“La Iglesia (de San Vicente de Abando) está allí, donde la asentaron; pero salvo la casa del gran Sabin y los venerables plátanos de los jardincillos, todo a su alrededor ha cambiado” Diego Mazas, prólogo de El Bilbao del Maestro Valle de Alfredo de Echave.
Estoy leyendo un ensayo de Jon Juaristi sobre el dialecto de Bilbao y el nacionalismo vasco en el que he encontrado esta cita que describe a la perfección mi presente en San Sebastián. Aun no siendo autóctono, ni considerándome, me siento extraño entre tanto desconocido. Es paradójico. Pero la vida está llena de contradicciones que la hacen más flexible e imprevisible. Radica en esta elasticidad uno de sus atractivos. La rigidez hace que las cosas sean aburridas. La monotonía es repetitiva. Y necesitamos aire fresco para respirar, ya sean los pulmones o el propio alma. Sin esa frescura decaemos hasta la profunda nada del aburrimiento eterno y morimos en vida. Somos así.
En estos días de soledad, buena compañera, pero jamás eterna, he comprendido cómo se sintieron aquellos que vieron el gran cambio que sufrió Vizcaya. He sentido cómo era un extraño en mi hábitat, de qué manera ha cambiado la morfología habitual de la residencia y, en definitiva, de que el tiempo pasa inexorablemente. Es el reloj de arena que marca nuestro fin, ya sea de una etapa o de todo el recorrido. No hay vuelta atrás.
En estos días, también, he reafirmado que la soledad es una buena compañera. Es imprescindible, pero jamás deber ser única. Bastante solos estamos en lo más profundo de nuestro alma como para que nuestra parte superficial quede abocada al aislamiento. Sería decaer, ya que el paso del tiempo se difuminaría en la monotonía y perderíamos al presente. Sin ritmo, sin nadie, no somos nadie. ¿Por qué estás realmente vivo si solamente lo sabes tú? ¿Acaso no son los demás los que nos hacen vivir?
Los poetas románticos no sé qué tenían en la cabeza. Quizás sintieron una soledad superficial, quizás se sintieron solos, pero hicieron publicidad de ello. Yo también lo hago, lo admito. Es atractiva la pose del solitario, pero sólo quién ha conocido la verdadera soledad es capaz de entender que la verdadera soledad no es paz, sino muerte y abandono. Tuvo que ser duro sentirse “chimbo entre maketo” como es duro estar solo en esta vida. Por suerte no es mi caso y espero que jamás lo sea, aunque lo más recóndito de mi alma busque a otro alma igual.
PD: Que nadie tome lo de maketo como una afrenta racial. Nada más lejos. Es simplemente la expresión que define bien mi estado. Por cierto, maketo es una palabra cántabra. Expresa como “coreano”, “pozano”, “belarrimotx” (orejas cortas) o “trenak ekarritakuak” (venidos en tren) ese desdén que tenemos los autóctonos por quienes vienen de afuera (actitud reprochable). En Bilbao pasó como en otros lugares y no fue patrimonio único de nacionalistas vascos. Lo que pasa es que como Sabino Arana socializó “maketo”, parece que somos los únicos racistas. Cuando ni lo somos, ni fuimos los únicos. Sino me creen lean a Unamuno o Indalecio Prieto.
LO RECONOZCO HE VIVIDO (Y QUE A VECES ME HE SOLIDO EQUIVOCAR)
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Hace 5 horas
2 comentarios:
Cierto.
El menendezpelayismo fue mucho más ultra y despectivo con sus propios paisanos españoles: los despreciaba por su condición social....
Buen apunte... preguntar a vuestros mayores que dia se celebraba "el dia de la raza"????
Y eso callan los españoles.
12 de Octube... año tras años... ese era su dia... el dia de la raza.
Pero eso callan
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