viernes, 2 de julio de 2010

Se apagaron las luces

Llegó el final de junio. Las luces de las habitaciones se apagaron y la gente marchó. Nosotros nos quedamos, guardianes, hasta el próximo septiembre. Se acabó otro curso. Ya son muchos los que he dejado atrás con sus correspondientes recuerdos, alegrías y decepciones. Otro año más que parte para no volver y otro año nuevo que viene para también dar paso a otro. Es el sino de la vida, que marcha sin que nos demos cuenta. Es la dictadura del presente continuo, aquel que siempre tenemos encima. Llega el verano con la cantidad de horas muertas que acarrea y la soledad que incentiva. Más aún, cuando quedas en tu exilio, rodeado de tiempo libre.

El otro día conocí la culpa de las gallinas. Son caprichosas y te hacen desear más. Miras al vecino y le odias por tener algo que tú no tienes. Ahora tengo miedo de conocer la culpa del tiempo libre, que te invade y te noquea hasta convertirte en su títere. No quiero perder el norte, ni siquiera quiero pensar que puedo tirar a la basura los mejores años de mi vida. Es hora de afrontar el futuro, solo y acompañado, porque es así como es la vida. Creo que es tiempo de nuevos retos y de crear las condiciones necesarias para que todo salga adelante. Aunque no haya un rumbo fijo, aunque haya que marcarlo.

La gente empieza a hacer sus vidas y yo, aunque a veces parezca mentira, sigo ese camino inexpugnable que son los años. Sin darme cuenta, ya estoy con unos cuantos y la cuenta sigue. Puede que un día dentro de unos años, al leer esto, piense “qué pesimista fui”, pero hay que tener en cuenta que las cosas con perspectiva se ven mejor. De hecho, la experiencia es la mejor perspectiva y aún queda mucho por hacer y por vivir. Quizá llegue al objetivo o quizá no. Todo está por hacer, la incertidumbre planea. Hay que luchar, hasta que se enciendan las luces y cuando se vuelvan a apagar.

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