas que hay afuera. Y quién dice fútbol, puede hablar de las series como Lost, de portales como Tuenti, Facebook u otras herramientas interesantes que llevadas al extremo alienan al ser humano. Hay que saber diferenciar al pasatiempo de la obsesión, lo malo en sí y la mala utilización. La tecnología lo invade todo, pero no por eso tiene que ser buena o mala; sino todo lo contrario, ya que depende del uso que nosotros le demos. Nosotros damos valor a las cosas.
Todos somos culpables de esta crisis. La deshumanización que hemos sufrido nos ha llevado a olvidar que sentimos y padecemos. Hemos sido nosotros los que hemos abandonado el arte de la conversación, el paseo por el parque o de perder el tiempo mirando por la ventana. Somos nosotros quienes queremos amores de película o triunfos épicos y aborrecemos lo de “carne y hueso”. No queremos sufrir, ya que hemos nacido con la cicatriz del desaliento de nuestros padres. Por eso nos mostramos escépticos y apáticos ante la incertidumbre y nos centramos en los medios en lugar de en los fines. Es placebo.
Decía Hannah Arendt que “el verdadero espíritu puede ser destruido sin llegar a la destrucción física del hombre”. Cuando nos convertimos en máquinas y abandonamos nuestra espontaneidad dejamos de ser humanos. Es esa la principal diferencia entre los regímenes totalitarios del siglo XX y los del Antiguo Régimen. El nazismo, el comunismo o el franquismo consiguieron entrar en nuestra vida privada y obligarnos a comportarnos de una manera mecánica, negando nuestra naturalidad. Es lo que consiguen también los medios que orientan los debates: nos hacen ver lo de lejos y nos impiden apreciar lo de cerca. Una espiral que ahoga nuestro espíritu crítico y que, añadida al espectáculo que nos brindan, nos hace olvidar quienes somos.
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2 comentarios:
Un post diarreico.
Un post muy cierto.
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