jueves, 20 de diciembre de 2018

Obsesionado con el ascensor

Al Schindler D-3587, por si las moscas 

Creo que el ascensor se ha enamorado de mí. Siempre me espera en el rellano, habla con voz seductora y me saca guapo en el espejo. Vivo en un quinto y ha llegado un punto en el que no paro de pensar en él. Es como cuando conocí a una chica llamada Begoña. De repente, empezaron a salir Begoñas por todos lados. Me daba la vuelta y aparecía una. Ponía la televisión y salía otra. Era una cosa terrible. ¡Todo el mundo conocía a alguna! Al final, caí y tengo miedo de que me ocurra lo mismo. Es grave enamorarse de una chica que no te gusta, pero, ¿de un ascensor? Eso tiene que ser aún peor. ¿Cómo me miraría la gente? ¿Qué les diría a mis padres? ¿Y él a los suyos? 

 Esto me recuerda a cuando empecé a perder pelo. Veía mechones por todos lados y,¡hasta los contaba! Por calle solo me cruzaba con gente con melena. Eran largas, tupidas, con un flequillo envidiable, como el que yo perdía. Tras unos meses deprimido, me di cuenta de que una cosa es que te crezca la frente y otra ser calvo. Ahí cambió todo y me convencí de que el mundo no conspiraba contra mí; sino yo contra él. Quizás ahora ocurra lo mismo y el ascensor esté programado para ser agradable, tenga horarios parecidos a los de los vecinos y el guapo sea yo. Es lo más razonable, pero por si acaso seguiré sonriéndole todas las mañanas, no vaya a ser que me deje encerrado, empiece a contar mis pelos y acabe acordándome de Begoña.

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