Ser héroe está mal visto. Parece que es ser ególatra y prepotente, aparte de que siempre habrá alguien que saque algo oscuro. Pura envidia muchas veces. Sin embargo, para mí, siempre ha tenido connotaciones positivas. Héroe era aquel que hacía algo extraordinario que era a la vez bueno para la comunidad, aquel que dejaba a un lado su individuo y luchaba por el colectivo. Un ingenuo en estos tiempos que vuelan más que corren. En estos tiempos de identidades volátiles y libertad absoluta; de caos. Un caos organizado como el libre mercado, eso es que quien “puede elegir, elige”, pero quién no; se jode. Es lo que hay y a callar, o la policía del pensamiento (con sus múltiples disfraces) nos hará creer que vivimos en una sociedad libre. Quizás, pero igualitaria no. Y sin igualdad no hay libertad.
Hay diferentes tipos de héroes. La mayoría tienen super-poderes físicos o mentales, u ambos, que arreglan la vida de sus vecinos. No obstante, echo de menos que algún super-héroe tenga el super-poder del sentido común. No digo que los super-héroes no tengan méritos o que sus poderes sean estériles, sólo pienso que a veces lo que más necesitamos lo tenemos más cerca de lo que queremos/ pensamos. Hace tiempo que deseo con pasión poder ver más allá de lo superfluo; centrarme en lo esencial. Lo que pasa es que, las pocas veces que me he acercado al núcleo he pensado que me he vuelto loco. Y no soy el único. Seguro que quien ha llegado a una conclusión profunda sobre cualquier cosa que sobrevuela nuestro interior se habrá dado cuenta de la superficialidad que rodea a todo lo que nos rodea. Asusta cómo se diluyen los matices y cómo pasamos de Historia a historietas como si lo que pasó, con sus múltiples enfoques y vivencias, fueran un cuento. ¿O no lo es?
Yo sólo aspiré a ser el Guardián entre el Centeno, aquel que vigilaba el flujo de su pueblo. Pero sólo era un sueño, ese trabajo está cogido por la Ética. Pena que sea tan maltratada. Ahora tendré que buscarme otro trabajo más humano en esta guerra llamada sociedad neocapitalista, en la que el humano es el último factor que importa. Lo racional no tiene por qué ser siempre positivo, por lo que el pragmatismo tiene un límite. Una sociedad deshumanizada es un caldo de cultivo de totalitarismos. No olvidemos la Alemania Nazi, porque si lo hacemos es probable que vuelva con otra forma. Aunque nadie lo crea, es fácil controlarnos; únicamente hace falta una distracción. Y estamos trabajando en ello.
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