De la Historia se recuerdan los grandes nombres. Aquellos que cambiaron el devenir de los tiempos. O, mejor dicho, aquellos que marcaron un cambio. La Revolución francesa marcó un antes y un después para los estudiosos del pasado. Fue la primera vez en la que quedó claro que eran los pueblos los que cambiaban el devenir de los pueblos y no los dirigentes. Éstos únicamente dirigían, pero sin los que tenían detrás no eran nadie. Es una pena que nadie se acuerde de los pueblos y sólo se acuerde de los dirigentes. Es una pena porque quizás con los miedos de aquellos valerosos luchadores por la libertad solidaria afrontaríamos con valentía el futuro. Hoy un amigo me ha dicho que le hubiera gustado saber qué pensaba un gudari en la trinchera. A mí también me hubiera gustado saberlo. Por suerte, tenemos libros como el “Quiero morir por algo” o los libros del Lendakari Aguirre que nos cuentan qué pasaba por las cabezas de aquella gente que supo elegir la libertad entre la Revolución y la Represión.
Lo peor es pensar que la Historia está llena de “arribistas” que llegan a lo más alto de la sociedad. Humanos sin escrúpulos que son capaces de vender a su madre por un puesto en la foto o un cacho de pastel. Individuos que parecen ser felices, que cumplen con todos, menos con ellos mismos. Por eso, hay que recordar al luchador caído, al trabajador tenaz y a todo aquel que ha sido fiel a sí mismo. Son estas personas, muchas veces ignoradas por la masa por su honestidad, las que hacen la Historia y no todos aquellos vendedores de humo que nos presentan recetas milagrosas que esclavizan al hombre en aroma de libertad. Hablo del empresario que hace no sé cuántas horas por sacar adelante a su empresa y a su familia y que tiene la amenaza detrás, hablo de aquel agente que sigue en supuesto de trabajo, aunque se juegue la vida todos los días o aquel trabajador que vive en precario para salir adelante con los suyos. Son pequeños héroes cotidianos que no llenan los periódicos y que tampoco tienen glamour para contar sus intimidades en la televisión.
Hace unos años en clase me explicaron que en la I Guerra Mundial los soldados volvían a casa muy tocados por la dura vida bélica y que aquello contrastaba con la “Belle Époque” de París. Me pareció la imagen que explicaba perfectamente la diferencia entre quién piensa en sí mismo y quién lo hacen en los suyos. Tenía que ser muy duro ver que mientras tú luchas por la libertad, la solidaridad o el bienestar común, otros se divierten a tu costa a sabiendas de que pase lo que pase saldrán adelante. Es también duro ver cómo trazas un camino honesto, o, por lo menos, sincero, y ver cómo los demás te adelantan por los lados sin jugar limpio. Aun así, lo importante será darte cuenta en tu lecho de muerte de que has sido fiel a ti mismo. Son estos los pequeños gestos que hacen la Historia: la tuya y la de todos.
AQUEL CONGRESO GALLEGUISTA CON UZTURRE
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Miércoles 20 de noviembre de 2024 Como ayer mencioné la presencia nuestra
en un Congreso del Partido Galleguista en enero de 1987, saco del baúl la
crónica...
Hace 21 horas
1 comentario:
Precioso Jon... el día de diñar, día de balance de cuentas, ni mas ni menos.
Que sería de nosotros sin esos anónimos?, con todo, que poco gratificante tiene que ser "general", tan solo llenar un tarro de ego no puede dar para mucho.Nunca podrán probar el sabor de una "trinchera"... no les envidio.
Que grandes aquellos gudaris, con que serenidad arrastraron sus miedos. Valientes ellos ! Me enorgullezco de llevar la sangre de dos de ellos.
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