Una suave brisa sopla entre los árboles y la oscuridad traga todo lo que encuentra a su paso. En la montaña, solo una luz hace frente a la noche mientras Fermín está sentado en su viejo taburete escuchando como cada noche la radio. No hay nadie más entre las cuadro paredes de piedra; solo Fermín, su radio y el lento crepitar del fuego que suenan como un susurro en el inmenso silencio de la casa. Unas veces conversan y otras simplemente escuchan al viejo transistor que les cuenta qué ocurre en un mundo cada día más extraño.
Es tarde ya y Fermín apaga la radio para dirigirse a la cama. La oscuridad engulle a su pequeño caserío que ya no se puede distinguir desde el mar. Tras poner el despertador a las 7:30, Fermín deja las gafas en la mesilla y mira fijamente una foto en blanco y negro mientras intenta recordar. Después, cierra los ojos y revive como cada noche ese viejo trozo de papel. Ahí está Fermín con sus amigos Martín y Pedro, a los que saluda efusivamente, y también está, aunque solo la vea por el rabillo del ojo, Margari. Está más guapa que nunca, con un vestido blanco con puntos azules y un pañuelo de colores que resalta sus ojos verdes y su brillante sonrisa. "No me sueltes nunca", le pide Margari mientras le acaricia la mano. "Nunca jamás", le contesta Fermín otra vez más mientras salen a bailar. Una pequeña lágrima asoma por su arrugada mejilla.
Como cada noche, una diminuta luz brilla en la montaña. Es la sonrisa de Fermín que revive otra vez más esa foto en blanco y negro e ilumina su solitario caserío con esos momentos guardados en un papel para no olvidar jamás que algún día él también fue feliz, mientras la radio le recuerda que su vida es solo una suave brisa que sopla entre los árboles en busca de paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario