Era un joven taciturno y reservado, que se pasaba los días rellenando cuartillas para aliviarse. Era su vía de escape. Bolígrafo en mano, escribía hojas pormenorizando sus pensamientos, liberando sus angustias. Soñaba con un mundo mejor, un mundo más justo y más humano. Algo anodino para su edad. Nada extraño que diría aquel.
De familia usual, aprendió de su padre y de su madre. Creció rápido, amó despacio y padeció lento. Era uno de esos imprescindibles, de los que con su silencio afirma más que con sus palabras, de los que asevera con gestos y niega con miradas. Pasaba desapercibido, pero todos sabían que estaba ahí: presente. Era, además, reflexivo. Parco en palabras, las elegía cuidadosamente, quería siempre las más certeras. Las adoraba. Buscaba la concreción y la simpleza. Ser claro y conciso. Sus conocidos le decían inteligente y locuaz; de fácil palabra. Pero él deseaba ser más tranquilo y cambiar sus vicios. Era nervio, lo que le perjudicaba. Veía sus imperfecciones mejor que nadie. Se conocía muy bien.
Pasaba por épocas de acción y de pasión. Estaba cansado mentalmente. Su mente estaba en blanco, era incapaz de reflexionar. Sus pensamientos iban solos, sin meter ruido. Se había pasado Mr. Moon. Demasiada intensidad que provocó ansiedad. Aún sigue desanimado por su habitación oscura. “Son épocas”, piensa a la espera de una nueva ilusión. De mientras, admira al sabio y quiere aprender de él. Pero, cree que es una pena que haya tantos y que sea imposible sintetizar el saber. Mal de muchos, consuelo de pocos.
Del Burgo o la irrelevancia de la falsedad
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Patxi Agirre Un gran currículo académico no evita el que las miserias
humanas cerriles florezcan recurrentemente resaltando odios e inquinas.
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Hace 12 horas
1 comentario:
Ojalá encuentre pronto aquello que lo ilusione otra vez.
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