Cuando nuestros abuelos nacieron, en pocos lugares estaban todas las necesidades cubiertas. La siguiente generación, la de nuestros padres, mejoró sustancialmente, aunque aún hubiera sitios donde se vivía sin tapar lo básico. No obstante, nosotros hemos tenido de todo. Es más, diría que hemos tenido demasiado y eso, pienso, nos ha frustrado. Ante la falta de medios, se pensó que llenarlos iba a ser preciso para que los humanos fuésemos felices. Pero se obvió nuestro afán de conseguir más de lo que tenemos y, en lugar de enfrentarnos al problema, decidimos seguir adelante con la descabellada idea de que el material iba a sustituir a lo espiritual. Se creyó que a través de los objetos iban a gozar los sujetos. Así, cuando se pasaba una mala racha se iba de compras o se compraba tal o cual objeto que iba a solucionar los problemas. Quizá servía durante un tiempo como sedante, lo cual en principio tampoco tiene porqué ser malo, pero el vacío seguía estando presente. Era como una droga, consumir exigía siempre más para ser feliz.
Por eso, me pregunto ¿qué hay después del material? ¿Qué necesitamos para poder vivir de una manera más o menos feliz? Con otras palabras, ¿qué necesitamos para gozar, en el más amplio de los sentidos de las palabras? ¿Cómo alimentar el espíritu?
Es una pregunta que resulta difícil responder. Sin embargo, algunas pistas tenemos. Por ejemplo, una pérdida o falta de algo no tangible no se puede sustituir por algo tangible. Los objetos no hacen feliz, sino las interpretaciones que hacemos de ellos. Eso es que el objeto en sí no tiene mayor valor del que le damos nosotros. Por eso, es harto improbable que nos haga sentirnos realmente felices. Puede que nos entretenga, lo que no es poco, pero únicamente quedará en la superficie del problema. Además, muchas veces sólo aporta nuevas infelicidades. Sobre todo cuando se fija uno en lo incompleto que está ese objeto y los complementos que necesita, muchas veces innacesibles.
De todos modos, no es lo más grave. El consumismo ha deshumanizado al humano. Ha conseguido que utilicemos al humano como fin y como objeto. Esto es algo que venía de antes. No obstante, en tiempos pretéritos no teníamos los conocimientos ni la cultura “igualitaria” en la que habitamos. Y eso influye en nuestro alma. La banalización de los sentimientos ha conseguido vaciar nuestro alma. Hoy en día se oye demasiado palabras redondas como “amor”, “amigo” o “te quiero”. Palabras o expresiones cuya profundidad ha quedado vaciada por superficiales impulsos que confunden al amor con las ganas de probar sexo (lo que no es punible) o el “te quiero” con el “tengo ganas de meterla hasta dentro”. Son sentimientos nobles convertidos en moneda de cambio del día a día, son poesía convertida en reportaje (O jodes o te joden).
Mientras que los modelos sociales sigan siendo ordinarios y surpefluos, y el nuevo Dios sea el consumo seguiremos sin “cultivar nuestro jardín”. Aun así, yo me pregunto, ¿qué hay después del material?
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Hace 11 horas
1 comentario:
Joder, Jon, eres un crack. Cada día te admiro más pese a tu juventud. En esta breve reflexión has metido a Nietzche, Ortega y Sartre. Ya te lo contaré.
Un abrazo
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